¡ATENCIÓN! Esta serie tiene spoliers del último capítulo de “The Idol”.

Hay series icónicas como The Sopranos, Game of Thrones, Succession o Breaking Bad, que se convirtieron en títulos de culto por ser verdaderos fenómenos de la cultura pop. Sin embargo, otras series, películas y novelas también causaron un furor arrollador, pero por otros motivos. Sus diálogos lastimosos, actuaciones penosas y escenas forzadas de sexo o violencia ofrecieron a sus espectadores una buena sacudida de retorcijones de vergüenza ajena, que convirtieron a este consumo en un delicioso placer culposo.

Dentro de este universo se encuentra The Idol, el último plato fuerte de HBO, que iba a durar seis capítulos pero que, por algún motivo, terminó al quinto. Que The Idol haya caído en esta segunda categoría sorprendió a más de uno porque, sin dudas, tenía todo para ser un éxito. Y en un punto tal vez lo fue porque, después de cada entrega, Twitter se inundaba de memes sobre la serie; miles de YouTubers lanzaban videos análizándola y los críticos más prestigiosos de The New York Times, Vulture, o Rolling Stone compartían artículos tratando de desgranar este shock cultural.

Sin dudas, estamos hablando de un fenómeno viral que dejó a miles preguntándose: “¿qué acabo de ver?”. Como pasó con otros títulos de culto que se hicieron un lugar privilegiado dentro de este grupo, como And just like that, Un buen día, La virgen de Guadalupe, Padre Coraje o series con Osvaldo Laport (“necesito hacerte el amor”), estos productos pop se vuelen irresistibles por romper cierto pacto de lectura y entrar (sin buscarlo necesariamente) en el terreno de lo grotesco y lo extravagante.

Por sus características hilarantes, surgidas de la ambigüedad de no saber si la narración “es en chiste” o “es en serio”, generan el llamado efecto “Cringe-Watching”: un fenómeno ampliamente comentado en las redes sociales que implica una fascinación absoluta por ver productos audiovisuales que causan vergüenza ajena. Un gusto inexplicable, que puede responder al sentirnos cómodos en la seguridad de ver escenas ficcionadas donde son otrxs (y no uno mismo) quienes causan cringe. O, tal vez, porque hay cierto goce en ver a determinadas estrellas, que siempre parecen envueltas en un halo intocable de perfección y glamour excéntrico, derrapando hacia la dimensión desconocida de lo patético.

La pareja protagónica de The Idol, entre el grotesco y lo patético


¿Qué salió mal con The Idol?

HBO viene de estrenar series ovacionadas que se caracterizaron por hacer comentarios agudos y cínicos, con mucha gracia y altura, acerca de las tensiones dentro de las desigualdades sociales: hablamos de Succesion, White Lotus y The Last of Us. Por eso, cuando la plataforma anunció que iba a estrenar The Idol, una serie que, supuestamente, exploraría la decadencia y explotación de la maquinaria de la música mainstream, la audiencia se anticipó a este registro.

Sobre todo, porque estaría protagonizada por Lily-Rose Depp, que el año pasado estuvo en el centro de la polémica tuitera por ser parte de la camada de nepo-babies más criticada de Hollywood y Sam Levinson, que venía de ser el creador de Euphoria. Una serie que fue un exitazo inédito pero que, a su vez, fue ampliamente criticada por la ultra sexualización gratuita que hizo Sam de su elenco adolescente. Un hecho que derivó en la salida de Barbie Riviera, una de sus más grandes estrellas, y en que Sydney Sweeney (que aparecía constantemente en topless) haya dicho en una entrevista que le tuvo que pedir a Levinson que recortara aún más escenas de ella semidesnuda.

The Idol, como dijimos, tenía todo para ser un hit y, de entrada, causó intriga, más que nada por ser una co-creación de Abel Testfaye (The Weeknd) que se estrenaba como productor. Sin embargo, antes de que salga la serie, Rolling Stone publicó una nota incendiaria que aseguraba que el proyecto había sido filmado casi en su totalidad por la directora Amy Sametz pero que, al completar el 80 por ciento del proyecto, se fue ¿o la fueron? pegando un portazo. Sobre eso, trascendió que a The Weeknd no le gustaba su abordaje “demasiado femenino” y ahí fue cuando Sam entró al proyecto. Que HBO calificó como el resultado de las “mentes retorcidas” de sus creadores, como un guiño provocativo. Una cualidad que Rolling Stone (que quedó enemistada a muerte con The Weeknd) señaló como, más bien, “porno tortuoso y retorcido”.

El bolas tristes de The Weeknd 


The Idol: lolitas y agujeros negros

Ahora que está dado el contexto, ¿de qué va The Idol? La historia gira alrededor de Jocelyn (Lily-Rose Depp), una joven pop star que, tras haber tenido un breakdown desencadenado por la muerte de su mamá, (que la llevó a estar internada y tener que cancelar un tour), busca sobreponerse y retomar las riendas de su carrera y reinventarse con un hitazo. Un personaje que, no es muy fácil adivinar, está “inspirado” en celebrities como Britney Spears, Demi Lovato y Selena Gómez, quienes tuvieron que lidiar con sus propias batallas de salud mental, ultra mediatizadas y estigmatizadas.

