Desafiar las convenciones. Guillermo Cacace consigue eso con Gaviota, su versión libre de La gaviota de Antón Chéjov. Cinco actrices exquisitas, sentadas entre el público alrededor de una mesa, y unas copas de vino como toda compañía, logran que la más reciente apuesta del reconocido director constituya una experiencia teatral absolutamente novedosa. La cita tiene lugar en Apacheta Sala Estudio (Finochietto 483), los lunes a las 20.30. Y las localidades se adquieren en Alternativa Teatral: alternativateatral.com/obra83256-gaviota

Una historia de amores que no se corresponden, de sueños que se rompen al cumplirse y de dolores que se acumulan con los años. Un poco de todos esos conflictos es lo que se dirime en esta pieza dirigida por Cacace, escrita por Juan Ignacio Fernández e interpretada por Paula Fernández Mbarak, Pilar Boyle, Marcela Guerty, Clarisa Korovsky y Romina Padoan. El proyecto, que se completa con la asistencia de dirección de Alejandro Guerscovich y la producción de Romina Chepe, se gestó poco antes de la pandemia.

“Era un amor pendiente”, cuenta el teatrista y maestro de actores acerca de la génesis de este trabajo en el que adaptó la obra de Chéjov para que todos sus personajes fueran interpretados por un elenco femenino. “Durante mucho tiempo esperé las condiciones ideales para que ese amor se concretara, pero esas condiciones no llegaban nunca, tal vez por estar idealizadas. Hasta que un día crucé mi deseo de trabajar con cinco actrices que me conmueven y que admiro, con el deseo de hacer La gaviota. Y para eso lo hice cómplice a Juan Ignacio Fernández, y así sumé su exquisita sensibilidad y compromiso en función de concretar este proyecto. Ahí comenzó la aventura”, añade el director de Mi hijo sólo camina un poco más lento, un suceso del teatro alternativo.

Escrita en 1896, la obra del célebre dramaturgo ruso pone en escena la temática universal del desamor y las pasiones frustradas. Pero, además, abre el debate acerca de la representación teatral y sus tensiones. Kostia escribe obras, pero su madre se burla de su creación. Ella es actriz y está en pareja con un autor de renombre. De éste se enamora perdidamente Nina, también actriz y novia de Kostia. Y es correspondida. Así, madre e hijo sufren el mismo desengaño amoroso a la vez que construyen un vínculo tóxico. Como testigo de esa tragedia está Masha, quien ama a Kostia aunque él nunca se entere. De este relato de desencuentros parte Cacace para dar inicio a su nueva ceremonia chejoviana.

-En 2017, realizaste una versión de otra obra de Chéjov (con Parias, versión libre de Platónov). ¿Qué desafíos tiene llevar a la escena este tipo de autores?

-Hay que entender física e intelectualmente que las obras de estos autores son clásicos no porque hayan sido escritos en otro tiempo, o porque aún hoy tengan potencia de acontecimiento, como suele pensarse, sino porque son textos escritos por fuera del tiempo. Por fuera del pasado, el futuro o el presente. En ese “no tiempo” se escuchan los temblores de cuerpos balbuceando entramados fallidos y, no obstante la dificultad para entramar, encuentran ahí todo sentido y toda tentativa de felicidad en la fuerza de las buenas alianzas por venir. El desafío es escuchar su hilván, el hilván definido como costura provisoria. Y hacer lugar para que esa puntada errática emerja.

-Gaviota destaca por la originalidad de su puesta y la cercanía con el público. ¿Cómo y por qué tomaron la decisión de ese montaje?

-La decisión tiene mucho de accidente. Un día debíamos dejar de ensayar por largo tiempo y el último encuentro que teníamos, y al que no estaba dispuesto a renunciar, se estaba por suspender. Pedí que lo hiciéramos igual, pero como no teníamos alguien que nos asistiese en toda la operación técnica sólo nos sentamos alrededor de una mesa tratando de sostener las situaciones en ausencia de todo el dispositivo que se había creado. Y hubo que rendirse a la evidencia de que en esas condiciones la obra sucedía con una consistencia que se diluía en la propuesta que veníamos ensayando en los últimos seis meses presenciales. Era casi motivo de orgullo no aferrarnos a nada de lo encontrado.

-La obra de Chéjov tiene una instancia metateatral ineludible. Y una de las cuestiones que se plantean es la tensión entre el teatro clásico y el teatro experimental encarnados en la madre y el hijo respectivamente. ¿En qué estado se encuentra esa tensión actualmente más de un siglo después del estreno de esta pieza?

-No sé si hoy se trata de tensiones entre lo clásico y lo experimental, porque se han diluido algunas polarizaciones en tal sentido. Pero encuentro un punto aún más crítico en el discurso de Kostia, el hijo. Él arremete también contra las ideas del teatro que llama “de vanguardia”. Arremete contra el cinismo. La madre, más que representar una postura clásica, parece encarnar una postura cínica, narcisista, individualista y no por ello menos humana. Es alguien que prefiere mirar muy de costado su propia fragilidad. Ella representa el modelo de un modo de estar en la profesión que hacia el presente, y con el avance del neoliberalismo, se fue infiltrando capilarmente en las prácticas artísticas más allá de lo clásico o de lo experimental. Hoy dicha situación se vería potenciada por políticas culturales públicas, privadas y hasta independientes, de distinto color partidario, que para la promoción de lo escénico se piensan en término de mesas de negocios, de mercados de artes escénicas, y de premios que promueven lo meritocrático, incentivando la competencia entre pares apagando el valor de la diferencia para inocular el relativo valor de lo mejor o de lo peor. Y, dada la precarización de la condiciones para crear y circular con las obras, allí estamos la mayoría, directa o indirectamente, en sujeción a esas lógicas y con poco margen a la renuncia frente a esas reglas del juego.

-¿Qué otros proyectos se desarrollan actualmente en Apacheta y qué deseás para el futuro cercano de este nuevo espacio?

-En este momento, estamos haciendo fechas de un poema sonoro que se llama Pato verde, de Fabián Díaz, con un precioso equipo de trabajo. Además, recibiremos piezas que dirigí durante la pandemia con el prestigioso y querido grupo Teatro Casero de la Comarca Andina. Serán Ante y La noche crece, esta última también de Díaz, pero escrita en coautoría con Andrés Gallina. Y tal vez aparezcan algunas otras sorpresas dado que estamos cumpliendo nuestros 20 años de existencia. En relación al futuro de Apacheta, el deseo es que no se extinga, porque ese es un peligro al que hoy cualquier sala está expuesta, y que pueda encontrar cada vez mejores condiciones para asumir más riesgos artísticos.

-Mi hijo sólo camina un poco más lento transcurre su novena temporada. A esta altura ya puede decirse que es un clásico. ¿Por qué sigue convocando al público?

-Amo el misterio de cómo sigue resonando esta pieza. Y la mayor satisfacción es que se trata de una obra de teatro independiente que nació radicalizando procedimientos en los que veníamos investigando. Creo que es la demostración de que a veces se pueden articular altos niveles de convocatoria con cierto horizonte poético.