NUESTROS DÍAS MÁS FELICES 6 puntos

Argentina, 2021

Dirección: Sol Berruezo Pichon-Rivière.

Guion: Sol Berruezo Pichon-Rivière y Laura Mara Tablón.

Duración: 98 minutos.

Intérpretes: Matilde Creimer Chiabrando, Lide Uranga, Antonella Saldicco, Cristián Jensen.

Estreno exclusivamente en Malba Cine (domingos a las 20 horas) y CCK (viernes a las 19 horas).

En su ópera prima Mamá Mamá Mamá, Sol Berruezo Pichon-Rivière apuntaba la cámara con sensibilidad hacia un grupo de niñas y púberes durante un día de verano, reflejando códigos y vínculos. Con Nuestros días más felices, la joven realizadora argentina (aún no cumple 30 años) construye una película diversa en más de un sentido, pero que comparte en gran medida el interés por retratar las relaciones familiares. Los protagonistas son tres: Agatha, una mujer que está a punto de cumplir 74 años, y sus hijos Leónidas y Elisa. Leónidas, que anda por los treinta y pico, se quedó a vivir con su madre, en una relación simbiótica y demandante, por momentos incluso asfixiante, mientras que Elisa decidió hace tiempo dejar la ciudad costera natal para buscar bien lejos otros horizontes. Agatha disfruta de los cortes de pelo de su hijo y del “champagne” –palabra que pronuncia no sin cierta afectación– luego de la cena, pero un vahído la hace visitar al doctor de toda la vida, prólogo de una enfermedad que se intuye agresiva.

La descripción precedente podría indicar algún tipo de drama psicológico al uso, pero la introducción de un fuertísimo elemento fantástico a los veinte minutos de proyección cambia radicalmente la hoja de ruta. Una mañana, Agatha descubre que ya no es la anciana, según sus propias palabas, “vieja y gorda” que solía ser, sino una niña que no llega a los diez años. En otras palabras: es ella misma, pero en el cuerpo que supo ocupar casi siete décadas atrás. A partir de ese momento, y una vez superada la sorpresa inicial, Nuestros días más felices utiliza ese mecanismo cercano al realismo mágico para reflexionar sobre los vínculos maternofiliales, en particular cuando la llegada de Elisa altera por completo la usual dinámica entre los otros dos. Es que Leónidas, sumiso y acostumbrado a servir a su madre, fanático de todo lo islandés y encerrado en un clóset sexual bajo varias llaves, contrasta por completo con su hermana, la rebelde, la que choca todo el tiempo con la madre por razones coyunturales y otras afianzadas en el pasado.

La jovencita Matilde Creimer Chiabrando, que ya había colaborado con la realizadora en su largometraje anterior, brilla como la Agatha infantil con mente adulta, aunque inevitablemente en ciertos momentos la actuación delata su edad real. No es un problema grave: al fin y al cabo, el film se propone como un juego de roles. Pichon-Rivière utiliza además una serie de collages, realizados en la ficción por Leónidas, para ilustrar ansias reprimidas y recuerdos de infancia, apuntalando el tono grácilmente naif de todo el procedimiento creativo. La aparición desde el primer minuto de un gurú de la autoayuda en la televisión, un tal Tony Reynolds, de gestos impostados y peluquín blondo, es tal vez el único elemento desafortunado, que la trama convierte eventualmente en algo parecido a un ¿ángel? Es que, en última instancia, y más allá de la jovialidad y elasticidad física de la “nueva” Agatha, Nuestros días más felices es ante todo un retrato de los lazos familiares y la necesidad de amar ante la inminencia de la enfermedad y la muerte.