La semana pasada quedó inaugurada la muestra Religión catódica, del videoartista colombiano José Alejandro Restrepo (1959), con curaduría del profesor y ensayista Jorge La Ferla. PáginaI12 entrevistó al artista y al curador.
–¿Cuándo conoció la obra de José Alejandro Restrepo?
Jorge la Ferla: –Hace más de veinte años que conocemos la obra de José Alejandro Restrepo, en el contexto de lo que era el movimiento de videoarte en América Latina y en Europa; fue a principios de los noventa cuando me llegan las primeras obras de él. Lo que llegaba acá eran videos monocanales y hubo una expansión muy grande, hacia lo que es su trabajo con performance, con lo escénico y, durante la última década, ese traspaso, que poca gente lo ha hecho bien, del video al arte contemporáneo, donde hay diversos elementos, que puede ser lo objetual, una lectura del arte clásico, el grabado, y así fue armando una propuesta artística donde lo audiovisual sigue siendo muy importante, pero también todo un trabajo de carácter histórico, de investigación. No es esa cosa del ‘efecto’ visual, porque Restrepo maneja mucho lo conceptual. A raíz de eso, en diferentes ocasiones, tuve la oportunidad de ver muestras de él in situ, hasta que el año pasado me propusieron escribir un texto curatorial para una empresa que produce libros monográficos de artista en Colombia. Y para esa ocasión volví a estudiar la obra de Restrepo. A partir de entonces me convocó María Teresa [coordinadora del Espacio de Arte] para armar, durante este año y medio de complicidad, el resultado de lo que hoy puede verse acá.
–Más allá de la tecnología (low tech, en este caso) y del uso central de lo audiovisual, en su obra hay una fuerte relación con el grabado y la composición de la imagen.
José Alejandro Restrepo: –Yo vengo trabajando desde los años ochenta y mi trabajo ha pasado por varios momentos. Aquí en esta exposición se presentan obras de los dos mil para acá. Un tipo de selección que gira alrededor del problema teológico-político y sus derivaciones en los medios de comunicación: por eso la exposición se llama Religión catódica. Jorge La Ferla quiso poner algo de gráfica, para tender esos puentes de comunicación. Pero el hecho es que mi formación como artista visual viene del grabado. Comencé haciendo grabado, y mi tránsito al video fue justamente por entender que el grabado tiene características comunes como la temporalidad. Me interesaban mucho más los estados de un grabado que el resultado final. Y también los componentes texturales, componentes como el blanco y negro, cosa que me interesaba trabajar en video; sobre todo el video de finales de los ochentas y comienzos de los noventa. Entonces para mí hubo una especie de filiación estética, conceptual, pero también dentro de la tradición de los medios de reproducción técnica. Estaba muy interesado en indagar sobre eso.
–¿Cómo surgió el interés por lo teológico?
–En los noventa estuve muy interesado en trabajar los temas del colonialismo, no sólo en la historia local sino muy ligado a la historia latinoamericana. Y en los dos mil esto me llevó a tender puentes con problemas teológicos, cosa que no me lo esperaba, dado que no soy una persona de fe. Pero hay componentes allí que comenzaron a apasionarme profundamente. No sólo desde la perspectiva de la representación, sino también filosófica. Y de problemas que tienen que ver con la imagen y con el arte contemporáneo. Pero fundamentalmente con problemas sobre la imagen. El tema de la representación, la lucha entre iconofilia e iconoclastia.
–Como en la pieza Iconomía.
–Esa obra me llevó trece años, en los que trabajé sobre archivos, enriqueciendo el proyecto; editando, reeditando… hasta que la di por terminada. Tengo proyectos de larga duración, que muchas veces encuentran diferentes vertientes y variantes. Por eso me gusta trabajar la noción de “variación”. La obra El purgatorio, de la que aquí hay tres variaciones –en total son cinco–, también me ha tomado muchos años. Van saliendo video instalaciones, algo de gráfica, algo de fotografía… sobre un mismo proceso de investigación.
–Sus imágenes provienen en muchos casos de archivos de la televisión. Y sobre la temporalidad original superpone la manipulación y el montaje.
