“Yo estaba segura que sería psicóloga”, asegura Andy Cherniavsky al comenzar su libro sobre la memoria fotográfica del rock argentino en los 80. “Pero una foto me llevó a la otra”. Andy fue parte del grupo de “los Grandes” músicos de los 80 - y que volvimos a revivir trás la serie de Fito Paez-: Charly García, Spinetta, Pedro Aznar, León Gieco, Los Twist, Fabi Cantilo, Hilda Lizarazu, Andrés Calamaro y Los Abuelos de la Nada. “Un movimiento musical y cultural”, como lo llama ella y que en lo personal era un grupo de amigos y amigas, que “después de cada recital veíamos la tele juntos, nos íbamos de vacaciones, compartimos fiestas y charlas”.

¿Cómo te sentís al estar del otro lado del flash y en el lugar del reconocimiento a tu trabajo?

--No le doy mucha importancia a la exposición mediática o periodística. Jamás se me hubiera ocurrido, más allá de hacer un libro de fotografía, escribir un libro sobre mi vida y mucho menos hacer una película. Lo tomo como un desafío, un trabajo. Cuando yo empecé era menor de edad, mis padres se separaron y terminé viviendo sola con mi hermano menor. Arranqué sacando fotos a niños en una plaza y a venderlas, ahí me armé como una pequeña empresita y dije pará, puedo ganar plata con esto. Y luego hice un curso de unos meses. Al principio, no tenía la más remota idea de lo que significaba ser fotógrafa, ni lo que estaba fotografiando. Yo iba a hacer fotos a cualquiera de todos los artistas que fotografié porque de nuevo se me ponía el desafío adelante antes que todo. Ni siquiera la profesión fue buscada. En los 80, todos y todas pensábamos que queríamos hacer lo que estábamos haciendo, no era que nos pagaban, que ganábamos un montón de plata, no sabíamos qué iba a significar todo eso, era una bandera, era un movimiento. Era ir y hacer por el desafío de conseguir un escenario para tocar mañana, entonces yo decía: ¡voy y saco las fotos! Y listo. A cualquiera le gusta que lo reconozcan, pero no esperaba tanto.

El libro que retrata la vida de Andy desde sus reflexiones y recuerdos

Mujeres pioneras

Tanto en su libro, cómo en su película, Andy se para en primera persona para hablar de su profesión, su familia y de qué es para ella el rock nacional. Su madre Martha Berlín fue una de las primeras psicólogas argentinas. “Mi vieja era una psicóloga moderna, permisiva, que fumaba porro y consumía LSD con sus colegas y amigos a modo experimental” cuenta en su libro. Era una “eterna nómade” que se exilió y vivió en Brasil y Europa de forma alternada entre sus tres distintos matrimonios. Su padre, Daniel Cherniavsky, fue el fundador y director del Centro de Artes y Ciencias, espacio cultural de vanguardia que albergó los primeros conciertos de Pappo’s Blues, Chico Buarque, Astor Piazzolla y Santana. "En dictadura, a mi viejo le pusieron una bomba en su oficina y entendió que se tenía que ir. El problema fue que nadie nos llevó a nosotros", relata Andy sobre su adolescencia. Ella y su hermano - quién muere a los 16 años en un accidente de tránsito luego de ver a los Rolling Stone en Europa - aún iban a la escuela cuando sus padres se exiliaron a otros países, “quedamos solos en un departamento de 500 metros cuadrados”.

Tus padres eran muy particulares. ¿Crees qué tenés algo de ellos que se refleja en tu vida y en la fotografía como arte?

(Andy se emociona tras la pregunta y relata que hace poco que falleció su mamá). Creo que me peleé con mis viejos toda la vida. Quizás ahora me doy cuenta que soy un calco de mi viejo como emprendedora, digamos desde que tuve restaurantes, hice libros, realmente millones de fotografías para libros, para revistas, para películas, para teatro, para todo. Y mi mamá es de las primeras psicólogas que hubo en Argentina, o sea una mina que tenía que divorciarse, y ser una de las primeras mujeres estudiantes, un lugar mucho más difícil que el mio. Entonces, esa valentía para enfrentar los desafíos, sí la tengo de mis viejos. Más allá del abandono, más allá del exilio, más allá de las cagadas que se han mandado como padres, sí, siento que aunque no estuvieron, se los debo, es una cosa muy visceral de la herencia de la sangre. De todos modos creo que fui muy buena en mi libro con ellos y con muchos. Es un libro y una película honesta, podría haber liquidado a más de uno, pero no era ese mi objetivo para nada.

En el libro te definís como una autodidacta, pero que Charly García fue un poco quién te validó como fotógrafa. ¿Es así?

--Sí, Charly le dio un espacio a las minas que no se lo daba nadie. Subir a las Bay Biscuits en el Coliseo cuando tocaba Serú. Las coristas, Hilda, Fabi, también Celsa Mel Gowland, María Gabriela, Celeste Carballo, digamos, cada una por Charly encontraba un lugar. Fue él el que le dijo a León que haga la etapa de “Pensar en Nada” conmigo. Fue Charly el que de alguna manera tiró la primera piedra. Y obviamente que yo estaba ahí y que la vida increíblemente nos juntó, y que pasó todo lo que pasó. Fuimos como dice él: una pareja fatal. Porque sí, porque Charly era un tipo que daba laburo, que confiaba en las mujeres, que le gustaba trabajar con amigas y amigos.

