Consolidada su situación profesional y salarial y en pleno proceso de concursos abiertos para cubrir prácticamente la mitad de los cargos, la Orquesta Sinfónica Nacional regresa al escenario de la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner. Este viernes 7 a las 20, bajo la dirección de Gustavo Fontana, la mayor orquesta argentina interpretará un programa que pondrá en escena distintas formas del fervor romántico, articulado entre el Concierto para piano nº2 en Fa menor Op. 21, de Frederic Chopin, con la participación del irlandés Miceal O’Rourke como pianista invitado, y las Danzas Sinfónicas Op.45, de Sergei Rachmaninov. O’Rourke, que llega a Buenos Aires gracias a los oficios de la Embajada de Irlanda, actuará también el sábado a las 17.30 junto al Cuarteto de Cuerdas Bríos, en el Salón Dorado del Teatro Colón, con un programa dedicado a Mozart y Brahms que repetirán el domingo a las 11.30 en la Sala de Cámara de la Usina del Arte.

Según el siempre fructífero plan de “sustitución de importaciones” aplicado a la circulación de músicas, el repertorio se  completará con una obra de un compositor argentino, en esta oportunidad con el estreno nacional de Altergato (Tres tristes traviesos en Treviso), de Gabriel Senanes. Las entradas se podrán reservar, en forma gratuita, ingresando al sitio web del CCK y en todo caso el concierto será transmitido en directo por Radio Nacional Clásica (FM 96.7 y www.radionacional.com.ar).

“Siempre que se hace música argentina es una fiesta, más cuando se trata de un compositor contemporáneo, que vive entre nosotros y además es un amigo”, dice Fontana en relación a la obra de Senanes, mientras se dispone a charlar con Página/12. Altergato se estrenó en 2004 en Italia bajo la dirección del compositor, que enseguida la ofreció también en Río de Janeiro. Una introducción de clima denso y parsimonioso, que yuxtapone acordes hasta sumar casi todo el total cromático desemboca en una sección intermedia de quietud armónica y vértigo rítmico, en la que pone en juego una inmensa variedad de recursos tímbricos. “Es importante poder hacer este tipo de obras, muy bien escritas, con una orquesta como la Sinfónica Nacional, que cuenta con solistas excepcionales, en particular para afrontar la sección central de la obra, sutil y muy camarística, con un cuarteto de cuerdas al frente”, destaca Fontana.

No resulta sencillo, salvo por el buen uso de la orquesta, encontrar correspondencias entre la música de Senanes y la de Rachmaninov, en particular el de las Danzas Sinfónicas. “Esta obra de Rachmaninov refleja una especie de síntesis de los estilos que atravesó, o más bien lo atravesaron, en su obra como compositor”, señala el director. Se trata de la última obra compuesta por el ruso, en su momento pianista indiscutido pero siempre en busca del reconocimiento como compositor. “Hay una constante tensión trágica, que articula un paisaje de emociones contrastantes, entre la melancolía y la zozobra, con intervalos disonantes y pasajes cromáticos que por momentos diluyen el sentido tonal. Es una obra muy articulada expresivamente, en la que pasan muchas cosas, se suceden muchos climas”, describe el director.

En tiempos con más comunicación que comunidad, Fontana destaca la experiencia de un concierto en vivo con la Sinfónica Nacional, un ritual que se genera entre artistas y público. También insiste en lo que significa poder abordar este repertorio con una orquesta del nivel de la Sinfónica Nacional, naturalmente ligada a la tradición sinfónica de matriz europea pero perfectamente dispuesta a la hora de ampliar su rango hacia otros horizontes estéticos, en particular hacia la música de creadores argentinos. “Esta es una orquesta que quiero mucho, que frecuento desde mis épocas de trompetista. Tuve oportunidad de dirigir gran parte de las orquestas del país y entre ellas la Sinfónica Nacional se destaca por su amor propio”, señala el director.

Como es sabido, la Sinfónica Nacional atraviesa un momento muy particular, algo así como una época de refundación, profesional y musical, con la posibilidad, finalmente, de tener una sede propia en el ámbito del gran edificio del Centro Cultural Kirchner. “Esta es una época clave para la Orquesta. A lo largo de su historia ha tenido épocas gloriosas y otras no tanto, sobre todo por los malos tratos recibidos, incluso hasta hubo un decreto de disolución. Quiero decir, esta orquesta ha sabido atravesar momentos muy bravos, sin dejar de hacer de la música su principal prioridad”, enfatiza Fontana.


Un pianista de impronta romántica

Momento central del programa del CCK será la presencia de Miceal O’Rourke, pianista de notable trayectoria, que ofrecerá el “Segundo” de Chopin. Será sin dudas una buena oportunidad para escuchar a una gran solista ante uno de los conciertos más complejos de todo el repertorio de la “Generación romántica” y por eso no muy frecuentado en las ejecuciones en vivo. “Para cualquier orquesta, acompañar este concierto es como intentar cazar una mosca en la oscuridad”, asegura Gustavo Fontana entre risas, parafraseando a un colega ruso. “Porque el piano tiene pasajes por momentos endemoniados y la orquesta debe ‘escuchar’ muy atentamente al solista. En este sentido, el trabajo que planteamos con el maestro O’Rourke es muy sólido y coherente”, advierte. “Estamos ante un pianista extraordinario y sobre todo un tipo humilde, de los que no dejan por nada de poner la música al frente. Por ejemplo en el último movimiento, que es un aire de mazurka, eligió un tempo más relajado, que le permite mostrar algunos detalles, cosas que muchas veces se pierden en las ejecuciones pirotécnicas”, agrega.

O’Rourke es un pianista versátil y experimentado. Ha tocado en salas importantes de Europa y América, con orquestas prestigiosas y directores de peso. Su repertorio, que va de Bach hasta Lutoslawski, tiene su corazón arraigado en Chopin y sus satélites románticos, como el compositor irlandés John Field –el inventor del Nocturno como género– a quien dedicó varios discos con el registro de su obra completa. Su discografía incluye además grabaciones de Schumann y Debussy, además de verdaderas rarezas, como la música para piano del inglés George Frederick Pinto y el italiano Michele Esposito.