¡Albricias!: Silvia, valioso documental de la cineasta María Silvia Esteve, se estrena -por fin- en pantalla grande. Tras su paso por plataformas digitales y una exitosa recorrida por festivales del mundo -Ámsterdam, Lima, Trieste, Montevideo, Valladolid, largo el etcétera-, estará en cartel desde el jueves 13 de julio en el cine Gaumont. Resulta la perfecta ocasión para (re)descubrir la impar ópera prima de una directora argentina que, con tanto corazón como coraje, va perfilando la trágica historia de su progenitora, Silvia Zabaljáuregui, a la par que explora el siempre complejo vínculo entre madres e hijas. Asimismo, esta producción nos habla indirectamente de generaciones anteriores de mujeres que quedaron atrapadas en el rol familiar y doméstico y no pudieron concretar sus deseos más personales.
A partir de imágenes de archivo intervenidas y el recuerdo -a veces arremolinado- de las hijas, en Silvia la también guionista y montajista pinta un retrato de muchas capas con particular enfoque de género. Por un lado, reconstruye el asfixiante entorno que terminó por truncar el prometedor futuro de su mamá impiendo que cumpliera su vocación como pianista y pintora; en suma, de artista. Pero, por el otro, deja entrever la fortaleza e inventiva de esta mujer, cariñosa y muy compañera de sus tres niñas. No es casual, en ese sentido, que en la película se mencione cuánto adoraba Zabaljáuregui a Scarlett O’Hara, la protagonista de Lo que el viento se llevó; ella parece haber querido vivir en sintonía con aquella rebelde sureña y su optimista frase final frente a la desdicha: “Mañana será otro día”.
En el delicado hilvanar de Esteve, ninguna puntada es caprichosa. Sin caer en golpes bajos o fórmulas establecidas, la directora sugiere el daño irreparable que significó para Silvia el abandono de su papá y los problemas psiquiátricos de Leda, su propia madre, cuando era apenas una niña. El martirio que vivió a causa de una relación tóxica, casada con un diplomático con problemas de depresión y alcoholismo. El muro de indiferencia con el que se topó cada vez que pidió a su círculo cercano que le tendiera una mano. De qué manera el pesado imperativo social de belleza y juventud eternas hicieron mella en su autoestima…
Como si montara un rompecabezas, Esteve va armando la figura -fragmentada, incompleta- de Silvia a partir de piezas -los diálogos- que no siempre encastran: las voces en off de ella y sus hermanas Mona y Gusi se complementan, se corrigen, se contradicen, dejando entrever que los recuerdos son una materia viva y fluctuante, en un documental que también se lee como un extraordinario ensayo sobre la naturaleza frágil y antojadiza de la memoria.
Vale decir que Esteve empezó a trabajar en esta película seis meses después de la muerte de su mamá, a partir de filmaciones caseras; viejos VHS que registraban -casi compulsivamente- variados momentos familiares: desde la boda de Zabaljáuregui en los tempranos 80s hasta la adolescencia de sus hijas. Pero lejos, lejísimos de limitarse a simplemente editar este material de su acervo personal, la directora eligió manipular las imágenes con originalidad y lirismo: en el film juega con la saturación de los colores, altera la velocidad de las escenas, superpone los materiales, los lleva inclusive hasta la abstracción, construyendo así climas que, a la vez, encuentran el adecuado complemento en fragmentos de composiciones clásicas de Ravel, Bruckner, Mahler…
“Hay planos que tienen alrededor de 40 capas de video; son breves pero les dediqué días enteros”, contaba la cineasta a esta cronista tiempo atrás, en una entrevista para Las12, añadiendo que ningún detalle está librado al azar en Silvia, todo está diseñado para producir una respuesta física y emocional específica. Aclaraba entonces que, aunque retrabajar una y otra vez las imágenes ciertamente fue un proceso exigente y laborioso, lo disfrutó sobremanera en su rol de montajista (con anterioridad, la directora ejerció como profesora de montaje en la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA).
“No quería quedarme con una imagen dada sino resignificar esas grabaciones familiares, convertirlas en algo más: una pintura viva, si se quiere, trasladada a un frame”, revelaba Esteve, a la par que reconocía su búsqueda porque el material “tuviera cierta reminiscencia al viejo cine mudo, donde se trabajaban mucho las sobreimpresiones”. Gracias a este laburo de orfebrería, decanta una triste verdad: las imágenes originales, a veces idílicas, no siempre se condicen justamente con lo que ocurría en la intimidad, cuando la cámara casera se apagaba…
Distinguido por el Habana Film Festival, por el DocAviv en Israel, por el Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires, entre otros, el documental Silvia, de María Silvia Esteve, puede verse desde el jueves 13 de julio a las 17:10 hs en el Cine Gaumont.