Entramos a etapas preelectorales. Aparece con frecuencia en el discurso de todos los postulantes que se debe optar por uno de dos o tres modelos de país; o peor, que se debe formular un nuevo modelo. El término “modelo” es válido plantearlo en países con un presente próspero o incluso conflictuado, pero que cuyo escenario no pueda calificarse de crítico. Países donde puedan atribuirse los problemas a deficiencias de la gestión pública, pero donde no sea necesario formular objeciones serias a la estructura productiva. No es esa nuestra realidad, aunque pongamos gran empeño en ignorarla.
Un país que hace más de sesenta años tiene problemas serios en su balanza de pagos, ya que los dólares no alcanzan para atender todas las demandas, salvo luego de picos de caída de la actividad general. Que no ha establecido ni formal ni culturalmente diferencia alguna en el origen de los capitales que traccionan su desarrollo o atienden su mercado externo y por ello ha llegado a un control multinacional sin límite en cada una de las actividades importantes que se puedan examinar. Que ya hace décadas ha abandonado la tarea de vincular ese efecto (falta de dólares) con esta causa (pluri presencia multinacional). Un país que ha perdido por el momento la capacidad de considerarse económica y socialmente estable y por lo tanto, antes de plantear “modelos” hacia adelante, debe reflexionar e identificar sólidamente las causas hacia atrás.
Es cierto que hay dos miradas sobre el presente. Ambas toman nota que estamos en crisis. Una, se desentiende de los daños y trata de que aquellos que puedan tomen beneficios de la inestabilidad. Es el remarcador serial; el especulador bimonetario; el que usa cada flanco débil del Estado para generar un negocio propio. Y los que aspiran a compartir, por trozos o por migajas, las ganancias emergentes de tales conductas. Otra, busca proteger a los más débiles, recuperando algunos puntos en la distribución del ingreso, por mejores salarios o con la asistencia social, sin caracterizar la crisis más que como una puja distributiva.
Sin embargo, al no identificar los problemas de base estructural, no hay forma de revertir la situación. Apenas se puede lograr (se podía hasta hace unos años, debería decir) salir de los momentos más duros y recorrer un sendero de recuperación, que ni siquiera alcanza a superar los parámetros anteriores al punto de partida. Que el mayor salario real histórico sea aún el de 1974, cualquiera sea la necesidad de aclaraciones metodológicas, no es chiste ni es casualidad. Es la expresión del drama. Alfredo Zaiat publicó en este diario una nota importante por donde se la mire. Súper sintetizo: afirma que ningún oferente de medidas económicas a futuro, de ningún color político, siente la obligación de decir cuál es el flujo promedio anual de dólares que asegure sostener sin tensiones financieras un ritmo de crecimiento adecuado.
Es verdad. Esa condición de contorno no aparece en el radar. El punto que agrava la falta de análisis es que, al sumergirse en los números, casi seguramente se descubriría que la tendencia de la balanza de pagos es a generar saldos negativos crecientes, con la sola excepción soñada, por algún lapso, si se aceleran las actividades derivadas del litio, del petróleo, del gas o de la minería.
Recomendaciones
Una balanza crónicamente deficitaria solo la puede bancar EEUU, montado sobre un poder militar que esconde muchas de sus ineficiencias y dramas internos. Pero si Argentina concluye lo mismo; si se instala el término “crónico” en lugar de la ilusión “coyuntural”, no queda otra que cambiar condiciones estructurales que alteren algunos componentes de esa suma algebraica de entradas y salidas de divisas. Eso implica llamar “médicos” económico financieros, para que identifiquen las debilidades de cada componente, de modo tal que luego ingresen los economistas políticos y procedan a:
* Modificar el marco normativo de las inversiones extranjeras para evitar que la generación de trabajo y el aporte de tecnología se contrapongan con los efectos negativos sobre la balanza de pagos.
* Crear instrumentos y condiciones para que el ahorro nacional sea en pesos, eliminando el dólar como refugio de valor.
* Desarrollar los proyectos exportadores con particular control de la argentinización de la actividad, para evitar que los flujos positivos de ventas al exterior se diluyan y reviertan por flujos negativos de utilidades, regalías, autopréstamos y colaterales.
Un marco conceptual más amplio de esto y otras propuestas relacionadas pueden verse en la nota "Más allá de la dolarización y del ajuste: alternativas para salir de la crisis", que publiqué en este mismo suplemento. Solo en tal contexto nuestros dirigentes podrán decir que están formulando y luego aplicando un modelo nuevo de desarrollo.
* Ingeniero. Instituto para la Producción Popular.