Ella, que escribió el Terror Poliamoroso (aquí se tradujo como “el desafío poliamoroso”) dice que comprobó que es peligroso venir a Buenos Aires. Y no es porque algo le haya dado miedo sino más bien por las ganas que le dieron de quedarse y las que se llevó de volver. “Es que es emocionante ver cosas como el movimiento travesti-trans reclamando reparación histórica por la represión que ha sufrido, estamos a años luz de llegar a eso en mi tierra”, dice mientras recorre con su campera de cuero la Avenida de Mayo, por donde el 28 de junio se marchó para reclamar -además de la reparación histórica- contra los travesticidios y los transhomicidios, donde se preguntó otra vez ¿Dónde está Tehuel?
Antes, Brigitte Vasallo, autora de El desafío poliamoroso, Lenguaje inclusivo y exclusión de clase y la ficción Pornoburka, entre otros títulos provocadores, había tomado el té en el Tortoni -a sabiendas de que "tortas" se les dice aquí a las lesbianas- junto con Marlene Wayar, Susy Shock y Violeta Alegre, quien facilitó la charla que, sanguchitos de miga mediante, tuvimos para hacer esta nota en el Observatorio de Géneros del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Después, Brigitte tendría una charla pública con Marlene en el CCK -a la que la invitó el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación-, y otra más en el bar La Tribu Mostra, todos eventos a sala llena movidos, sin duda, por el deseo o la curiosidad de poner en cuestión la monogamia.
“Es un libro, a diferencia de otros, que cierra. Para mí no deja demasiado abierto. Pero es un libro con el sigo estando de acuerdo. Y creo que, aunque después de escribirlo y después de años de prácticas para salir de la monogamia, seguramente no nos ha ayudado a amar mejor o de otra manera, sí nos ha ayudado a separarnos mejor. Esto lo he hablado con muchas compañeras. Ahí hay una clave” ¿Tanto hablar de relaciones para aprender a terminarlas? No es un chiste, para nada, pero qué fácil es reírse con ella por puro alivio de poner en común lo que ya sabemos todes: que todas las historias tienen un final, y si esas historias son de “amor Disney” -como Vasallo elige llamar a lo que popularmente se conoce como amor romántico-, seguramente terminarán antes.
Sin embargo ahora, a Brigitte le interesa hablar más de cómo relacionarse no con quien se quiere, sino con quién no se quiere. De recuperar ideas de comunidad en las que no es el amor o la pasión lo que anuda el cuidado mutuo sino la responsabilidad y la reciprocidad. En plena pandemia, cuando una vez más desde 2018, cuando se editó por primera vez “Pensamiento monógamo. Terror Poliamoroso”, le preguntaron por las prácticas no monógamas, ella aludió a un poliamor que no cuenta como tal: “Si vamos a hablar de relaciones, hablemos de llevarle la sopa a la vecina que está sola y que tantas veces no nos cae bien”. He ahí un verdadero desafío para esta escritora y ensayista que ahora lucha contra los huertos eólicos que están poniendo en riesgo las tierras comunales en su tierra, Galicia, de donde va y viene a su otra residencia en Barcelona. “Imagínate, ahí me tengo que aliar con ganaderas que tienen cuatro vacas, con las que quieren seguir volando en parapente, con mucha gente que no me gusta y otra que sí, pero las alianzas y las articulaciones tienes que hacerlas por razones más fuertes que el gusto”.
¿Podríamos decir que alianzas de este tipo también se dan en el movimiento feminista?
--Mira, yo siempre he dicho que soy feminista entre comillas, no he sentido que para mí sea una identidad. Pero como no soy ni binaria ni monógama o intento no serlo, o no caer en esas formas de pensamiento, no puedo decir demasiado del feminismo. Eso no quita que me nombre así con cariño y con orgullo feminista y que también me ayuda a articularme. Más bien es como una caja de herramientas, que a veces usas y a veces no, como las herramientas. Depende lo que quieras hacer, depende como esté tu cuerpo para usar el martillo. A veces hay que irse a otras herramientas. Ahora por ejemplo estoy usando más mi caja de herramientas decoloniales que da vuelta completamente la manera de pensarnos.
¿Y cómo se piensa el decolonialismo desde Europa?
