"Cuando era chico, en el colegio nos decían que en el futuro iba a venir una tercera Guerra Mundial y que iba a ser por el agua. Nos parecía increíble. Pero hoy abrimos la canilla y...", el relato que se interrumpe es de Martín Acosta, un uruguayo de 38 años que da cuenta de cómo viven hoy en Montevideo la falta de agua potable, producto de una sequía histórica y —también— de la falta de previsión y reacción del gobierno a un problema que comenzó meses atrás y que hoy tiene las reservas a punto de agotarse.
La vida diaria de los habitantes de la zona metropolitana se ve alterada por esta crisis: los baños son más cortos y espaciados, la ropa sucia se acumula sin lavar, los calefones, cañerías y electrodomésticos se estropean. Las comidas, y hasta el mate, tienen otro sabor. Y también otro olor.
El día que a Martín le cayó la ficha de lo que estaba pasando llegó por lo menos tres semanas después de que el agua de las canillas de su departamento, en el acomodado Barrio Battle, empezara a salir con alto contenido de sodio y olor. "Preparé una gelatina en polvo y, cuando la probé, pensé: 'Esto no tiene sabor dulce, es salado'", recuerda en diálogo con Página|12.
Desde entonces usa agua embotellada para todo: lavarse los dientes, cocinar, regar las plantas y —obvio— para tomarse unos mates sin gusto a sal.
Agua embotellada, un "lujo" para pocos
Claro que tener que comprar agua hasta para tener que lavarse los dientes tiene un costo para el bolsillo. "Yo me puedo dar el lujo de comprar agua embotellada, pero no todos pueden", explica Martín. Es que desde que comenzaron las recomendaciones de no consumir el agua que llega a través de la red, semanas atrás, estima que el consumo de agua embotellada aumentó "un 500 por ciento" y los precios, atados a la alta demanda, se dispararon. Martín se reconoce "privilegiado" por poder comprar los bidones. “Hay 'pila' de familias pidiendo que les entreguen agua porque no la pueden costear y tienen que tomar mate, algo tan importante para nosotros, o cocinar, con agua salada", agrega.
Algo similar relata Nahuel Sosa, un argentino de 35 años que hace ocho años dejó el partido bonaerense de Lomas de Zamora y se instaló en un departamento del Barrio Centro —a cinco cuadras de la intendencia—. Allí vive con su gata llamada Fernet, y cada mes recibe una factura de Obras Sanitarias del Estado (OSE) —la compañía estatal de agua— por un valor de 10 dólares.
La crisis hídrica quintuplicó sus gastos, dice a Página|12. "Comprar tres bidones de agua de 6 litros, que es lo que uso por semana, me sale 10 dólares o un poco más", describe. Y eso ajustando el consumo, ya que para algunas cosas usa una mezcla de agua de bidón y de la canilla.
La difícil tarea de conseguir bidones de agua
Para ahorrar un poco, Nahuel usa para algunas cosas esa mezcla de aguas: así riega las plantas y a veces cocina fideos o arroz. Otro cambio tuvo que implementar para que la billetera no resultara tan afectada fue reducir la cantidad de veces que sale a correr. "Me di cuenta que cuando hacía ejercicio consumía mucha más agua", explica. Así, el agua comprada "pura" se usa principalmente para beber, tanto él como Fernet. Y para tomar mate, claro.
Pero además del gasto, comprar bidones es una tarea difícil. En los supermercados y en los almacenes hay faltantes, así que conseguir el líquido preciado supone un trabajo más. "Lo primero que hago cuando me levanto es ver cómo estoy de bidones. Si me queda poco, me organizo para comprar. Primero a través de aplicaciones de delivery, pero si no consigo recorro los negocios del barrio, que por suerte comenzaron a vender también, como algunas panaderías, porque en los supermercados no siempre tienen", relata.
Y agrega: "Si trabajás hasta tarde y vas a comprar a esa hora, no conseguís agua en ningún lado y tenés que comprar agua con gas". Nahuel lo sabe bien. Hace un tiempo, cuando la crisis hídrica se agudizó, experimentó una suerte de "revival" de la pandemia: "La gente salió a comprar y a acumular agua en botellas, como pasó en los inicios de la covid con los rollos de papel higiénico, y hubo dos o tres semanas en que no había agua en ningún lado". Así, cuenta, tuvo que agudizar el ingenio. "Llegué a comprar agua con gas y a hervirla para poder cocinar, por que la de la canilla no se podía usar", recuerda.
¿Qué otros hábitos tuvieron cambiaron desde que falta el agua?
Martín y Nahuel coinciden en que los baños cambiaron. Las duchas son cortas, ya que así lo recomiendan las autoridades. Por un lado, para no gastar tanta agua y por otro para cuidar la salud. "El propio gobierno recomendó espaciar los baños y hacerlos cortos para no exponerse a los vapores del agua salada", dice Martín.
Pero también hay otra razón: el agua que están recibiendo los hogares montevideanos tiene tanto sodio que daña los calefones y termotanques. "A mí se me quemó el calefón. Yo pude cambiarlo, pero no todos tienen las mismas posibilidades", dice Martín. De esta manera, mucha gente a la que se le rompió el calefón o el termotanque y no puede reemplazarlo, tiene que calentar agua para poder higienizarse.
Las cañerías de las casas y departamentos, al igual que los lavarropas y las prendas de vestir se dañan. Para intentar cuidar el bolsillo y evitar daños de artefactos y prendas, la ropa usada se acumula y recién se lava cuando ya no queda más remedio.
Las mascotas y plantas también sufren por la crisis hídrica. Los animales beben agua de botella, igual que sus dueños. Y las plantas están alicaídas. "Regarlas con agua de botellón es caro y usar el agua salada les hace mal", resume Martín. Por suerte, en los últimos días hubo algunas lloviznas y lluvias leves, por lo que pudo "juntar agua de lluvia en baldes y tachos" para regar sus plantas en los próximos días.
Falta agua, sobra enojo y preocupación
A estos "problemas cotidianos" se les suman otros. El ánimo y la salud de la gente se ven afectados por la situación y hay angustia. "Está jodido", reconocen los dos.
Es que a la falta del agua potable en sí se le agrega la incertidumbre de no saber cuánto tiempo falta para que las reservas se recuperen y se pueda volver a una cierta normalidad. Según admitió el presidente Luis Lacalle Pou, la única esperanza es que llueva. Y mucho. "No hubo ningún tipo de prevención ni de planificación del Gobierno para algo que ya estaba pasando hace tiempo", dice Martín y se indigna con que la única propuesta oficial para resolver la crisis sea “esperar que llueva o rezar".
Por su parte, Nahuel se queja porque el Estado no implementó el proyecto que podría haber evitado que se llegara a esta situación: la construcción de la represa en el Arroyo Casupá. "Lacalle solo tenía que implementar el proyecto, tenía los fondos para hacerlo y sin embargo, lo descartó", reclama.