Asumirse como ser sexuado, en cualquier elección, es algo que no está dado de antemano para los seres hablantes, donde ni la anatomía ni los discursos permiten sostenerse fácilmente en una identificación. La sexualidad conlleva una dimensión de singularidad tal que anida un indecible y que, aún así, nos toca fundamentalmente. De allí que la posición que cada cual adopta está atravesada por los enigmas de su existencia, por aquello que no se absorbe en la propia imagen de sí. Diversos movimientos de género interpelan a los discursos de la época en torno a las representaciones sobre el sexo. Freud y Lacan plantearon que no hay ninguna programación, aunque el punto de viraje es qué singularidad anida en lo fallido de toda representación, un irreductible que es también la posibilidad de inventarse.

Como en cualquier esfera de lo humano, todo pensamiento que surge establece cierto estatuto de saber. Ahora bien, toda formulación de saber pende sobre una garantía que no hay, punto donde cualquier verdad se desvanece y surgen paradojas.

Los discursos de género revelan el carácter de artificio del género y reivindican el derecho de que las diversidades sexuales sean respetadas y reconocidas como tal en el campo social. Pero a su vez, en la deconstrucción de semblantes, hay deslizamientos que establecen un nuevo sentido en el horizonte. 

Los discursos de género reducen la sexuación al proceso de identificación. Esta perspectiva sitúa la problemática en oposición a un límite externo y vuelve a establecer un “para todos”: en última instancia, el ideal propuesto es el de un sujeto desidentificado, definido únicamente por su práctica, con la latente promesa de acceso pleno al goce. Y hacia allí se avanza. Pero, ¿y el modo en que cada quien habita su propio impasse ante el goce, donde no hay saber?

El psicoanálisis señala que no sólo está la dimensión ficcional que depara cierta fragilidad del ser hablante en cuanto a sus modos de reconocerse, sino que también hay un goce que habita sus tentativas íntimas de situarse. Las representaciones no tienen fundamento real, pero el goce que condensan sí lo es. 

Algunas identificaciones son un punto de anclaje que ha podido lograr un sujeto y esto nos lleva a preguntarnos por las posibilidades de cada cual cuando una identificación es conmovida y algo del goce se desacomoda, donde se juega la propia respuesta. Entonces, ¿qué recurso para ubicarse tiene cada cual? ¿Qué lugar hay hoy para que alguien transite su propio enigma?

Los principios que pretenden erigirse en universales asientan sobre un imposible: en tanto es imposible abarcar la infinita variedad de lo real en el ámbito de lo representable, aparece siempre latente la posibilidad de deslizarse a ciegas en la empresa insensata, en el imperativo. La ética es un campo donde siempre hay que considerar las excepciones, lo que excede a lo representado. Encontramos allí lo que orienta al psicoanálisis, preservar lo que en cada cual hay de incomparable, su modo propio de responder a lo que no se sabe, a lo inédito, a su propio enigma.

Entonces, ¿cómo orientarse en las salidas que ofrece la época?

Hasta aquí, se reproduce la intervención en la conferencia internacional de 2022 de Miquel Bassols sobre El discurso trans y el sexo dispar, invitado por el Taller de psicoanálisis de Santa Fe. El psicoanalista catalán respondió, y el intercambio fue publicado en el número 15, de reciente edición, de la Revista Analítica del Litoral – Una revista sin fronteras.

Miquel Bassols: -Una cuestión muy importante que ha señalado Maximiliano es, en efecto, algo que unifica los llamados discursos de género; dice: “los discursos de género reducen la sexuación al proceso de identificación”. Y, en efecto, es el punto común que podemos tomar aún en los más radicales. 

Incluso a veces podemos pensar que cuanto más radicales, más aparece esta exigencia de identificación, de identidad. Y eso plantea para el discurso del psicoanálisis una pregunta y es si podemos tomar la autodefinición del sujeto como evidente. Y lo señalo ya porque el problema de la ley, al menos como ha sido formulada aquí en España, toma como cierta la llamada autodefinición de género. Es decir, no pone en cuestión el “yo soy… lo que venga”: “Yo soy niño, yo soy niña, yo soy trans, yo soy queer…”, o cualquier atributo que podamos darle a ese ser.

En realidad, para el psicoanálisis cualquier autodefinición, cualquier “yo soy” es delirante. Y mejor volver a los clásicos, a Rimbaud, para entender que “yo es otro”. Yo es siempre otro. Es decir “yo soy” ya tiene algo de delirante. 

Lacan subrayó esto en los años 40, en su texto acerca de la causalidad psíquica, donde habla de la afirmación del indio bororo cuando dice “yo soy un bororo” no es menos delirante que decir “yo soy una guacamaya” o “yo soy ciudadano de la república francesa”. 

En cualquier afirmación del “yo soy” se colapsa, se funde, se esconde la no identidad del sujeto consigo mismo. Es decir, hay que poder -al menos- interrogar esta autodefinición como algo que no es evidente en sí mismo.

*Psicoanalista. Miembro del Taller de Psicoanálisis, de Santa Fe, que dirige Jorge Yunis. La versión completa de la Conferencia y de la respuesta de Bassols puede leerse en el número 15 de la revista Analítica del Litoral, disponible online