A Constanza

Cuando te encontré casualmente por la calle conversamos un rato y te dije que iba a llevar unas botitas al zapatero, te las mostré, te gustaron y me dijiste que vos también estabas necesitando un zapatero, quedamos en que luego te pasaría los datos. Yo no estaba segura de que estuviera trabajando todavía. Tiempos que corren.

Llegué a la calle Richieri con las botitas y por suerte estaba el local del zapatero, al lado de una verdulería como lo recordaba. Se las dejé para que le cambiara el taco, el precio me pareció razonable y quedamos que en una semana las pasaría a buscar.

Te avisé que el zapatero seguía trabajando y quedamos en ir juntas el sábado: yo retiraría mis botitas y vos llevarías tus zapatos. Me dijiste que eran varios porque ustedes son cuatro: dos adultos y dos niños. Hicimos la caminata y charlamos de todo, vos llevabas un carrito con muchos pares de zapatos, zapatillas, sandalias. En tu casa me habías contado la historia de cada uno de ellos. Había entre todos unas sandalias casi irrecuperables, les faltaba la suela pero la parte de arriba estaba bien, eran de color bronce.

Desconfiaba de que las botitas estuvieran listas, pronto comprobamos que era cumplidor, el trabajo estaba realizado, las revisé y estaban bien. Él atendía detrás de una reja, sin abrir la puerta, se notaba que estaba lleno de zapatos y había muy poco espacio. Tiempos que corren. 

 Nosotras permanecíamos en la vereda. Vos fuiste sacando de tu carrito los pares de calzados y explicándole al zapatero el arreglo a realizar. Al ver que eran muchos, sacó una cinta de papel, una birome e iba anotando ahí el arreglo y el precio de cada uno, cortaba la cinta y se la pegaba al zapato en cuestión, vos asentías. Hasta que llegó a las sandalias de color bronce y ahí tiró una cifra enorme, vos pusiste cara de decepción y él dijo que sería mucho trabajo: una reconstrucción. Las volviste a meter en el carrito y te dijo que pasaras en dos semanas a retirar los demás.

Mientras vos le mostrabas tus zapatos y él anotaba en la cinta de papel, yo miré unos hermosos coliflores que estaban en oferta en la verdulería, parecían recién arrancados: 2 x 500 pesos, los compré. Uno para cada una, agradeciste, me ofreciste unas plantas de Kale que tenías en tu casa, me pasaste la receta, luego me los darías. Pusimos los dos coliflores en el carrito.

De camino de regreso al barrio, somos casi vecinas, retomamos la charla y ahí me contaste que a las sandalias color bronce les faltaba la suela porque las habías perdido en una playa. Primero tenían la suela gastada de tanta arena y tanto mar, luego se habían despegado en una de esas caminatas por la playa y las habías seguido usando sin suela, era lo más parecido a caminar descalza. 

Las habías comprado en Barcelona, el único lujo del casamiento. Se amaban y para ustedes era suficiente pero vos tenías la ciudadanía y él no. Enojada con el sistema accediste al trámite legal pero para que no fuera solo eso, hicieron una mini celebración con los amigos nuevos, lejos de casa. Tus amigas nuevas te prestaron la ropa, los amigos nuevos le prestaron a Mariano un traje. Y solo se compraron juntos los zapatos: él unos mocasines negros y vos tus sandalias color bronce.