Hace algunos años, el ya veterano rapero y activista Boots Riley debutaba en la dirección con Sorry To Bother You (2018), una comedia negra y surrealista sobre el conformismo y la alienación en el capitalismo global. Su protagonista, Cassius Green (un inspirado LaKeith Stanfield), un joven negro con aspiraciones de pertenencia al sistema y sumergido noche a noche en las profundidades de la televisión basura, ingresa como telemarketer en una empresa dedicada a la venta de enciclopedias. Un día descubre que el secreto para el ascenso es usar su "voz blanca" y su incipiente vocación de integración lo convierte en el perfecto engranaje para un sistema que destruye la sindicación y estimula la competencia. La aguda sátira de Riley se desliza con destreza hacia la ciencia ficción, revelando bajo un manto de humor absurdo un inteligente análisis de las identidades políticas, las dinámicas corporativas y la huidiza percepción sobre la propia explotación que define al presente. Aún marginal, la película se convirtió en un fenómeno de culto y Riley comenzó a gestar un nuevo escalón en su mirada sobre la sociedad contemporánea. Esa ocurrente exégesis llegó hace unos días a Amazon Prime Video bajo el nombre de I'm A Virgo, la historia de un niño gigante.

Las primeras imágenes pueden ser desconcertantes. Una mujer recibe a un bebé en sus brazos que apenas puede cargar. Junto a su marido deciden criar al enorme Cottie (Jharrel Jerome) en su austera vivienda de Oakland, remodelada año tras año debido a las crecientes dimensiones del nuevo habitante. Cottie crece bajo los mandatos de sus padres adoptivos: las hamburguesas son malas, los héroes son buenos. Así entre los cómics y la televisión, Cottie construye un mundo propio, gobernado a puño de hierro por 'The Hero', un vigilante de carne y hueso que vela por el orden en la ciudad. A sus 19 años, con cuatro metros de altura y las hormonas en ebullición, Cottie descubre el exterior. Un mundo de congéneres que lo sumerge en la cruda fiebre citadina, los sonidos del rap, las peleas callejeras, la grasa de las hamburguesas Bing-Bang. Y lo que revela esa salida al mundo son las contradicciones de un sistema que Cottie había esbozado en su memoria virgen con caricaturas y superhéroes, ensueños de un capitalismo omnívoro que no deja margen para la transgresión.

"El capitalismo gentil no va a salvar a la sociedad", declaraba Boots Riley al sitio Wired a propósito del estreno de I'm A Virgo. Músico del grupo The Coup, guionista y director -hoy una de las voces en la huelga de guionistas que sacude a Hollywood-, Riley ha conjugado su labor artística con la política, situando sus ficciones en la Oakland transformada por la ebullición de Silicon Valley, discutiendo la versión amable del capitalismo contemporáneo mientras proliferan los alquileres exorbitantes, la crisis de los sin techo y la vertiginosa gentrificación. "Cuando ves a un hombre negro de cuatro metros de altura no pensás en cómo se siente sino en lo que representa, en lo que querés creer y proyectar sobre él". Cootie es siempre una amenaza en la mirada de sus padres adoptivos, que con el encierro doméstico quieren salvarlo de un encierro legal. Pero cuando sale al exterior su desajuste se encuentra con el de otros, también habitantes de ese mundo que los ve como amenazas: Flora (Olivia Washington), vendedora del local de hamburguesas cuyos rápidos movimientos la convierten en un extraterrestre para su familia; Scart (Allius Barnes), fascinado con un dibujo animado y sacrificado por un sistema de salud privatizado; y Jones (Kara Young), vocera del ideario comunista que protesta con intransigencia contra el sistema de desalojos. Todos son marginales, aunque sean de un tamaño normal.

La referencia al fantástico, elemento que aparece en ambas ficciones de Riley, en Sorry To Bother You como derrotero del personaje en su intento de asimilación a un sistema que lo explota y en I'm A Virgo como punto de partida en la condición anómala de Cootie, recoge los hallazgos del llamado 'black terror' en el cine contemporáneo. Es decir, la referencia al horror como parte de la experiencia negra a lo largo de su historia en el contacto con los blancos y al mismo tiempo el registro de lo absurdo como estrategia para abordar la cotidianeidad del excluido. "Una noche íbamos todos los integrantes de The Coup en un auto cuando un policía nos detiene en Treasure Island [barrio de San Francisco], de regreso de nuestro estudio. De repente, en un abrir y cerrar de ojos, quince policías militares estaban rodeando el vehículo, con armas y a los gritos. Me decían que recogiera el arma que tenía en baúl, a todo pulmón. Y al mismo tiempo todos mis compañeros en el auto me decían que no lo hiciera. '¡No lo hagas, no lo hagaaas!!' Eran tan surrealista que podría haber estado en la serie".

Pero la anécdota sí encuentra paralelismos con la Oakland patrullada por 'The Hero', en la que el orden no deja de ser el capricho de un millonario obsesionado con la tecnología. "Están superando el nivel de decibeles permitidos", "confisco vehículos", "más de tres personas reunidas y vestidas de manera similar son procesadas como pandilla" son algunas de las directivas del extravagante superhéroe suspendido en el aire, cuyas apariciones televisivas como civil recuerdan las consignas de la campaña presidencial de Donald Trump. Es el impacto en la mente virginal de Cootie, definido por su signo del zodíaco, excitado por la comida chatarra al igual que por el descubrimiento del placer sexual, el que define las transformaciones identitarias que se recorren en la historia, frutos de un conflicto social en las calles anestesiado por los discursos que propaga la cultura mediática. En esa lógica, Riley esquiva el CGI como estrategia para explotar la extrañeza, recurriendo a trabajos con miniaturas, marionetas, juegos analógicos que evocan la imaginación infantil como una inagotable caja de Pandora.

I'm A Virgo es una de las pocas series políticas que habla de los Estados Unidos del presente eludiendo los tópicos habituales de la intriga corporativa o el espionaje político. No hay candidatos, ni empresarios ambiciosos, ni asesores estrellas. Existe un mundo a menudo desoído de jóvenes que exploran los posibles mecanismos para convertir la ciudad en la que viven en un lugar posible de habitar. "Uno de los problemas que siempre tuve con los superhéroes, en términos políticos, es que casi siempre cumplían el rol de policías", concluye Riley. Los superhéroes eran agentes del orden, un orden que siempre resulta amenazante para todos sus personajes, sean gigantes, niñas rápidas e inteligentes, o activistas revolucionarios. Y ese espejo en el que Riley nunca pudo reflejarse también se agrieta en la mirada ilusionada de Cootie cuando descubre el rostro oscuro del héroe bajo las vestiduras de la vigilancia. "Estaba tan obsesionado con los cómics que podría haberme llevado a convertirme en policía. Por suerte me salvó mi otra obsesión: Prince".