--Pues primero asumiendo el lugar que significa Europa en el mundo como poder colonial, y el haber sido construidas desde ahí como europeas. Y luego de qué manera los procesos de descolonización epistémica, en mi caso concreto, yo lo estoy tratando de aplicar a las comunidades campesinas precapitalistas de Europa. Porque soy hija de una de ellas y porque lo que se me explicó siempre es que éramos analfabetas, atrasadas, bárbaras en el sentido negativo de la palabra, salvajes, en el sentido negativo de la palabra. Y por lo tanto poblaciones que había que abandonar, había que despreciar el conocimiento que provenía de ahí y había que esconder todo lo posible la tierra que llevamos debajo de las uñas. Conozco bien esa vergüenza. Entonces la perspectiva decolonial me está sirviendo también para repensar cómo sucedieron los procesos capitalistas un campo europeo en concreto como es el de Galicia, un territorio donde queda mucho rastro. Las últimas tierras comunales de Europa son nuestras y están a punto de desaparecer. Por eso lo que está pasando Jujuy me resuena tanto, porque aquí está la extracción del litio y allá están las grandes transnacionales de los eólicos expropiando las tierras a la gente.
¿Cómo son las tierras comunales? ¿Se trabajan en conjunto?
--Nuestros montes son de la comunidad desde el siglo XVII. Aunque las tierras de mi comunidad son de cien años antes, lo sé porque mis primas tienen aun la escritura de la Sierra que es una cosa bastante mágica. Son territorios que no son de nadie para que sean de todo el mundo, no es lo público ni es lo privado. El estado ahí no puede entrar porque es de la comunidad. Y que las tierras comunales te pertenezcan quiere decir que durante seis meses al año sale humo de tu chimenea. No necesitas más, no necesitas un apellido, no necesitas una filiación, no necesitas una documentación, no necesitas nada.
O sea que tampoco se heredan.
--No. Si dentro de la casa donde vives hay fuego quiere decir que hay vida y la prueba de eso es el humo que sale. Cuando pasan esos seis meses pasas a formar parte de la comunidad y de la propiedad comunera. Eso quiere decir que puedes hacer uso pero no puedes hacer abuso. Puedes recolectar castañas, leña, llevar tus animales a pastar, son un montón de usos que sin ellos en muchos casos no podrías sobrevivir. Yo tengo un montón de vecinos, gente muy pobre muy empobrecida que lo cuentan así, sin las tierras del común, no sobreviven. Son reglas precapitalistas y preexistentes al estado, por supuesto, que más tarde nos mandó la figura del alcalde, hizo las particiones administrativas de los ayuntamientos y desarmó las formas asamblearias de organización. Aún así quedan rastros, los veo en mi familia. La perspectiva decolonial me esta ayudando a entender quién soy de formas menos violentas que las que me enseñó la modernidad.
¿Esta posibilidad de pensar otros modos de habitar la tierra también tiene su efecto en otros modos de habitar el cuerpo?
--Totalmente. Fíjate que yo cuento como una especie de broma -aunque no lo es porque la cuestión de la nomenclatura hay que tenerla en cuenta- que si yo digo “lesbiana” en mi aldea cada quién piensa lo que piensa, y seguro que lo que yo pienso no es lo mismo. Entienden que es una palabra de la modernidad y que lleva ya todo un peso. Sin embargo, cuando una vaca están celo, digamos, la vaca de mi prima está en celo, todas las vacas montan esa vaca y todos los toros montan esa vaca, por supuesto. Entonces hay una experiencia también de lo que es natural y lo que es no es natural y que sexualidad es natural. Eso tiene consecuencias en la manera en que la gente entiende y vive su propio género, pero que al mismo tiempo no vamos a encontrar las disidencias de género que desde la modernidad estamos buscando cuando volvemos a las aldeas. Porque de la misma manera en que se llevó la heterosexualidad a las aldeas como imposición ahora estamos llevando cuir como una nueva imposición a gente que lleva siglos recibiendo mandatos desde la modernidad urbana. Es algo en lo que estoy trabajando.
¿Cómo es que se llevó la heterosexualidad a las aldeas?
Hablo de la heterosexualidad como sistema y no como práctica, porque como práctica nos da igual, lo que nos importa es como sistema. Pues se lleva, por ejemplo, a través de la Iglesia. En Galicia te diría que es así, cuando llega un cura y empieza a decir que, por ejemplo, las criaturas que no tienen un padre certificado. Es que las mujeres tienen los hijos, los hijos se crían en comunidad y el padre, pues si quiere estar que esté y si no está, que no esté. Cuando eso se empieza a llamar como hijas de solteras, hijos bastardos, a denostarlos, ahí llegó la norma heterosexual. Como además las feministas desde el urbano, empezamos a victimizar esas mujeres, que pobrecitas, ¿qué tal si nos planteamos que tal vez esa es una forma totalmente legítima de vida y era la forma de existencia en esas comunidades? Al menos podríamos tener esa duda.
