“Me faltó el amor y las tenía todas”, bromea Lucía Vazquez, autora de Entonces eso es todo, (Editorial Página Blanca), el libro donde creó un mundo en el que está prohibido morirse. “En realidad, me parece que también escribí sobre el amor”, aclara. Fue durante la pandemia, en el extraño 2020, que esta lectora entusiasta y militante de la literatura de género y del cine de terror fantástico se lanzó a trabajar en su primera novela. La impulsaron “el terror de la eternidad y el aburrimiento infinito. En la realidad, todos se morían, pero había más tiempo que nunca y eso generó una tensión tremenda que me llevó al otro extremo la imaginación”, evoca Lucía sobre ese año en que nos dominó la gravedad de la salud planetaria. “¿Qué puede pasar si nadie muere?, ¿y si no hay de qué preocuparse?”. Ese mundo en el que la muerte estuviera erradicada empezó a ser muy frío, falto de empatía, de contacto humano, repetitivo. La peligrosidad se anula y los sentidos y los sentimientos se obturan”.

Lucía tiene 40 años, vive en Santa Rita, un barrio de viviendas bajas, arboleda frondosa y donde van quedando pocas calles empedradas porque levantaron los adoquines para llevárselos a los countries. La acompañan Nicolás, “mi compañero del amor”, sus gatas Panchita y Úrsula, por Le Guin. En su casa hay cinco bibliotecas y va por más. Publicó cuentos y tiene un podcast sobre monstruos, Monscast. Hace veinte años que trabaja en literatura, como becaria doctoral del Conicet especializada en ciencia ficción argentina contemporánea.

Escribe con suavidad acerca de lo que más nos aterra”, dice sobre su prosa Claudia Aboaf, escritora, docente y astróloga, una de las voces más fuertes desde la distopia y la denuncia de ecocidio. “Los sentimientos desubicados… son como animales de un zoo que han perdido todo lo salvaje y no saben cómo sobrevivir fuera de la jaula”.

“Cierta obsesión al descubrir el paso del tiempo y una falta de reconciliación con los procesos de muerte, que me han tocado varias y dolorosas veces” fueron, asume Lucía, el motor de su ficción. El tiempo y la muerte “eran ‘los’ temas en 2020”, no solo para ella, por supuesto. "Las redes publicaban, cada noche, cifras de gente que había dejado de existir. Ese final podía venir de un lugar invisible, inesperado quizá antes de ese año (la mayoría no tenía tan presente la Gripe A), sobre todo al principio: capaz te morías porque el virus quedaba en el ascensor, o en las llaves, o venía en lo que habías comprado a domicilio. No querías ni tocar a tus seres queridxs. Había quienes tenían miedo de bajar a la vereda. Fue una toma de consciencia brutal de la falta de control y de lo frágil que es todo. Un desafío para lxs ansiosxs. Por otro lado, di clases por zoom casi como si estuviera en la escuela presencial. Pero no tomaba colectivo, no gastaba ese tiempo de viajes, de ir de acá para allá…sólo salir a caminar. Estaba tapada de laburo (eran mensajes y mails las 24 horas) pero más tranquila, con más tiempo para estar en mi casa. De hecho, cociné mucho, empecé a hacer yoga, conocí el barrio como nunca, leí una bestialidad. Y escribí. Pude hacerle el lugar a esa idea. Justo la premisa era esta: alguien quería morir y no podía”.

Entre las lecturas que realizó mientras se gestaba Entonces eso es todo, estuvo La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq, y la frase del epílogo: “para qué mantener en funcionamiento un cuerpo que nadie toca” le quedó rebotando. “Qué pasa con el cuerpo cuando no está la muerte y el tiempo no pasa”, se quedó pensando.

Vazquez viene trabajando con un corpus de obras argentinas de este milenio que podemos leer como ciencia ficción, más o menos abiertamente adscriptas al género. Le interesa explorar esos imaginarios de futuro y la construcción de sus espacios, también la visibilidad académica de un objeto de estudio que está vivo y crece a pasos agigantados. “Pienso en el fuerte vínculo que ciertos futuros imaginados establecen con el pasado, pero acá toma la forma especial del retorno al siglo XIX, la persistencia del desierto que remite al decimonónico. Es un interés o una inquietud que se da hasta en teatro, pero en la ciencia ficción adopta rasgos singulares. Es impresionante la producción, en cantidad y en calidad, que hay".

Para la autora de Entonces eso es todo, figuras como las de Angélica Gorodischer son norte total y absoluto. “Por su honestidad, su fuerza, por el coraje de escribir lo que quiso. Y porque es la guía espiritual de todxs lxs que amamos la ciencia ficción. En ese sentido también están Ursula K. Le Guin y Octavia Butler, mujeres con un nivel de deseo y arrojo increíbles, que escribieron hermosamente. Adoro la potencia de Silvina Ocampo. Del fantástico rioplatense tendría que nombrar a Felisberto Hernández. De la ciencia ficción contemporánea de afuera me parece alucinante Ted Chiang. Del terror, Kelly Link y Claire Keegan son increíbles”.

La ciencia ficción también la está rompiendo en Latinoamérica, hay un montón para descubrir. Entre géneros, y ahora, hay escritoras de acá que me gustan muchísimo como Samantha Schweblin, Claudia Aboaf, Gabriela Cabezón Cámara y Fernanda García Lao, solo por nombrar algunas. Amo todo lo que está pasando con Mariana Enríquez, lo que está pasando con las escritoras argentinas en general. Me parece un momento increíble de nuestra literatura, para los géneros y para las voces de mujeres”.