Mónica Benavidez declaró este miércoles ante el Tribunal Federal Número 2 de San Martín en la causa por los fusilamientos de José León Suárez del 9 de junio de 1956, iniciada por hijos y familiares de las víctimas con el objetivo de declararlo crimen de lesa humanidad y, por lo tanto, imprescriptible, a partir del antecedente reciente del juicio por la masacre de Napalpí.  “Fue un día muy emotivo, muy movilizador”, afirma. Y agrega: “Decir fusilamientos es un eufemismo, la palabra correcta es asesinatos"

Mónica es hija de Reinaldo Benavídez, uno de los siete sobrevivientes. “Mi papá era amigo de la infancia de Julio Troxler, ya en el camión vieron venir lo que iba a pasar y por señas se pusieron de acuerdo en que, apenas los bajaran, golpearían al custodio y correrían", cuenta y sentencia: "Eso hicieron y así salvaron su vida”.

Troxler y Benavídez se conocían del barrio, de Florida Oeste, donde se habían criado juntos. Benavídez entonces tenía treinta años, era soltero y trabajaba como comerciante: era socio en un almacén de ramos generales en Villa Martelli, la localidad vecina. Era peronista, todo el barrio lo sabía.

Mónica continúa: “Huyeron del basural como pudieron, cada uno en una dirección distinta. Mi papá no volvió a su casa, se refugió en otro lado. De alguna manera le hicieron llegar el mensaje de que la embajada de Bolivia lo recibiría y allí fue, se encontró con Troxler y otros más y de ahí partió al exilio en La Paz”. En La Paz pasó dos años aproximadamente y conoció a quien fue su compañera de vida, la madre de Mónica y sus hermanos: Sergio, Silvia y Marcela. Con el embarazo decidieron regresar, para parir en Argentina. Además, el peronismo seguía proscripto pero la dictadura había dejado paso al gobierno de Arturo Frondizi.

De 64 años y psicóloga social de profesión, Mónica repite a Buenos Aires/12 lo que le contó a la Justicia: “Mi papá y sus compañeros se habían reunido a escuchar la pelea y esperar la proclama de Valle. Era un levantamiento cívico militar, encabezado por Valle, Tanco y Cogorno, con el objetivo de restituir al presidente legítimo, elegido por su pueblo". "Este crimen se borró de la historia y eso permitió que se abrieran las puertas del infierno en el 76, porque el horror del 76 es producto de la impunidad del 55”, concluye. “Con Néstor y Cristina se reeditó la ampliación de derechos, que es la esencia del peronismo, y con eso también volvió el odio”.

Mónica narra un hecho que los marcó toda la vida, a ella y a su padre, que finalmente fue anexado a la causa. “Muchos años más tarde, yo tendría unos doce años, mi papá trabajaba en una panadería en avenida Fondo de la Legua, en San Isidro, y volvía a casa en Del Viso en tren. Se le acercaron cuatro tipos, servicios seguramente, antes de llegar a la estación Polvorines, de la línea Belgrano Norte, y trataron de tirarlo a la vías. Él se resistió. Alguien del barrio lo vio y vino a casa a contarle a mi mamá, que estaba preocupada porque ya era tarde y él no volvía”.

“Entonces salió a buscarlo con un par de muchachos del barrio. Lo encontraron en una comisaría, en estado de shock, con signos de haber sido torturado. El comisario se apiadó de mi mamá y le dijo que se lo llevara, que ni sabía quién era, porque se lo habían dejado ahí y ni siquiera estaba registrado el ingreso. Mi viejo estuvo en shock un buen tiempo, recuerdo que no quería entrar a casa para que no lo viéramos en ese estado, necesitó asistencia psicológica. Aún en shock, cantaba la marcha peronista”, cuenta.

Reinaldo trabajó muchos años de su vida como panadero en Del Viso, cuando ese lugar era todavía campo. “Siempre les hacía un lugar a los muchachos que estaban sin laburo, les enseñaba el oficio para que tuvieran cómo defenderse, así se ganó el cariño de muchísima gente", recuerda mientras afirma que "la panadería era su unidad básica”. De su infancia, recuerda que tenía una familia numerosa, en especial mucho tíos “porque le decíamos tío a todos los compañeros de militancia de mi papá”.

Reinaldo y Mónica, padre e hija, siempre fueron muy unidos. Recuerda que uno de los golpes más duros para él fue el asesinato de Julio Troxler, a manos de la triple A en 1974. “Un par de días antes habían estado juntos y mi viejo casi lo convence de que se raje un tiempito porque estaba muy expuesto. Todos los años de su vida fue al cementerio de Olivos a dejarle flores a Valle, siempre estuvo atento a cómo estaba Susana”. Reinaldo Benavídez falleció en 2002.