Antes que nada, quiero pedirles disculpas a los argentinos por no aparecer cuando se estaba decidiendo la fórmula para las elecciones. Me llamaron varias veces pero no pude viajar por culpa de unos juanetes que sólo me permitían moverme de la cama al living. Y como era un juanete argentino, se iba del pie izquierdo al derecho y volvía al izquierdo de puro caprichoso. Al fin puse los pies en remojo en agua bendita por la mano de Francisco y (¡milagro!) en dos días habían desaparecido. Para entonces, las fórmulas ya estaban cerradas.
Sabiendo la que se venía, me retiré unos días a meditar a mi casa de las montañas. Cuando regresé a la civilización tenía miles de mensaje pidiéndome que aparezca, que necesitaban mis ideas para armar la plataforma electoral y para decidir el rumbo del país y por qué no del mundo. Así que no tuve más remedio que ponerme a trabajar duramente. Ya saben, “para un argentino no hay nada mejor que las ideas de otro argentino”.
Nobleza obliga, las ideas que me piden no son las de la macroeconomía ni las de la balanza comercial. Eso lo sabe cualquiera que participe de un panel en la televisión o que haya leído en Facebook los comentarios sobre economía de los que no saben de economía. Lo mío son las ideas complementarias, la letra chica del contrato entre el gobierno y el pueblo. Y que a menudo son las ideas que le llegan a la gente, que le arreglan los líos cotidianos, el día a día.
La primera idea, para empezar livianito, tenía que ver en cómo tratar al FMI. Es simple, les dije. Hay que intercambiar la dirección de la Casa Rosada con la Catedral. Así los pagarés llegarán al lugar donde vale el “Paga Dios” y vamos ganando tiempo porque la excusa “nunca recibí la factura” no sería pecado ni mentira. Esto es historia pura, argentinos (todo les tengo que explicar). Cuando los rusos invadieron Checoslovaquia, los checos le cambiaban los nombres de las calles para marearlos. ¡Riñones…!
Esta idea, aunque perfecta en su simpleza, no gustó mucho. Hasta me dijeron que si los pobres muchachos del FMI tenían que cruzar la Plaza de Mayo bajo la lluvia, de la Rosada a la Catedral, ida y vuelta, para verificar adónde había llegado la factura, se podían resfriar. Agregaron que ellos también son seres humanos, aunque los antecedentes digan lo contrario.
“Tenés que aportar ideas para recaudar guita”, me aclararon en un wasap corto pero contundente como viraje de laucha. Entonces lancé mi idea más renovadora: cobrarle impuestos extras a los bares que usan tazas de cerámica sin manija, que a la medialuna le dicen croissant, y que te sirven el café frío porque así se sirve en Mallorca. A los que a la medialuna le llaman mezzaluna, impuesto triple. Agregué un Excel que demostraba que íbamos a recaudar como para pagar la deuda externa y nos iban a van a quedar unos mangos para hacer una autopista directa de CABA a mi pueblo santafesino.
Todos se entusiasmaron con la idea de una autopista directa a su pueblo natal. Me entusiasmé más aún y le agregué impuestos cuádruples a los que niegan a Maradona, Messi y Charly, y a los que pudiendo poner Ofertas o Para llevar ponen On Sale y Take Away. Ya me imagino el cielo cruzado de miles de autopistas que llevan a casi todos los argentinos hasta la puerta de sus casas de la infancia. Me dan ganas de llorar, me dan…
Medité dos días más, ahora en mi casa frente al lago, porque se venía la tarea más difícil: cerrar la grieta. La idea me llegó como del cielo, cual mandamiento número once. Propuse crear el chori-shushi con su onomástico y todo. El Día del Chori-Sushi todos estaríamos obligados por ley a desayunar, almorzar, merendar y cenar chori-shushi. Así, gauchos y chetos estarían unidos en una única mordida. El chimichurri es opcional.
Para redondear esta idea tuve que pedir ayuda al japonés del vivero de la vuelta de mi casa, porque yo al pescado crudo no te lo como ni a punta de katana. Para qué… el chori y el pescado crudo se repelían como el vino caro y la soda. Y cuando logramos que se quedaran más o menos tranquilos adentro del pan, el chino me sale con que tenía que llamarse shushi-chori y no chori-shushi. Terminamos a las piñas. Él haciéndose el que sabía karate y yo usando el cinto como rebenque, en plan gaucho. El chori-sushi, un asco.
El tema de la inflación también quedó bajo mi responsabilidad. “Hay que subirla”, les dije. “Al doble o al triple”. Por dos días no recibí respuestas. Estarían consultando a los que se supone que saben de economía. Pero esta idea no tenía que ver con la economía sino con la grieta. “No se dan cuenta de que, por primera vez en muchos años, cuando un peroncho y un antiperonista charlan en la cola del supermercado están de acuerdo, reputean y se quejan igual por los precios”. Tuvieron que aceptar que yo tenía razón. Así que si aumenta la inflación, ya saben de quién fue la idea. Lo hice por ustedes, argentinos. De nada…
Estaba cocinando al horno un chori-sushi que me había quedado del intento gastronómico antigrieta cuando me llegó el último mensaje: “Una idea más para resolver el problema del dólar y te dejamos en paz”. “Hay que anexar Punta del Este, Miami y Andorra y terminamos con las fugas”, les dije. Me mandaban mensajes de audio con aplausos y vítores. Muy emocionante. Después apareció “la máquina de impedir”. Que es difícil, que se va a enojar el Pepe Mujica, que en Miami hace mucho calor y nadie sabía donde quedaba Andorra.
Las otras ideas no las cuento en detalle porque cayeron en saco roto. Arreglar los entredichos con duelos con pistola Taser, prohibir las bicisendas para evitar que alguien haga otra vez campaña con este aburridísimo tema, meter preso a los evasores y a los que remarcan los precios a lo pavote, expropiar las fábricas de papel para abaratar el precio de los libros, nacionalizar las tierras que están en mano de los extranjeros y abrir los caminos a los lagos argentinos cerrados por sus dueños, meter preso a los evasores y remarcadores (esto ya lo dije, creo), tomar el control de los ríos y de las empresas que sacan vaya a saber uno qué sacan por esos ríos, etc. Ah… y meter preso a los evasores y a los remarcadores y otras ideas así.
Mandé la factura pero creo que llegó a la Catedral. “Que Dios te lo pague”, me dijeron desde un wasap anónimo. Fui a reclamar pero de tanto cruzar la Plaza de Mayo ida y vuelta me pesqué una insolación tremenda. Y me habían vuelto los juanetes, ahora en los dos pies. Me olvidé de la guita y me fui a un café donde un mozo me reconoció y, sin preguntarme nada, me sirvió lo que deseaba como si me leyera la mente. Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. A veces.