–Ese tema me interesa mucho y de manera conflictiva. Trabajo sobre archivos, que en muchos casos he tomado de la televisión pública. Los más interesantes he ido a buscarlos en “bruto”, es decir, sin que tuvieran una de las operaciones más poderosas, que es la del montaje. Porque allí, en el montaje, es donde se ejerce la más fuerte de las operaciones. Desde que se toma una cámara hay una decisión ideológica. Luego dónde se empieza, dónde se corta, por qué termina acá y no más allá…, todas son decisiones ideológicas. Pero cuando un está en la mesa de edición, sobre todo en los medios de comunicación más poderosos, allí es donde se ejerce la decisión política: qué mostrar, cómo mostrarlo: qué decir con eso. Hay muchos materiales (presentes en esta exposición), que tuve la fortuna de encontrarlos sin editar, y de esa manera pude redireccionarlos y jugar un poco con el sentido. Por eso es que me interesa tanto, por un lado rescatar y rehabilitar esos archivos, para revisarlos y volverlos a mirar. Otro momento de este trabajo es la instalación, pensada como una “puesta en el lugar”. Cómo lo muestras, cómo los pones a dialogar con otros materiales, que quizás no son sincrónicos, sino muchas veces incluso anacrónicos; o jugando con la posibilidad de que dentro de ese material histórico surjan algunos temas o algunos mitemas. De pronto surge algo que me remite al Via crucis, por ejemplo, sin que se trate de un referente directo, pero sí uno puede ver elementos míticos que afloran allí. O el trabajo sobre la obra El caballero de la Fe, el uso del texto clásico de Kierkegaard, Temor y temblor, para mí era fundamental: ese diálogo transhistórico, entre este personaje que va a ejecutar el sacrificio más inimaginable (el pedido que le hace Dios a Abraham de sacrificar a su hijo) como si nada, con una gran tranquilidad. Ese tipo de referencias pueden ser de montaje, pero a veces están dentro del mismo material. Es cuestión de verlos, mirarlos y encontrarlos, porque no siempre son evidentes.
–¿Se relaciona el discurso de los medios con el discurso religioso?
–Sí, mucho. Es el cuarto poder. Y es una religión, no solo por el poder económico sino también por la fuerza ideológica que tiene. Todo ese tipo de discursividad sobre la verdad, sobre el poder de la voz. Especialmente en estos últimos tiempos donde todo se ha monopolizado de una manera muy preocupante. En la obra Iconomía hay muchos episodios de ese tipo, que tienen que ver con los medios de comunicación, con la filiación por la imagen o la lucha contra la imagen. Cosas que uno creería que están abolidas hace tiempo, como las luchas entre católicos y protestantes. Y sin embargo se encuentran permanentemente reactivadas y confrontadas. Para mí genera fascinación cómo se logran reactivar viejas querellas y pueden reinstaurarse, por lo menos desde el punto de vista plástico y reflexivo, sobre la imagen de hoy.
–La televisión como aparato ideológico.
–Exacto. Y tiene una enorme ventaja frente a nosotros, los artistas, los críticos; porque la televisión va a una velocidad mucho mayor. Pero nuestro trabajo alguien tiene que hacerlo de todos modos: reflexionar sobre lo que hacen con la televisión, particularmente, los grandes monopolios de la información, CNN, Grupo Prisa o Clarín, etc, etc.
–¿Quién escribe la historia?
–Los medios, los noticieros, las notas de veinticinco segundos: eso es la historia. Y luego pasar de una noticia a un divertimento; de ahí al deporte, que ocupa una gran franja. Es decir: la velocidad del discurso y luego la interrupción. En conjunto resultan narcotizantes muy efectivos. Por eso mi trabajo es retomar algunas de esas cosas e intentar desmantelarlas a través de una reescritura, con otro tipo de narración. Busco, por ejemplo, la fisura, la contradicción, aquello que no es histórico sino transhistórico, como una fuerza mítica que se niega a perecer e irrumpe.
* En el Espacio de Arte Osde, Suipacha 658, hasta el 14 de octubre. De lunes a sábado, de 12 a 20. Entrada libre y gratuita.