Un hombre espera en una oficina. No se sabe quién es, ni qué hace ahí. Pero dos empleados que trabajan en el lugar tienen planes para él. Ambos son parte de una maquinaria destinada a purificar y a corregir a quienes llegan a ese lugar con una presunta mancha que debe ser eliminada. Con ritmo de policial, y matices de comedia, El manchado, de Ariel Barchilón, remite a los tiempos más oscuros de la historia argentina con el foco puesto en la identidad y la memoria.
En palabras del propio autor, la obra -que formó parte de la edición 2022 del ciclo Teatro por la Identidad, con dirección de Rubens Correa- aborda “el mecanismo de construcción de identidad del enemigo, para después destruirlo”. Y hoy, desde una mirada renovada, puede volver a verse dirigida por Agustina Gutiérrez, e interpretada por Fede Foscaldi, Juan Ortiz y Lali Fischer. Las funciones se realizan en el Teatro Animal (Castro 561), los jueves a las 20.30, y las entradas se adquieren en Alternativa Teatral: alternativateatral.com/obra83803-el-manchado
La joven directora llegó al material mientras cursaba en la Universidad Nacional de las Artes. “Admiro mucho la escritura de Ariel, y también su modo de pensar la dramaturgia y la acción teatral, su humor y profundidad”, cuenta Gutiérrez quien tomó clases con el dramaturgo sanjuanino. Según Barchilón, que supo poner en escena la cuestión identitaria en otra pieza como Ya no está de moda tener ilusiones, “el teatro no hace la revolución pero cambia la realidad de quienes lo hacen y, en parte, de quienes lo ven”. Y Gutiérrez refuerza ese concepto: “El teatro es una zona de creación, discusión, amor, acción, pensamiento y resistencia”.
- La obra pone en el centro el tema de la identidad y la estigmatización y eliminación de aquellos que no son funcionales al sistema. ¿Cómo dialogan esas cuestiones con el contexto actual?
- Siento que dialoga con el mundo kafkiano, y con el del ser humano alienado a tal punto que ya sólo funciona como engranaje de algo más que no entiende, para lo que colabora y que a su vez lo devora. Creo que la obra puede ser vista como un lugar de trabajo, pero también como todo un sistema mayor que subyuga a sus partes. El Manchado nunca puede decir su nombre. A él se le adjudica una mancha y ahí comienza su tratamiento. Hay ahí un borramiento de la humanidad, no sólo de ese personaje sino también de los otros dos que colaboran con ese sistema, hasta que también se vuelvan desechables. Lamentablemente, me parece que es un problema vigente, y si bien ha habido grandes avances sobre la cuestión de la identidad y las estigmatizaciones, mientras este sistema continúe siempre alguien va a continuar siendo “el manchado”. Hoy, por ejemplo, hay menos estigmatización a la comunidad LGTBIQ+, pero siguen existiendo casos de discriminación, así como sigue habiendo gatillo fácil y desapariciones en democracia.
- Hannah Arendt planteó la hipótesis de la banalidad del mal para definir el hecho de que muchas de las personas que cometieron delitos de lesa humanidad no fueron monstruos sino personas comunes que simplemente cumplían órdenes de manera burocrática. Los dos empleados de esta obra encarnan, de alguna forma, ese rol.
- Considero que el problema de la obra, y de la vida, es la cuestión de la aceptación doble de quien es sometido y de quien somete, sin ver que está siendo también una pieza de esa máquina. El silencio o la incapacidad de reacción del Manchado es tan terrible como el acatamiento absurdo de órdenes de los dos empleados. Eso es lo que les deshumaniza: no oponerse, aceptar, decir sí.
- ¿Cómo encaraste esta puesta? ¿En qué cosas te interesó poner el foco?
- Me interesó trabajar sobre lo enrarecido del material. Me atrapó el absurdo y lo simbólico en diálogo con el universo concreto y kafkiano de la oficina. Me gustan las puestas que no dejan todo claro. Y aunque es bastante sugerente, este trabajo permite múltiples asociaciones. También me parecía importante atender a la idea de verticalidad física y simbólica que se ve en la obra. Y fue fundamental no abandonar nunca el humor, porque eso es lo que nos permite sumergirnos en esas oscuras profundidades pero al mismo tiempo poder respirar.
- Si bien existe un consenso acerca de lo que significó la dictadura militar en nuestro país, sigue habiendo un sector negacionista. En ese marco, ¿qué aporte considerás que puede hacer el teatro para seguir anteponiendo un ejercicio de memoria frente a quienes quieren que gane el olvido?
- Me gusta creer que el teatro es una herramienta fundamental contra esos sectores. De hecho, por eso lo hago. Sin embargo, también me pregunto a qué persona le llega cada discurso. Y no sé si con el teatro, por más que queramos, podemos llegar a esa gente. El mundo del teatro es bastante endogámico, y siempre es un desafío ir más allá de las fronteras y llegar a quienes hasta ayer no lo conocían. Pero hay que seguir. Porque si no, nos callamos, como se calla el manchado.