Claro, el tema es si esa forma de organización recarga a algunos cuerpos sobre otros.
--Bueno, pero estamos hablando de aquello que es anterior al patriarcado del salario como diría Silvia Federici. En ese punto no había tareas de cuidados, o sea, no había ninguna tarea que no fuera de cuidado. Todas son tareas de subsistencia. Lo que convierte a unas tareas de subsistencia y a otras no, lo que define a las tareas de cuidado como una cosa aparte es el patriarcado del salario que dice a los hombres dinero y a las mujeres cuidados. Y que eso también determina quién va a ser hombre y quién va a ser mujer. Pero en una sociedad precapitalista eso no existe y sabemos que una sociedad precapitalista no estaba en el vacío. No diciendo con esto que estoy buscando un resultado puro y tampoco algo que se podría llamar "mejor". Porque sí que allí pasaba de todo, lo que estoy buscando mostrar es que esa sociedad que a mí se me ha dicho que tenía que olvidar, que no hay nada que aprender de ella, que me tenía que avergonzar por venir de ahí, era una sociedad que existía y que tenía el mismo derecho de existir como todas las demás. Y sí quiero recuperar sus sentidos y su energía porque es la mía. Y porque me parece que es algo más allá de mí y es una cosa comunitaria que me parece que tenemos que recuperar, hay algo valioso para entender qué somos, qué nos ha pasado y cómo llegamos a ser esto que somos.
Podríamos plantear también un recorrido de cómo llegar al poliamor partiendo de las tierras comunales, aunque lo estés trabajando cronológicamente al revés.
--Son trabajos que no están para nada separados. Yo creo que todo lo que yo he ido haciendo, sin intención, viene de lo que a cada momento necesitaba hacer. Cuando miras así en perspectiva el trabajo hecho y el trabajo por venir, que ya tengo como más o menos dibujado, yo siempre estoy pensando qué es aquello que hace que la alteridad sea alteridad, cómo se genera esta desigualdad, como se ha dibujado es como el centro de la cosa,
¿Pero a la alteridad la consideras una violencia?
--Cuando viene desde la autoridad, sí. Cómo se genera esa subalteridad desde ahí, cómo se genera en nosotres y en otres, qué es lo que hace que eso sea posible y qué consecuencias tiene. Creo que como me ha tocado ser la otra en muchas ocasiones... por género, por clase, desde ahí hay una inquietud, claro. Y además el tema de la expulsión sin duda, encima la expulsión partiendo de la expulsión de las familias. Creo que eso también ha dejado una marca grande, es una de las cosas que yo investigo constantemente, cómo se generan las expulsiones, cómo se puede buscar otras maneras de estar.
Pienso también que sin reconocer la alteridad como un valor caemos en simplificaciones a las que asistimos en el último tiempo. Por ejemplo, a través de ideas como la sororidad, o incluso la empatía. Ni el hecho de ser mujer nos convierte en solidarias unas con otras, ahí están las mujeres de derecha, ni siempre es posible ponerse en el lugar de otre. Porque no todes sufrimos el racismo, por ejemplo. ¿Ser la otra, no tiene algo de valioso? Susy Shock lo sintetiza en "que otros sean lo normal".
--No, claro, pero ahí lo estamos pensando desde los términos de lo hegemónico. Pensando desde las categorías de lo hegemónico y el otro no hegemónico, sin duda. Pero a mí una de las cosas que me preocupan es cómo estamos incluyéndonos en lo hegemónico. Porque la casa del amo, cuando te abren la puerta, es muy golosa, estás ahí como luchando contra el amo y de pronto éste dice "ey, entra" y hay que ser muy brava para resistirse a eso. Y el sistema está haciendo todo el tiempo eso, invitarte a entrar siempre con trampa.