Eso hubiese sido material suficiente para hacer una serie decente. Pero la “mente retorcida” de Abel lo llevó a ponerse a ÉL MISMO como uno de los protagonistas, interpretando al malo malísimo: Tedros Tedros, el dueño de un club de Los Ángeles que, por algún motivo, es el líder de una secta, y busca seducir a Jocelyn y “controlarla”.

The Idol busca, supuestamente, explorar el lado sórdido de la industria de la música mainstream desde un lado “edgy”, “irreverente”, “oscuro” y “crudo” para “revelar” que, (para sorpresa de nadie) “Hollywood no es un lugar seguro”, y en algún punto, denunciar cómo esta maquinaria explota a las mujeres más jóvenes y vulnerables. Es decir: sumarse a la ola de revisionismo post #MeToo que puso bajo la lupa cómo este universo perverso llevó a la locura a muchas de sus estrellas, que fueron hostigadas, señaladas, perseguidas y violentadas hasta el punto de tener que internarse o renunciar a sus carreras.

Sin embargo, todos los conflictos quedan a medio cocinar y relegados a escenas de Lolitas bailando sexys o llorando por los rincones. El conflicto de Jocelyn nunca se explora porque ella está casi constantemente teniendo escenas de sexo penoso y vergonzoso tipo 50 sombras de Gray con Abel, que le da órdenes en un tono que parece Osvaldo Laport en Soy Gitano. La historia de la secta, que parecía el gancho principal, jamás se desarrolla y simplemente parece que, por algún motivo, Abel es un chongo impresentable con una actitud violatoria y sin talento pero, inexplicablemente, actúa como un imán para adolescentes desamparadas y artistas under que, sin motivo alguno, deciden estar bajo su órbita. 

El punto de la salud mental de Jocelyn es solo un detalle más dentro de este universo ecléctico lleno de baches narrativos, como la aparición completamente desaprovechada de su amiga Dyanne (la súper estrella Kpop Jeannine) y de Laila, su otra amiga, que es la única cuerda entre todo este rejunte humano y que, constantemente, es humillada por todos. Finalmente, descubrimos que “el malo” no es Tedros, ¡sino la mismísima Jocelyn, que se hizo la mosquita muerta para manipularlo todo el tiempo! Nota aparte merece el capítulo donde un varón es, casualmente (y convenientemente para los machitos escrachados en el #MeToo), acusado de una violación, que hizo que más de unx levante las cejas.

Más allá de las risas que da Abel haciéndose el gangster playboy con una peluca grasosa y muy cuestionables ¿dotes? para la actuación, el verdadero problema de esta serie, que ahí sí, generó vergüenza ajena e indignación, es cómo la serie explota, desde una mirada masculina, el goce en ver jóvenes casi desnudas gratuitamente, siempre sufrientes, humilladas, tristes, rotas, fuera de eje o sometidas. Supuestamente trata de “cuestionar” cómo Hollywood deshumaniza a estas jóvenes, pero solo refuerza y romantiza estas violencias. Y lo hace desde lo más básico, grosero y de mal gusto.

Sam Levinson nos pide que veamos a una Jocelyn que no tiene vida más allá de su amor perturbador por Tedros, (que es un violento sádico abusivo), y su ambisión por ser una popstar. Recuerda a las mujeres que solo son felices cuado están con los novios y no tienen vida por fuera de eso. Algunas de las escenas de sexo que protagonizan (Lily lo da todo en un guión complicadísimo) ya están pasando a la historia como las más penosas de las que haya registro. Es inentendible qué le ve Jocelyna Tedros, que termina perdonando todos sus maltratos, haciendo que todo el guión parezca la fantasía de dos varones perversos fascinados con la idea de explotar adolescentes sin consecuencia alguna.

A raíz de estas críticas, Abel sostuvo que básicamente toda la audiencia está formada por estúpidos que no entienden que él mismo está interpretando a un personaje asqueroso. Sin embargo, su persona de la ficción es tan parecido a él mismo, que siempre tuvo una actitud machista y retorcida en sus canciones, que es difícil separarlos. Evidentemente, su papel tendría que haber sido interpretado por un actor ganador de un Emmy que pueda manejar estos matices pero, “por algún motivo”, decidió ponerse a él mismo como protagonista. La serie iba a tener seis capítulos pero cerró en cinco. Ante los cuestionamientos él dijo, en una rueda de prensa confusa, que trató a través de The Idol de alertar a los jóvenes artistas sobre qué pasa cuando toman malas decisiones.

Es tan regresivo el contenido de la Lolita decadente y vacía, que solo consigue un bálsamo de humanidad en los brazos del varón violento, que este relato puede leerse como una reacción a las películas muy #MeToo sobre el “feminismo empoderante”. O tan solo el sueño de dos varones babeantes, impunes, prestigiosos, millonarios y sin freno inhibitorio. ¿Volvimos al 2003?

Pequeña curiosidad: ¡casi toda su banda de sonido son canciones interpretadas por Abel! Es como si The Weeknd hubiese inventado The Idol solo para mostrarnos lo lujosa que es su mansión y cómo somete sexualmente a Lolitas modernas.

En definitiva: una serie que banaliza cómo Hollywood destruye la salud mental de las estrellas, subestima a la audiencia creyendo que nos escandalizamos por ver dos pezones y expone la megalomanía de millonarios que, como Abel y Sam Levinson, parece que están buscando meterse de cabeza en la lista de los cancelados de Hollywood.