“Todo lo que imaginabas al comienzo no sucedió, y la adaptación junto al proceso de supervivencia fue difícil”. Así recuerda Daniela Acosta sus primeros días en Rauch, a 300 kilómetros de Ciudad de Buenos Aires. Ella, su compañero Sebastián y una pequeña de sólo un mes, decidieron irse a vivir a un lugar mejor, jugársela por una alimentación saludable, inmersos en la fisionomía rural de la provincia. Hoy son productores agroecológicos de ganadería y hace poco tiempo accedieron a la línea de financiamiento que el Ministerio de Desarrollo Agrario bonaerense tiene para la promoción de la agroecología. “Cuando veníamos de visita nos sentíamos poderosos, pero cuando nos instalamos nos dimos cuenta que no éramos nada ante la naturaleza”, afirma.
La familia de Sebastián es propietaria de campos, por lo cual Daniela mantuvo un vínculo con la vida rural desde antes de mudarse. Esa empatía, cuenta, no se tradujo en altos índices de felicidad apenas llegaron a Rauch, sino que atravesó el desafío de adaptarse al absoluto silencio, a las dificultades de la lluvia y los accesos de tierra, la falta de internet y los problemas para comunicarse. “Me zumbada el oído por el silencio, necesitaba el ruido, de visita no lo notaba, pero ya viviendo sentía el pitido que me quedó como cuando salís del boliche", cuenta al comparar momentos de su vida. "No soportaba salir de la casa y ver tan lejos hasta el horizonte, necesitaba una pared, y pase de querer el aire libre de campo a necesitar protección de tanta inmensidad”, reconoce.
Todo el escenario fue diferente y los primeros dos años, con una beba en crecimiento, llevó a Daniela a tener que hacer una transición en su manera de vivir. Esos cambios, relata, ya habían empezado en la Ciudad, cuando incursionó en el mundo de la alimentación orgánica. Como celíaca, y en conjunto con el estado de salud de su madre que padece artritis, se vio obligada a buscar alternativas y descubrió tras múltiples consultas que el uno de los mayores problemas que en la sociedad genera enfermedades es que “comemos mal”.
Así, la decisión de la familia fue unánime. Fueron vendiendo sus pertenencias y apostaron a producir alimentos de una manera saludable, sin productos químicos de por medio. Durante ese camino, a la compleja adaptación inicial se le agregó el segundo gran peldaño de esta escalera: afincar el sueño por el cual pegaron un giro de 180 grados a sus vidas. Su marido comenzó a cuidar campos para hacerse de un sueldo, y Daniela incursionó paulatinamente en la distribución de alimentos orgánicos que traía de otros puntos de la provincia, poniendo en práctica su experiencia en roles administrativos dentro del ámbito privado.
“Pasó que el costo de traslado era muy alto como para bancar un local en el pueblo, queríamos repartir pero económicamente no cerraba, así que empezamos a armar ferias con otros productores de la región”, narra. Con esta mecánica propia de un emprendimiento, los resultados tampoco fueron los esperados y los llevó a repensar su estrategia de superviviencia.
Tras ir conociendo más vecinos, a personas que circulaban por los campos que cuidaba Sebastián, empezaron a hablar con ingenieros agrónomos y técnicos en el rubro. Así decidieron volcarse por la elaboración de productos derivados del maíz. Sus primeras semillas fueron un regalo, parte de un intercambio propio del mundo agroecológico que se nutre de una perspectiva "cooperativista y solidaria".
Pero los protagonistas de la formación en materia rural a los cuales Daniela señala y agradece a lo largo de la charla son los “peones corredores”. A quienes desde el mundo urbano veríamos como gauchos, hoy, cuenta la productora, son cada vez más destratados, dejados de lado, porque apuestan a otra relación con el campo, la naturaleza, sus tiempos y sus condiciones.
“Donde nosotros veíamos pasto, ellos ven una diversidad inmensa”, apunta. Habla de los peones corredores con la pasión que le despierta su “admiración” para con ellos. “Esa forma tranquila de hacer las cosas que parece que no hicieran nada pero hacen todo a la vez, con un profundo conocimiento del entorno”. Así describe Daniela lo que, en su memoria, fue un “choque cultural positivo”. De todas formas, remarca que no suelen ser tenidos en cuenta porque hoy prima el asesoramiento de “las voces hegemónicas e institucionalizadas de organizaciones rurales”. Pero su familia, asegura, fue por otro camino.
La incursión en la producción de harinas de maíz y panificados los obligó a pensar en un nuevo espacio físico para la elaboración. De a poco, relata, fueron levantando las primeras paredes. Les llevó un par de años y la necesidad apremiaba, hasta que por casualidad les llegó un flyer del Ministerio de Desarrollo Agrario sobre las líneas de financiamiento para la agroecología, lo que les permitió encarar el techado y finalización de la obra. “Tenemos que devolver ese dinero por medio la entrega de harina libre de gluten y químicos a una institución educativa”, explica Daniela, y cuenta que hoy cumple con ese requisito en una escuela agraria de Ayacucho.
Pero en el camino también quisieron ampliar el espectro de trabajo e incursionaron en la ganadería a través de la cría de terneros, también de forma agroecológica. Esto quiere decir que hacen foco en los pastizales que alimentan a las vacas, donde no hay presencia de fertilizantes ni agrotóxicos. “Logramos hacer un sistema ganadero muy bueno, muy productivo, y nadie duda de que es exitoso, ambientalmente sostenible, con estándares muy alta de calidad de vida animal, donde ni la sequía trajo muchos problemas”, destaca Daniela.
