Una gran aspiradora de datos, intangible pero concreta en nuestra cotidianeidad: el procesamiento algorítmico. Logra cada vez con mayor precisión saber dónde nos movemos, qué deseamos comprar, qué nos pueden ofrecer según nuestra clase socio-económica, pero, sobre todo, nos sugieren y hasta nos exigen lo que nos falta.

Ante nuestro fingido desconcierto, no dejamos pasar la oportunidad. Era eso lo que necesitábamos. El algoritmo es una nueva forma de colonización, no busca sólo datos sino cuerpos, conciencias, fluidos de carne, huesos, neuronas, las diferentes formas de organización de lo vivo.

Y, sobre todo, le interesa carne fresca, las nuevas generaciones que, si se planta la  semillita en los momentos constitutivos, le aseguran la proyección en una sociedad en permanente cambio. Hace algunas décadas que ya no hay novedad, vemos cómo aparecen nuevas formas de padecimientos, principalmente, caracteropatías que resultan cada vez más necesarias para relacionarse con las nuevas tecnologías. Ellas generan tu forma de ser. Antes era Edipo saliendo a la encrucijada de los caminos y el encuentro, huyendo de su padre de crianza con su genitor biológico que, en su nacimiento, lo había mandado matar; y sin saber quién era ese, con ironía del destino, lo mata. Edipo es valiente y ama a quienes lo aman: a su pueblo, a Yocasta esposa, y a su familia de crianza, quienes le ocultaron su origen, fatal “detalle” que nos trajo los problemas que se vienen repitiendo como ecos por los confines de la humanidad. Hasta la llegada de los algoritmos que no nos engañan; Dios --si estuviera presente en cada pequeño acto de nuestras vidas-- tendría funcionamiento algorítmico.

Nos atrae el sueño de la trascendencia. Memoria blanda, memoria dura, un procesador velocísimo, posteos (que ya no son sólo palabras) en las redes, múltiples pantallas e infinitas posibilidades que nos detienen toda la vida aprendiéndolas y esclavizándonos con sus salmos. La nueva religiosidad tiene cara chata, opaca y translúcida, pero, sobre todo, es el instrumento más elaborado del ser humano para dedicarse finalmente, tiempo completo, al sedentarismo que tantos beneficios le trajo hace miles de años y que aún debía tener una vuelta de rosca.

El sueño humano cumplido, al menos ése. Existe una posición con respecto al futuro de la tecnología que se denomina, según Jorge Forbes, el poshumanismo. El ser humano convertido en el perro faldero de la tecnología, le mueve la cola cada vez que le da alimentos en forma de aplicaciones y likes a los posteos y, ante la promesa de que su perfil seguirá girando por los tiempos de los tiempos, más allá de su vida finita, esperanza de inmortalidad. En una serie llamada “Years and Years”, un ejemplo “tremendamente divertido”, la misma chica que se había implantado un celular en la mano, tiene preocupados a sus padres. Piensan ellos que la chica quiere ser varón y hablan que aceptarán que sea trans, son muy abiertos, cualquier decisión para que ella sea feliz. Pero ella les dice que no quiere ser transgénero sino quiere ser transhumana, “poshumana”, quiere donar su vida a una computadora para comenzar a vivir en forma de bits, vivir para siempre, dotar de su conciencia humana a la computadora.

No se trata de que la computadora aprenda a pensar, para eso estamos nosotros/as, se trata de una fusión donde ambas partes saldrían victoriosas. ¡Sí, tan delirante!, otra vez los padres desubicados intentan buscar el primer zapato para tirárselos a su hija. “Te estás pasando”. Ahora el trabajo más afín a estos tiempos involucra, por un lado, a los desarrolladores, dedicados desde un cómodo sofá a hacer pasar cada vez más cuestiones de la vida por las aplicaciones de celulares y computadoras; y por otro, los community managers, orientadores en el difícil laberinto de hacernos escuchar en las redes y opinar; de esa manera damos certificado de sobrevivencia. Sí, mientras subamos historias, todavía estamos vivos. El algoritmo “poshumano” está cansado de que nosotros/as pongamos tanto y ahora desea devolvernos una parte, quiere que nos moneticemos, una palabra novedosa para nuestro diccionario. Antes era ganar plata, cobrar un salario; ahora es monetizarse. Anhelan que ganemos dinero, y que esas posibilidades pasen por sus manos.

Como ya las viejas agencias de publicidad no existen, pasaron a mejor vida, ahora es el marketing digital, deberás invertir en las redes y, por supuesto, si ganas dinero, una parte se lo quedarán tus socios (o quizás tus patrones). No sólo “sustituyen” actividades realizadas por seres humanos, sino que apuntan al plano del deseo. Los mapas en tiempo real han cambiado nuestra orientación, no se trata sólo de sustitución, ya no necesitamos bajar la ventanilla para preguntar cómo llegar a tal dirección, se meten con las ansiedades orientativas, con la ubicación témporo-espacial, construyen nuevas fobias que complejizan y vuelven necesarios el estudio y el análisis de esa nueva espiritualidad, una nueva religiosidad que como la topología no está adentro ni afuera del individuo sino al atravesarlo, lo constituye. Es el tiempo “pos” del Homo Selfie.

Martín Smud es psicoanalista y escritor. Este texto forma parte del libro Mandamientos digitales (editorial El Bodegón), con prólogo de Luisina Bourband, que se lanza este jueves.