Desde Londres
El Servicio Nacional de Salud (NHS), modelo global de la atención sanitaria estatal, es más popular que la propia corona entre los británicos, pero los 75 años de existencia que cumple este 5 de julio lo encuentran en un estado de virtual caos.
Las listas de espera en Inglaterra superan los 7 millones, muchos pacientes aguardan meses o años para recibir tratamiento, se suceden las huelgas de los trabajadores de la salud: uno de cada 11 puestos está vacante. Los indicadores sanitarios reflejan un sistema desquiciado. El Reino Unido tiene uno de los peores índices de supervivencia de cáncer y accidentes cardio-vasculares entre 18 países del mundo desarrollado, la desigualdad entre regiones y estratos sociales es alarmante, la expectativa de vida no ha mejorado en los últimos 10 años.
Sorprende con todos estos datos que el NHS siga siendo, como lo definió el exministro conservador Thatcherista Nigel Lawson, “una religión nacional”. No es que la gente no sea consciente de los problemas. Siete de cada diez británicos dicen que el servicio está “broken” (roto). Es un diagnóstico que comparten los trabajadores del servicio. “Desde su origen, el NHS fue la institución nacional más amada por los británicos, la que nos consolaba de todos los otros problemas que teníamos como sociedad. El amor sigue, pero el NHS está agonizando”, dijo al matutino The Guardian la doctora Rachel Clarke.
Salud para todos
El fundamento central del NHS - “suministrar un servicio de salud que es universal y gratis” – explica en gran medida su carácter de “religión nacional”. Este luminoso principio brilla más porque los británicos lo comparan con el modelo estadounidense y sus historias de pacientes que hipotecan sus casas para atenderse en la medicina privada o reciben lo que queda de un servicio estatal huérfano de recursos.
La respuesta británica ante la pandemia y la velocidad para producir y administrar vacunas a la población son la muestra más reciente de las virtudes del NHS, pero el esfuerzo sobrehumano de la covid -19 dejó una enorme resaca. Los 13 años de austeridad conservadora y la crisis del costo de la vida destaparon un retraso salarial en muchos estamentos del NHS como muestran las imágenes de enfermeras que recurren a los bancos de comida para llegar a fin de mes. Desde diciembre se han sucedido huelgas de médicos, enfermeras, servicios de ambulancia y administrativos: la última de los “junior doctors” fue hace 10 días.
¿Qué hacer?
Un 90 % de los británicos quiere mantener los pilares del NHS: atención médica gratuita financiada con impuestos generales. Pero en los debates mediáticos que están saturando la previa a este aniversario, también ha habido un consenso sobre la necesidad de cambios.
Minoritarios grupos conservadores proponen un sistema de seguridad social al estilo de Francia o Alemania basado en una contribución tanto de la patronal como de los trabajadores. Otros grupos igualmente minoritarios proponen que en vez de un sistema gratuito haya co-pagos que exceptúen a los sectores de menores ingresos y se incrementen a medida que se sube en la escala socio-económica.
Estas reformas no inspiran confianza ni siquiera en el grueso de los votantes conservadores. Desde los 80 con el Thatcherismo, el NHS ha sido sometido a gigantescos cambios. Olvidando ese axioma pragmático de que “if it ain´t broke, don´t fix it” (si no está descompuesto no lo arregles), el Servicio Nacional de Salud fue puesto patas para arriba para que siguiera siendo un servicio público gratuito, pero funcionase con las reglas internas del mercado.
El resultado fue desastroso. Se sumaron enormes gastos por el lado de la administración y se creó una onerosa y laberíntica burocracia “de mercado” que distrajo al NHS de su misión central. “Como médico yo quiero ver cómo reducir la mortandad del cáncer o de los ACV, no contar cuántas gasas y curitas uso para garantizar una eficiente asignación de recursos”, le dijo a este corresponsal un médico argentino que hace más de 30 años trabaja en el NHS.
