Hay un territorio que es la prolongación de la escena. Un andar por los caminos para poblar, de otra manera, lo que la tradición quiere arrasar o colonizar. El cuerpo desnudo o pertrechado de atuendos dislocados creados por NUBE, contagiados de las formas de un animal, de la naturaleza iracunda, derramado en colores ardientes para distraer la tristeza de las pampas. Eduarda (Jorge Thefs) anda con su tropilla por esas tierras que siempre han querido conquistar los machos. Su cuerpo queer no acepta otro lenguaje que el de su lengua descarnada y poética. A esa tierra esquiva (pero que al mismo tiempo se muestra fecunda y maltrecha) hay que habitarla con poesía.

Esa voz que es confesional parece de este tiempo. Si el nombre de la protagonista de esta ópera quark evoca al siglo XIX, el relato es el de un diario íntimo con la melancolía malsana de una confesión adolescente, situada en un mundo cercano. Este libro de Pablo Foladori es la segunda parte de una trilogía de la que Foladori ya estrenó Barroco transplatino. El concepto de quark está ligado a una forma de descomposición, casi milimétrica. De hecho esta propuesta que sucede dentro de la plataforma de Ópera Periférica, no tiene la magnanimidad, ni la categoría ornamental habitual en este género. Aquí los recursos son mínimos y la desmesura está en la actuación y en los modos de combinar los procedimientos.

Lo que ocurre es un viaje, tema crucial de la literatura argentina. Eduarda podría ir hacia el desierto porque el desierto como concepto está presente siempre que se desarrolla una huída. Su caballo tiene las crines violetas porque se trata de un juguete de la infancia. Los objetos narran a partir de un trabajo de escalas desfasadas. La combinación entre la escenografía de Benjamín Felice, los caballos electrónicos de Leni y el video de Florencia Zunana colaboran para romper las temporalidades. Todo remite a situaciones que ya ocurrieron, la palabra tiene esa discursividad de la tragedia griega (pasada por el tamiz de lo contemporáneo) donde los hechos se contaban pero no se desarrollaban ante los ojos de lxs espectadorxs. Los objetos en escena se muestran como partículas de estructuras ajenas que conviven para dar cuenta del collage. En las imágenes del video hay algo más actual, dinámico que dialoga con la música en vivo de Agustín Genoud.

NUBE, como uno de los intérpretes con la cresta en punta en una señal de animalidad punk, habla también de una mutación. Los cuerpos de Eduarda parecen asumir todos los cambios que propone este tiempo: Son cyborg, son devenir animal como si pudiesen completar su agenciamiento con todo lo que los rodea, hermanarse con la naturaleza, con las cosas, con el mundo electrónico para criticar lo humano mientras muestran su carne. La piel es la verdadera protagonista.

La música electrónica le da a esta epopeya una impronta futurista. Su estructura se sostiene en palabras aisladas que desarman un deseo. La música es abstracta, reproduce la sonoridad de una naturaleza rota. El relato que evoca una infancia, un amor que está como perdido entre la urgencia del camino. Jorge Thefs ofrece esa actuación entre irónica y tierna, un estilo inteligente que siempre parece entrar en complicidad con el público mientras lo distrae y lo encanta. 

La sensualidad, tanto en Thefs como en NUBE y en Mabel es parte de una coreografía, de un despliegue del cuerpo que parece estar medido, pensado para su provocación. El drama los impulsa a bailar. Todo pasa por el cuerpo, los recuerdos, los sabores perdidos. Hay un placer en recordar porque los sentidos están allí como el puro presente de la escena que, en relación con el artificio que propone la música, de las formas felinas de los personajes, de esa ropa de tiguezas, de esos atuendos que se sacan, de esos pelos agazapados en las puntas de unas crines que devienen en rareza, hablan de algo indómito.

Ese territorio que en la literatura nacional siempre está poblado de lamentos, aquí se convierte en una pista de baile. La alegría marica ha llegado sin negar el drama, sin olvidar que no son bienvenidas pero esos cuerpos siempre están de fiesta, sensuales, opulentos, parece que lo quieren todo, que se tocan y lamen pero que también podrían comerse el mundo

Eduarda es la narradora, la dueña del relato. A su lado Maru Ki y Sai Li realizan acciones que son enunciadas pero que no se reflejan en su comportamiento.

En la escritura, el cuerpo surge disociado, la lengua puede ser una entidad independiente que hace su camino por el cuerpo, que queda como sensación. En la forma de construir su poesía, Foladori hace del cuerpo una zona de la memoria que narra por sí sola. Eduarda tiene que escuchar a su cuerpo y de allí salen imágenes como disparos. Eduarda propone una política de la entrepierna como la fundación de una nueva rebelión.

Eduarda se presenta el sábado 15 de julio a las 22 horas en Planta Inclán.