Finisterre está acá

Antes de la pandemia, Juan José decidió comprarse un colectivo antiguo y restaurarlo. Pero el proyecto no resultó fácil: había que rastrear repuestos y sobre todo, saber de mecánica. Pasó el tiempo hasta que se conectó con un mecánico, cuyo padre había sido chofer de colectivos. El encuentro fue azaroso porque Juan José estaba buscando, en verdad, un volante. El mecánico y él, que no tiene uno sino dos colectivos antiguos reciclados, se hicieron amigos. Y fueron encontrando a otros que aman los bondis y se ocupan de volver a ponerlos en funcionamiento, como ellos. De ahí surge “Los Particulares: club de bondis antiguos” que estrenó su cuenta de Instagram hace poco. Allí se pueden ver las caravanas que realizan por las calles de Buenos Aires y el conurbano. También hay fotos de cada uno de los bondis y de las exposiciones de las que participan, con el público subido a este pequeño universo de cuatro ruedas. “No pertenecemos a empresas, que en muchos casos se ocupan de reciclar algunos colectivos antiguos. O sea, somos gente que nos gustan los colectivos y que además no queremos tenerlos guardados sino usarlos, sacarlos a la calle que la gente los pueda apreciar. Nos sentimos un poco como cuando éramos chicos y nos juntábamos a andar en bici”, cuenta Juan José con orgullo sobre esta agrupación que tiene unos 16 miembros estables, entre los 45 y los 55 años. También explica que el nombre “Los Particulares” alude justamente a esas cuestiones: no son empresarios sino simplemente fans que reconocen en su pasión común un rasgo que los reúne cada fin de semana, dispuestos a emprender una nueva aventura. Para las festividades del 20 de junio, por ejemplo, hicieron una caravana que arrancó en la 9 de Julio y terminó en Quilmes. “Cuando la gente nos ve, se acerca, sube, nos cuenta sus recuerdos. Para nosotros, compartir nuestra pasión es un sueño cumplido”, agrega Juan José.

Magníficos otra vez

Después de que Orson Welles hiciera Ciudadano Kane en 1941, peleó mucho con los estudios que lanzaron sus películas posteriores, que se estrenaron cambiadas y cortadas. Ahora, un superfan de Welles, el cineasta Brian Rose, ha utilizado la animación, la tecnología e incontables horas de investigación para recrear las imágenes faltantes de The Magnificent Ambersons. “El estudio tomó la versión original de 131 minutos y la redujo a 88. Además, sólo 13 escenas de 73 quedaron intactas”, explicó Ray Kelly, directora del sitio de fans Wellesnet. “No sólo eso, eliminaron el final, que era bastante sombrío, y el estudio RKO quemó los negativos. Así que ese film se perdió para siempre”. O no tanto. “Por suerte, la película está bien documentada y hay muchas cosas que se pueden inferir de los materiales sobrevivientes”, aclaró por su parte Rose. Así que a partir de ahí, el cineasta apeló a la animación y a actores de voz para llenar los vacíos. El resultado se puede ver en ambersonproject.com. “Gran parte de mi trabajo se basó en fotos, diagramas de ubicaciones de cámaras y descripciones de escenas”, le dijo Rose a la cadena radial NPR. “El desafío consistía en poblar esos sitios con personajes. Para eso me inspiré en los guiones gráficos originales, que estaban dibujados a mano con lápiz y carbonilla, con un aspecto muy etéreo. Así que si bien tomé la licencia de crear estas escenas en animación, todas ellas hacen referencia a la visión artística original de Welles”.

Rapsodia victoriana

A los 12 años, Brian May encontró en una caja de cereales Weetabix una foto estereoscópica de un hipopótamo. También, un aviso publicitario diciendo que, a cambio de una caja de cereal vacía y una libra y media, podía pedir por correo un visor “para ver fotos en un magnífico realismo en 3D”. Así es como el niño Brian comenzó a coleccionar este tipo de fotos, logradas a través de dos imágenes de la misma escena que, superpuestas y vistas a través de un estereoscopio, se convierten en tridimensionales. Ahora, la colección de May (una de las más grandes y diversas del mundo) fue puesta a disposición y el resultado se puede ver en la galería Watts de Londres. La muestra, llamada “Victorian Virtual Reality”, presenta imágenes del Brian May Archive of Stereoscopy y busca explorar esta moda fotográfica del siglo XIX que, por primera vez, permitió que las imágenes aparecieran en tres dimensiones en plena época victoriana. La muestra reúne más de 150 fotografías que los visitantes podrán mirar usando visores y técnicas digitales. Las fotos exploran una amplia variedad de temas que se encuentran en la colección de Sir Brian, desde retratos de celebridades hasta instantáneas de la vida y los viajes victorianos, con las familias de la época registrando sus elegantísimas peripecias. La colección incluye, entre otras rarezas, un retrato de Charles Dickens. Y por supuesto, no faltará la foto de aquel hipopótamo que Brian encontró en su caja de cereales.

El Vesubio tiene pizza

Puede que no fuera una doble de muzzarella. Pero aun así, el dibujo en la pared llamó la atención de los arqueólogos que trabajaban en las ruinas de Pompeya. Sucedió a principios de año, cuando los investigadores se encontraron con un fresco que representaba una fuente de plata y sobre ella, un trozo de masa plano y redondo con ingredientes que se parecían mucho a una pizza. En un comunicado publicado por estos días, los arqueólogos insistieron en que el plato retratado no determina que la Historia de la Pizza esté a punto de ser reescrita. “Faltan la mayoría de los ingredientes característicos, a saber, tomates y muzzarella. La pizza, tal como la conocemos, es un invento del siglo XIX”, aclararon. Aún así, admitieron que la masa plana y redonda cubierta con especias y lo que pudo haber sido un precursor del pesto podría ser “un ancestro lejano del plato moderno”. Y es que, como se sabe, la ciudad de Pompeya fue enterrada por un volcán en el año 79 d.C., casi 2000 años antes de que existiera algo que la civilización moderna pudiera reconocer como una tarta, una pizza o alguna creación culinaria semejante. El mural es un bodegón de una bandeja de plata con una copa de vino, higos, una guirnalda de frutos, nueces, dátiles... y la pizza. La imagen es “bastante única”, reconoció Gabriel Zuchtriegel, director general del Parque Arqueológico de Pompeya. Aunque pertenece a una categoría bastante común de imágenes de alimentos llamada “xenia” (ofrendas para invitados), no es como la mayoría de los aproximadamente 300 ejemplos que se han encontrado en las distintas ciudades del Vesubio. Incluso algunos expertos creyeron ver en el fresco un ananá y fantasearon con la posibilidad de que la pizza con ananá tenga un ancestro venerable. Sin embargo, el hallazgo actualizó otra contienda, además de aquella entre defensores y detractores de esta variante agridulce. Puede ser sinónimo de la cocina italiana, pero a algunos les gusta señalar que la masa cubierta con hierbas y queso se originó se originó al otro lado del mar Jónico, en la antigua Grecia, y que Nápoles fue originalmente una colonia griega. “La historia griega de la pizza que los italianos quieren ocultar”, acusó un titular del The Greek City Times para echar más leña al fuego. Marino Niola, antropólogo y experto en pizza intentó traer paz a la mesa de los pueblos: “El fresco encontrado en Pompeya es importante. Nos hace entender que hay un hilo común que une el presente con el pasado lejano”.