Invitarte a entrar pero siempre dejando a alguien afuera, como en el caso de las personas trans y travestis, y pienso aquí en lo problemático que se volvió el movimiento transexcluyente en España…
--Claro, por eso es que yo elijo identificarme como mujer aun sin mucha convicción. Como el Boy George que cantaba "yo soy un hombre sin mucha convicción". Yo me nombro mujer desde ahí porque sé que siempre ha sido un insulto y porque veo intentos de fugarse de esa palabra que no sé si tiene algo de autoodio. Y yo por eso digo, me voy a quedar aquí. Sabiendo que me quedo aquí y soy un escándalo cuando me nombro así, que soy una ofensa para la categoría mujer hegemónica. Y esto lo hablábamos con Marlene Wayar, que ella decía que no nos podemos seguir nombrando en esos términos, ¿no? Y lo entiendo, hasta puedo defenderlo yo también, pero al mismo tiempo cuando estoy con mis compañeras campesinas, yo sé que esa palabra nos articula bien y como ni me la creo, más me la descreo, me sirve. Pero sí, en esa manera un poco estratégica y pensando también como en el en el insulto histórico y en el auto odio histórico sobre el concepto y sobre la idea de mujer, me mantengo ahí, como mujer marimacho aunque sea una contradicción todo.
¿Siempre has usado tu propia biografía como disparador de tu trabajo?
--Sí, siempre. Porque no tengo otro material, qué más que coger eso que he vivido, que ha atravesado mi entorno y ofrecerlo por si hay algo que es colectivo ahí. Cuando lo entregas, apuesto a que sea posible tomar distancia totalmente de que eso me haya pasado a mí. Mi pregunta inicial, en todo caso, es si eso que me ha pasado a mí es un proceso de la historia también, que no fue solo casualidad, que no fue solo mala suerte. Y sí, la verdad es que no sé escribir sobre otras personas. En la ficción un poco más. Pero desde el ensayo siempre hay una cosa que está atravesada por mis vivencias, pensando que el cuerpo no se acaba tampoco en el límite de mi piel. Cuando hablo de un yo, hablo de un yo que es más allá del yo singular, sin pretender tampoco que sea un yo universal.
Bueno, Annie Ernaux, la escritora francesa que ganó un Nobel con una obra de autoficción, dice justamente que el yo es un espacio a ocupar por cualquiera, incluso sin género.
--Sí, puede ser. El caso es que yo con la escritura planeo poco en ese sentido porque es tan pesado escribir, hay una cosa que es maravillosa y por otra parte es tan pesada... aunque después de tantos años hay más placer del que había al principio, porque antes tenía mucha policía interna. Yo no tengo estudios, a eso me refiero con la policía, a un castigo de clase de estar escribiendo estas cosas sin tener un título que me legitime. He estado escribiendo en contra de mí misma por un buen rato. Eso se ha moderado con los años, también con el capital social que he ido adquiriendo y con el capital cultural que he ido adquiriendo a través de las lecturas. Eso también me hace valiente, pero sobre todo con los procesos de reflexión sobre la clase y fíjate que también con el género sin duda.
Ya cuando te piden la biografía podés decir tranquilamente que sos escritoria y ensayista (nos reímos)...
--Ay, eso es tan urbano, la cuestión de que el trabajo sea lo que te define. En mi pueblo nadie me pregunta lo que hago. Todo el mundo asume que la gente hace lo que puede, no escoges tanto lo que haces, ¿qué vas a hacer si venimos de pobres, pobres de pasar hambre todos nosotros? Y sin embargo en lo urbano está siempre la pregunta ¿tú que eres? Pero es curioso, con todos los trabajos precarios que tenemos que tomar las gentes que venimos de pobres, cuando yo hablo de mis años de limpiadora se toma como una cosa bohemia. ay ella, limpiadora, pudiendo ser astronauta (se ríe fuerte) ¡Y es que no había otro trabajo!
¿Cuánta parte de lectura y cuánta de escritura podríamos decir que tiene tu trabajo cotidiano?
--Yo creo que todos estos años fui básicamente lectora. Y me pongo a escribir cuando veo que no encuentro la respuesta que estoy buscando a algo que me está pasando en lo que estaba escrito. Entonces, como buena marimacho, me pongo a hacerlo yo. Aquí clavo yo el clavo... (más risas)
¿Es así como surgió entonces el libro sobre Poliamor?
--Parto siempre de un dolor o de una carencia que va más allá de decir "aquí hay un tema interesante", el motor es que hay mucho ruido en mi cabeza, algo que me atraviesa personalmente, ahí me pongo a investigar y escribir porque me calma el ruido aunque no sea de forma definitiva. Porque las respuestas o son colectivas o son una mierda.
