Violencia es reprimir. Violencia es discriminar. Violencia es crear arte. Violencia es no tener para comer. Violencia es no tener donde vivir. Violencia es no respetar los pronombres. Violencia es existir. Violencia es olvidar. Violencia es interrumpir. Violencia es negar. La violencia es un monstruo de infinitas cabezas, una brea negra que se mueve en la cuerda floja de la crueldad y el cinismo. A lo largo de toda su carrera, el artista Juan Carlos Romero (1930-2017) reflexionó sobre el carácter artístico y pedagógico del término.
“La violencia está por todas partes, omnipresente y multiforme”, solía decir. Ahora, W-galería presenta Violencia [50 años] 1973/2023, una reconstrucción de la instalación histórica que el artista expuso en el Centro de Arte y Comunicación de Buenos Aires (CAyC) en abril de 1973. En la muestra se presentan temas como su interés por la gráfica, el compromiso con la política y la militancia, las denuncias contra las injusticias del mundo y el conceptualismo aplicado a problemáticas latinoamericanas. Todo esto se puede ver en una sucesión de afiches con la simple escritura de una palabra, un gesto destinado a impactar contra el espectador con suma frialdad.
Intenso y contemporáneo
Si estuviera vivo, Juan Carlos Romero podría ser uno de esos artistas que recorren la escena contemporánea. Siempre con ganas de hacerlo todo: ser docente, gremialista, artífice de proyectos colectivos, un tanque de guerra que buscaba exprimir al máximo las posibilidades del arte.
Su práctica híbrida demuestra que para un creador nada es suficiente, hay que investigar y experimentar con lenguajes diversos, desde sus punzantes cuestionamientos a los protocolos del grabado entre 1956 y 1963, hasta el desarrollo de un afiche tipográfico que pudiera condensar críticas sobre las normas visuales y que ponga en valor otros medios alternativos para realizar una obra.
El espectador era otro foco de interés: Romero siempre quiso que este observe, pero que también participe. Para él la imagen tenía que ser un portal en el que pudieran entrar y salir cosas, una chispa que encendiera la imaginación de las personas y les permita pensar la realidad, ser conscientes de sus hilos, cortarlos e inventarse otros.
Democracia y joyería
Otro norte en la vida de Romero fue la democratización del arte: una utopía para hacer de esos objetos sagrados e inmaculados, herramientas pedagógicas para promover otros puntos de vista. Crítico de las instituciones, se encargó de agitar las aguas de un mundo que durante mucho tiempo prefirió un único modelo de artista y una concepción un tanto rígida del arte, a pesar de los diversos cuestionamientos que florecían en los años 40.
Mientras varios artistas argentinos de la época reflexionaban sobre los aspectos formales de una obra, Romero iba más allá y se preguntaba por las formas, los contenidos y su inserción en el cotidiano de las personas. Sus imágenes eran políticas pero había una necesidad de construir una política de la imagen, una ideología que pudiera imprimir en el objeto un combustible para torcer y estirar el pensamiento.
Sus afiches imperfectos, llenos de fallas de impresión, manchas y otros errores proponen un nuevo modelo de existencia para las obras y, con suerte, una nueva manera de habitar el mundo para las personas.
El poder de la violencia
“La violencia debe ser aplicada en nuestras propuestas, una de las tantas formas de reducir la violencia represora”. Esto afirmó Romero en un texto del catálogo de la exposición “Arte e ideología”, realizada en 1972. Violencia, la instalación que el artista presentó al año siguiente en el CAYC, proponía reflexionar sobre el poder de la palabra y sus posibles asociaciones. La obra consistió en el montaje de una gran variedad de textos tomados de diferentes fuentes literarias, políticas e imágenes y titulares del semanario sensacionalista Así. A esto se le sumaba una serie de afiches con la palabra VIOLENCIA en mayúsculas. Estos formaban una extensa hilera ubicada en las paredes y en el suelo de las salas.
La apropiación de la palabra violencia y su cita multiplicada habla de un artista empapado en las vertientes conceptuales de la época: hacer de la obra un gesto, tomar un concepto de un lugar para instalarlo en otro opuesto. El arte conceptual impuso un abordaje crítico sobre las formas y como un microscopio, se ocupó de hacer foco en las unidades más pequeñas del lenguaje: las palabras. Luego era tarea del espectador dejarse afectar por los afiches, sus enormes letras y todas las derivas mentales que les generaba el concepto.
Cruza rara entre ilusión y trampa, la instalación buscaba activar pulsaciones en el público y transformarlo en una masa crítica. Romero concibe la idea de un espectador-actor, un agente que pudiera hacer algo más que contemplar una obra de arte.
Su reconstrucción en W-galería es importante para repensar la actualidad. En un mundo fragmentado por el capital y la desidia que dejó la pandemia, la violencia encuentra diversas formas para manifestarse: en los discursos de orden que solo buscan el eterno retorno a un mundo conservador, en la intolerancia contra las subjetividades que se corren de las normas, en los grupos de odio que denuncian la inutilidad de la política, entre tantas otras.
En varias oportunidades, Juan Carlos Romero advertía la necesidad de una violencia transformadora, más cercana a la idea de dar vida. Una fuerza noble capaz de combatir la violencia institucional, la represora y aquella que solo busca la destrucción. 50 años después, nada parece ser más relevante que este mensaje.
Violencia [50 años] 1973/2023 puede visitarse hasta el 4 de agosto en Viamonte 452, de lunes a viernes de 13 a 17 hs.