A pesar del descontento público con la mega- reforma thatcherista, hubo más cambios radicales: el último en 2013 con el gobierno conservador de David Cameron. Según el editor del “Health Service Journal”, Alastair McLellan, estas reformas son como tirarle piedras al Everest. “El NHS es nuestro sistema de salud. Los políticos deberían planear cambios partiendo de esta base, no tratando de erosionarla”, señaló McLellan al semanario conservador The Economist.
Money, money, money
El sector salud absorbe la mayor parte del gasto público. Según el “Institute of Fiscal Responsability”, por cada libra que gasta el estado, 38 peniques van al NHS. Pero en términos proporcionales a su Producto Interno Bruto (la riqueza total producida por el país) el Reino Unido gasta entre uno y dos por ciento menos que países como Francia y Alemania. Entre los países ricos de la Organización de la Cooperación y Desarrollo (OCDE), los británicos son los que menos invierten en salud por habitante.
Los partidos políticos compiten en promesas de incrementos presupuestarios para solucionar los problemas de "our beloved NHS" (nuestro amado NHS). Pero tal como están planteadas las finanzas públicas bajo los conservadores, la única manera de lograrlo es con un incremento de los impuestos generales, algo que, a poco más de un año de las elecciones, nadie quiere plantear.
La deuda pública, que superó el 100% del PBI y está llegando a límites groseros de intereses mensuales (casi 10 mil millones de libras en abril), se ha convertido en la silenciosa propuesta por default de conservadores y laboristas. La reforma fiscal que proponen grupos como la “Tax Justice Network” (TJN) apunta a un sistema tributario más equitativo para financiar los atribulados servicios públicos, pero no forma parte de la agenda conservadora y apenas figura tímidamente en los planes de la oposición. “El Reino Unido pierde considerables ingresos por la evasión y elusión fiscal de los ricos y las corporaciones, pero además necesita cobrar impuestos de manera más efectiva a la riqueza. Si lo hiciéramos podríamos recaudar 50 mil millones de libras adicionales por año”, señaló a “Pagina 12” Robert Palmer, director ejecutivo de TJN en el Reino Unido.
La reforma interna
A esta imprescindible inyección financiera, muchos agregan la necesidad de pasar de un sistema centralizado y basado en la intervención hospitalaria a otro con mayor énfasis en lo local y la prevención. Según el The Economist, el porcentaje del gasto del NHS dedicado a la atención hospitalaria es del 47%, mucho mayor que lo que invierten los Países Bajos (36%) o Alemania (33%). “El actual sistema está centrado en la enfermedad: tiene que cambiar a uno centrado en la salud. Esto requiere aumentar el gasto, pero también invertirlo de otra manera: salir del sistema hospitalario para concentrarse en lo local, mover el foco del tratamiento para ponerlo más en la prevención”, asevera el ”The Economist”.
Un ejemplo típico es la obesidad. El Reino Unido es el tercer país con mayores índices de obesidad en Europa. Según un reciente estudio si la población tuviera un peso saludable, el servicio podría ahorrarse 14 mil millones de libras al año, casi un 10% de su presupuesto. El tratamiento de la obesidad se hace a nivel hospitalario: hay consenso de que se debería hacer a nivel local. Nadie discute que se necesitan campañas de prevención mucho más agresivas.
En las páginas del The Guardian, el comentarista Simon Jenkins viene abocando por estas políticas que evitarían una tendencia creciente desde la reforma thatcherista de los 80: la tercerización y el crecimiento del sector privado a expensas del NHS. “La centralización ha llevado a una inescrupulosa privatización de los servicios. Una parte creciente del presupuesto se gasta en las farmacéuticas, servicios de IT, consultorías, atención social provista por compañías offshore. El sistema se está convirtiendo en una corporación para-estatal que hace multimillonarios a los proveedores privados”, escribe Jenkins.
El NHS se fundó el 5 de julio de 1948, con el doble telón de fondo de la posguerra y la depresión económica de los 30. Mucho pasó desde entonces como recuerdan los medios que hoy valoran sus indudables logros y debaten sobre su futuro. Es lo que tienen los aniversarios, caen cuando les toca, con frecuencia en el momento más inoportuno. Hoy, en medio de tantos problemas sanitarios y socio económicos, la celebración está teñida de melancolía, ansiedad e incertidumbre.