¿Y cómo te sientes con el libro después de unos cuantos años ya que está escrito?
--Este es un libro que cierra no es un libro que abre es decir, los nuevos trabajos que estoy haciendo sí que abren son un llamamiento para ver si hay un nosotros ahí fuera. El desafío poliamoroso, lo que hacía era cerrar una etapa después de 20 años de investigar en las relaciones. Entonces no es un libro que para mí abra un mundo nuevo es un libro que para mí cierra toda una forma de pensamiento y yo continúo con mi vida, como ha sido siempre. Sí me ha supuesto complicaciones personales.
¿Por qué?
--Porque de repente ser como un ícono de las relaciones dificulta las relaciones en sí mismas. ¿Cómo hago para relacionarme desde cero con alguien que no conoces y que no te conoce pero piensa que va a salir tu pareja poliamorosa de atrás? No me ha facilitado para nada la vida. Pero sí es un libro con el que sigo estando muy de acuerdo, sigue apareciendo constantemente en mi vida esa afirmación de no ser monógama... Todos estos años de prácticas de comunidad, de todo lo que lo que pasa alrededor de esto mismo, a la vez me sirve, más allá de mis relaciones sexo afectivas. ¡Me sirve en la separaciones! Después de mucho llorar y meternos en líos sí podemos afirmar que nos separamos de mejores maneras, le he charlado con muchas compañeras. Ahí hay una clave.
Pero en definitiva, no podemos corrernos de las narrativas conservadoras del amor, de tener o no tener pareja, de que el amor hace una familia...
--Pasa también con las amistades, hay un peso en esa expectativa en las amistades... Creo que hay un miedo a quedarnos solas, que yo lo reconozco también como real. Si el mundo es tremendo, si aquello que nos prometieron que iba a ser como el lugar al que siempre se puede volver, que es la familia, nunca pudimos volver y además tuvimos que salir corriendo. Porque siempre fue un lugar peligroso en mi caso y en el de tantes. ¿Dónde iré yo a buscar cobijo, si algún día realmente necesito buscar cobijo de verdad? Es un miedo que está allí y que me cuesta callarlo por mucho que tenga redes, por mucho que tenga amigas. A cada a cada ruptura amorosa -poniendo en el mismo plano la amistad también- a mí me aparece el fantasma ese de esa soledad del te vas a quedar sola porque mira cómo eres, estás saltandote todos los límites, estás poniendote en riesgo constantemente porque no estás haciendo nada lo que te dijimos que había que hacer para no quedarte sola.
La pregunta sería ¿Qué es lo que anuda la responsabilidad de cuidado?
--Eso me interesa muchísimo. Y si algún día me da por revisar el Terror (Poliamoroso), esa es una de las cosas que indagaré, porque está muy claro que el sistema monógamo nos maneja a través de los afectos, pero ¿qué pasa con los desafectos? Que incluye la gente que te cae mal pero también la vecina. Tengo una respuesta práctica que te voy a decir: lo que anuda la responsabilidad de cuidado es la necesidad. La necesidad de que eso esté sucediendo. Y pienso en las comunidades pequeñas sin tratar, de nuevo, de ofrecer como un paradigma así maravilloso porque allí pasa de todo y pasan todas las violencias también, pero hay como una conciencia... Cuando voy a la aldea de la que fue expulsada mi familia, quedan cuatro personas, yo soy la quinta, con mis primas sumamos nueve. Tampoco te puedes permitir no cuidar así como a lo grande, claro, porque es que estamos allí. O sea, tienes que mirar hacia no sé dónde para no ver que realmente la vecina necesita que le vayas a buscar el pan. En lo urbano vivimos como si no fuéramos dependientes, en esa fantasía. Tenemos que cuidarnos y es una toma de conciencia que sea así, una determinación política. No sé si hay otras formas.
Eso que llaman amor es política…
--Pero esa es la trampa, de cuidar a alguien porque quieres a esa persona. Si la quieres es obvio, es mucho más fácil. Pero cuidar es porque hay una comunidad, aunque no la veamos, y está la necesidad de cuidarnos recíprocamente y eso pasa por todos los demás lugares y seres entre quienes nos debemos cuidados, por el resto de los animales no humanos, pasa por el paisaje, pasa por la geografía, por el planeta. Que no pase solo por el amor, porque allí está la trampa.