Sin poder convencer a la familia de Sebastián de cambiar los métodos de crianza animal, este recorrido en la ganadería implicó salir a alquilar otro campo, lo que conlleva la pérdida de casi el 90% de los recursos producidos. “Logramos reducir costos, pero por sobre todo se trata de ver animales como seres sintientes, y que existe un comportamiento social del ganado”, expresa la productora. “Hace cinco años que este sistema funciona, y no tiene contras, tiene costos muy bajos, nosotros vivimos de esto y tenemos mucha más producción que otros sistemas.”
Claros y oscuros
Daniela celebra el programa de promoción del ministerio. Celebra que también integra la Red de Facilitadores de la cartera liderada por Javier Rodríguez, un grupo de productores, docentes, técnicos e interesados en promocionar y capacitar acerca de la agroecología. "De golpe encontrarte mandando un whatsapp a funcionarios y otros productores tiene una potencia enorme", destaca. Cuenta que esta es su primera experiencia en tratar con el ministerio y con la construcción del circuito de facilitadores logró "interactuar con productores de toda la provincia".
Pero hace hincapié en que aún la política pública sobre su forma de producir alimentos es sumamente desbalanceada respecto a la industrial. Y pide algo que considera aún más importante: “No nos pongan en la misma bolsa a todos los ganaderos”.
Desde sus tierras en Rauch impulsan un sistema que, junto a Sebastián, denominaron Ganadería India, en alusión a prácticas originarias en materia de cría de ganado. “Hay que pensar que hoy se depende de la agricultura para la cría de animales, pero antes no era así”, reflexiona. “Somos todos ganaderos pero somos de mundos ideológicos distintos y construimos mundos distintos”, aclara.
Para su filosofía, es inaceptable que se proponga el destete precoz de los animales, que se los separe de la madre a temprana edad para el feed lot, que exista el “programa 6x6 que obliga a los productores a realizar los raspajes a los toros en el prepucio”, prácticas crueles que no estaban masificadas pero que su obligatoriedad como condición para vender, explica, “empuja a los productores a la comercialización en negro o a hacer estudios sin validez y a hacerlo con picanas que se meten en el recto del animal”. Y no se quedó ahí. Daniela aseguró que “ellos tienen el 80% del INTA, el 100% del SENASA, el 99% de las universidades de Buenos Aires, y el poder de las instituciones ruralistas”.
Programa de Promoción Agroecológica
La iniciativa fue lanzada en 2020 por el Ministerio de Desarrollo Agrario. “La agroecología incluye un conjunto de facetas productivas, económicas, ambientales, sociales, y que tiene que ser tenida en cuenta de manera integral, donde un eje fundamental es la no utilización de agroquímicos en su producción”. Así define la premisa de este programa el titular de la cartera agraria, Javier Rodríguez, en diálogo con Buenos Aires/12.
“La provincia de Buenos Aires con este programa es pionera”, señala el ministro. A su vez, aclara que existen dos instancias que abordan a los productores: aquellos que transicionan de una producción tradicional a una agroecológica y aquel que ya cumple con los requisitos. “Nosotros en la provincia venimos a difundir y promocionar un sistema productivo que en muchos casos ya estaba funcionando”, remarca Rodríguez.
A lo largo de la charla hace hincapié en la “transformación de la demanda” que viene desarrollándose a nivel nacional e internacional. Habla sobre el interés sobre la presencia de agrotóxicos en los alimentos, una mayor conciencia nutricional, así como también cuidar el uso del suelo y fortalecer la preservación ambiental.
“Es dar lugar a una alternativa productiva y que el productor tenga herramientas para llevarla a cabo”, indica Rodriguez. La visión alrededor del concepto alternativo, detalla, es porque hay varios lugares de la provincia donde el costo de los alquileres es muy elevado lo cual empuja a los productores a tener la mayor productividad posible, lo cual va asociado al uso de agroquímicos. “Por eso es importante la financiación, salir de un suelo trabajado químicamente a uno que cumpla los requisitos agroecológicos lleva tiempo, por lo cual es necesario contar con recursos económicos”.
Al día de hoy, en la provincia de Buenos Aires hay 458 productoras y productores agroecológicos certificados que representan más de 26.000 hectáreas en un total de 89 municipios. Desde el ministerio, también informan que se llevan adelante ensayos agroecológicos en las chacras experimentales que depende del organismo. Incluso, el año pasado se realizó la primera Feria Agroecológica en el Parque Pereyra Iraola donde participaron 50 feriantes inscriptos en el registro de productores y productoras agroecológicos y 41 facilitadores.
“Una de las primeras necesidades que notamos al pensar en el programa es el acompañamiento técnico que necesitan los productores, y por eso creamos la red de facilitadores”, dice el ministro. Los facilitadores son, en gran parte, capacitadores pero también promocionadores de prácticas agroecológicas. En muchos casos son profesionales, empleados de organismos públicos, del INTA, trabajadores municipales, técnicos, productores, o interesados.
Luego de aprobar un curso equilibrador, llevan adelante charlas, asesorías y una labor de orientación y formación en esta modalidad de producción. La Red de Facilitadores en Agroecología cuenta con 618 agentes territoriales en 119 municipios.
Rodríguez pone énfasis en asegurar que los canales de comercialización son fundamentales, y hay un incentivo para que el productor "encuentre canales
diversificados para llegar a la góndola". Entre ellos, cuenta que semanas atrás se hizo el primer remate agroecológico ganadero bovino de la provincia.
En lo que respecta al financiamiento, el ministerio ofrece tres líneas de crédito específicas para la agroecología a través del Fondo Fiduciario Provincia en Marcha con montos de hasta $1.500.000 y tasas de interés subsidiadas de entre el 15 y el 24%. En ese marco, ya se entregaron un total de $34.000.000 en créditos a productores y productoras agroecológicas bonaerenses.