¿Era el líder de la banda?

--Sí, Charly de alguna manera para mí, marcó el inicio de todo, más allá de Tanguito, más allá de Spinetta, digamos como que profesionalizó la música sin quitarle un milímetro de sentimiento. Es quién se atrevió a hacer música seria, a hacer rock and roll, a hacer música sinfónica, a hacer lo que se le ocurriese y hacerlo bien. Esta frase de León: “Somos Los Salieris de Charly”. 

¿Por qué decis que te fuiste peleada con los 80?

--Me fui muy enojada de los 80 con el rock. Me costó mucho volver a conectar con el archivo. Pero no con los músicos, sino con la violencia, con la droga. Cada vez que iba a un recital me golpeaban, me escupían, me llevaban en cana. Y los excesos, bueno, eso me hizo alejarme de Andrés (Calamaro) y Charly un poco. No soy una santa tampoco, pero después de casi 10 años quería crecer en mi profesión, empecé con la moda y las fotos de estudio que me encantaban, espacios más protegidos. Nunca dejé de hacer tapas de discos.

¿Se ganaba poco con el rock?

--En ese momento no podía ganar un mango con mis fotos, y hoy mis fotos son realmente valiosas. Y quizás pesa más como trabajo todo lo que hice en el rock que fue con lo que menos plata gané. Pero siento que aposté bien por mi propio sentimiento. Lo que pasaba es que era una chica menor de edad viviendo sola en medio de la dictadura, con estos sátrapas que me llevaban de gira y me adoptaron como fotógrafa, y nos queríamos. Después del show veíamos tele juntos y nos íbamos de vacaciones, una vida normal con un grupo gente que creía poderosamente y seguimos creyendo en el poder de la canción y de la música. Pienso que valió todo eso, porque mis fotos van a durar para siempre como parte de esa historia de lo que era un movimiento musical y cultural que quería romper estructuras, que también estaba el patriarcado, la homosexualidad, la sexualidad. Queríamos ser libres.

En tu libro reconstruís escenas de esa época de juventud de los 80 con un nivel de detalle envidiable. ¿Te ayudan las fotos a recordar?

--Sí, claro. Soy una virginiana obse y el archivo es mi obsesión. Si yo no hubiera tenido el archivo donde dice justo: 5 de marzo del 83, tocaba Charly en Obras, no me acuerdo nada, soy muy olvidadiza. Pero está la foto, está el archivo, todos los contactos, todos los negativos, más todas las diapositivas. Al ir al archivo llegan los recuerdos. Increíblemente siguen siendo dos carpetas número cinco con ojalillos, todas rotas y con hojas amarillas.

Juana Molina e Hilda Lizarazu, amigas y protagonistas de los ochenta, bajo la lente de Andy. 


Las amigas y las hijas, aliadas poderosas

Hilda cantó en el día que te dieron el reconocimiento en la Legislatura. ¿Es la amistad más fuerte que te quedó de aquella época?

--Sí, y estamos muy contentas, porque tenemos trabajo, porque nos gusta lo que hacemos. Hemos hecho la muestra Los Angeles de Charly” junto a Nora Lezano y fue increíble. Somos compañeras también con mi amiga Gabriela Aisenson, son mis dos hermanitas de corazón. Y es hermoso, porque ahora somos madres. Las tres tenemos hijas mujeres y compartimos un chat juntas, y nos juntamos generalmente con ellas. Yo suelo hacerle fotos para sus discos, y ella hizo la música de mi película. Es algo fascinante porque con ese tema ella ganó el premio Gardel, hace poco. Esas son cosas importantes, pero nosotras sabemos bien quién es quién, y eso es lo más valioso. Más allá de los reconocimientos, lo importante es que hay una hermandad.

¿Qué te pasó con la serie de Fito Paez cuando la viste?

--Primero no pude parar de llorar. Lo que me pasó es que volví a esa época, a los lugares donde habíamos estado. Todas las personas de la película las conocí, las fotografié. Fue muy fuerte verlo. Me encanta que se haya hecho eso, de una manera profesional y con algo tan fuerte como la vida de Fito. Quizás los 80 fueron eso y fue un quilombo de sustancias de todo tipo y noches sin dormir. 

¿Crees que el dolor ayuda a crear un mejor arte?

-No lo creo así, o no es mi caso. Lo que puedo decir es que Fito, Charly, Andrés, Hilda, Fabi, Mercedes Sosa, tienen una sensibilidad extrema muy distinta, muy a flor de piel. Creo que es un don. Si mis viejos no se hubieran exiliado del país, y no me hubiera quedado sola, quizás me hubiera recibido de psicóloga. Y si mi hermano no hubiese muerto, no hubiera tenido que viajar... Todo es una concatenación que te lleva a una cosa y otra. Yo no dudaba ni medio milímetro que iba a ser psicóloga, y en los 90 una vez hasta pensé en volver a estudiar. Pero siempre la fotografía me ganó y siempre me desafió más. Y a estos grosos siempre les pasó lo mismo: siempre hay otra canción, y otra. Yo no creo que la tragedia y el desamor sean cosas que te ayuden a crear. 

Después del reconocimiento, el libro, la película ¿te vas a tomar unas vacaciones?

--Sí, ¡las necesito!. Justo estamos preparando un viajecito con Hilda y Gaby. Las tres juntas por Nueva York, en unos meses. 

Andy y Charly