Cuando Facundo Ramírez tomaba clases de actuación en el taller de Miguel Guerberof se encontró por primera vez con el clásico de Jean Genet, Las criadas. Ya en ese momento quedó atrapado por la atmósfera que proponía la obra. “Genet es un autor de atmósferas –afirma– y es algo muy complejo de explicar: es similar a eso que en teatro se denomina ‘lo beckettiano’ o en literatura ‘lo kafkiano’”. Cuarenta años después se reencontró con ese texto pero desde el rol de director, al frente de un elenco muy sólido compuesto por Pablo Finamore, Dolores Ocampo y Claudio Pazos. Su versión puede verse los domingos a las 13.30 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).

En diálogo con Página/12, el artista cuenta que antes de la pandemia había hecho dos espectáculos que hoy sería difícil realizar en términos de producción: su versión de Macbeth (El asesino del sueño) con 18 actores en escena y Amarillo (de Carlos Somigliana) con 12. “En ese momento pensaba que cuando la pesadilla se acabara iba a tener que buscar algo menos pretencioso en términos de despliegue e inmediatamente pensé en Las criadas porque es una obra que amo profundamente”. En relación a la naturaleza del autor, asegura que quedó impactado por “su nivel poético, el modo de construir semejante belleza a partir de una atmósfera cargada de oscuridad, sordidez y espanto, y también esta idea del sacrificio como modo de redención, la necesidad de sumergirse en la miasma para poder alcanzar lo divino”.

-¿Qué poder tienen para vos los clásicos?

-Si uno no tiene miedo de pegar el salto al vacío, los clásicos permiten dar un punto de vista. Mi versión de Macbeth, por ejemplo, se vinculaba con el siglo XX y la militarización postindustrial: en ese momento se asesinó más gente que en toda la historia de la humanidad. En el caso de Genet hay un problema porque el punto de vista no es tan aparente, su obra puede ser leída desde múltiples lugares: la psicología, la filosofía, la política, la lucha de clases.

Cuando empezó a trabajar el material junto a los actores descubrieron que podían profundizar en torno a la idea de la representación adentro de la representación y la distorsión de espejos: “Cada personaje se percibe de una manera que no es. La señora se percibe como una mujer de un gran refinamiento y yo siempre tuve la íntima convicción de que ese personaje no es una persona refinada sino todo lo contrario: alguien de poca monta, decadente, que toma prestados gestos de lo que ella entiende que es el buen gusto”.

Con Finamore y Pazos el director había trabajado en la versión de Rey Lear de Jorge Lavelli en el San Martín; a Ocampo la descubrió en la comedia musical Caníbal. Los llamó y dijeron que sí. “Para poder dirigir siempre necesito hacer mis propios bocetos escenográficos y de vestuario. Soy pésimo dibujante pero después se lo entrego a quien finalmente traduce esas ideas en un fenómeno artístico, en este caso la vestuarista y escenógrafa Silvia Bonel. Y también me puse a pensar en términos musicales cuál era el sonido y me incliné por Satie (Gnossienne)”. Cuando se le pregunta de qué modo incorpora su mirada musical en la escena, responde: “Lo tengo tan internalizado que no me doy cuenta. Para mí una disciplina es la continuación de la otra, no son mundos separados. Si algún aspecto musical (tempos, ritmos) no funciona en la puesta es porque algo no está resuelto. Me resulta fácil detectarlo pero no es un trabajo consciente cuando dirijo o actúo, eso ya está en mí”.

Ramírez tiene 58 años y desde hace más de 40 se dedica a la música y al teatro: empezó a tocar piano a los 3, armonía y composición a los 11, teatro a la misma edad. Sin embargo, asegura que aún hoy lo tratan como si fuera un músico por un lado y un hombre de teatro por el otro. “No lo puedo creer. En otras partes del mundo no me pasa, me ven como un hombre que dirige, que toca el piano, que compone y que actúa. Todo una misma cosa”, declara.

-Es una obra de intensidades físicas y emocionales. ¿Cómo trabajaron eso?

-Desde el día uno. Las criadas no es un drama burgués; si es burgués, siempre es complaciente y esta obra no lo es. La única forma de abordar el material es desde la ferocidad y los aspectos vinculados a la orfandad, la violencia, la soledad y el profundo desprecio. Si no se llega al hueso, la obra no se lee. Este material no se puede hacer con gente más o menos elegante que dice más o menos bien, que se para en el escenario y de vez en cuando se pega una cachetadita. Por supuesto es ficción, entonces hay que trabajar para crear la ilusión de que esto acontece de verdad; y sucede de verdad en un marco que es la mentira. Eso es el teatro.

En Argentina (y en todo el mundo) se hicieron distintas versiones de la obra: la que dirigió Sergio Renán en 1970 estaba protagonizada por tres actores: Héctor Alterio, Luis Brandoni y Walter Vidarte; en 2002 Alfredo Arias dirigió otra con Marilú Marini y Laure Duthilleul donde interpretaba a la señora. Cuando se le consulta por su decisión de elegir actores para representar a las criadas, asegura que está emparentada con el teatro de Copi. “En 1996 compré los derechos de Las cuatro gemelas y se la di a Guerberof para que la dirigiera. Cuando leí las obras completas de Copi y llegué a esta pieza encontré una manera de homenajear a Genet a través de estas mujeres. Entonces apareció una idea formidable: crear una especie de nuevo género”. Esa idea tiene mucho que ver con lo que aparece en la puesta del Callejón: la señora y sus criadas ya no son mujeres, son otra cosa. No tienen sexo porque en ellas prima la ferocidad y nace lo monstruoso. “La crueldad y la monstruosidad no tienen género, son inherentes a la condición humana”, dice Ramírez.

-Hay muchas lecturas, pero un elemento fuerte suele ser lo político en esas formas de sumisión. ¿Cómo pensás el vínculo entre arte y política?

-Para mí no se pueden separar. Vengo de una formación y un contexto en el que lo artístico y lo político era indivisible. A mi viejo (Ariel Ramírez) los militares lo sacaron a patadas de SADAIC, él peleó toda su vida para mejorar las condiciones de los autores y compositores de Argentina. Y mi mamá postiza, Mercedes Sosa, fue una mujer que se plantó en el canto abrazando lo excelso de la música popular y lo poético desde un lugar político. Hay millones de casos. Creo que las personas que dicen que no tiene nada que ver una cosa con la otra también están dando una mirada política.

-¿Cómo ves la escena independiente?

-Claramente hay una crisis en términos de políticas culturales porque no estamos discutiendo seriamente sobre eso, se piensa a corto plazo. Mi padre, además de ser artista, fue un hombre de gestión y sabía lo que era pensar a largo plazo. En el teatro independiente nos debemos esa charla porque los sistemas de producción obligan a cierta austeridad que es prestada; no es austero por decisión expresiva. Por supuesto hay casos que sí pero son pocos. Yo estoy en las antípodas de eso.

* Las criadas puede verse los domingos a las 13.30 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Las entradas se adquieren por Alternativa Teatral