Para contar esta escena hay que tomarse el tiempo necesario. Ese tiempo que saben tomarse sólo aquellos ya no les preocupa el tiempo. No hay lugar para apuros, ni para notificaciones de celulares. Quien cuenta la anécdota, pidió un cortado en la barra, se sentó en su lugar de siempre y luego de acomodar un impecable saco azul, pidió el diario y no la clave de wifi.

El señor, posiblemente octogenario, cuenta que un grupo de amigos se encontró con un problema digno de un cuento de Fontanarrosa, justo donde está sentado ahora, pero casi medio siglo atrás. El relato dice que a uno de los "muchachos" del grupo se le ocurrió la “fechoría” de morirse en los brazos de su amante. Y que en esas condiciones no se le podía avisar a la flamante viuda. 

Cuenta que luego de mucho deliberar con el resto, decidieron la última maniobra heroica de llevar su cuerpo a un escenario "más adecuado”, cómo era esa barra de algarrobo a la que fue a pedir su cortado minutos antes de comenzar con su relato, para poder hablarle a la familia, ya con el buen nombre y honor del amigo a resguardo.

Historias como esta abundan en la esquina de Bartolomé Mitre y Cucha Cucha, en el barrio de Sarandí, partido de Avellaneda. Un lugar en el que se sabe que no “todo pasa”, aunque suene contradictorio.

El Bar-Sa

En el histórico Bar Sarandí, más conocido por todos como el “Bar-Sa”, funciona una especie de túnel del tiempo bonaerense. Lautaro Gómez es uno de los dueños desde 2019. Apenas tiene 21 años, está asociado con su suegro y atrapado por esa atmósfera única con aroma a tango y nostalgia. “Primero lo tomaba sólo como un trabajo, pero poco a poco empecé a escuchar historias de viejos clientes y empecé a entender que este es un pedazo grande de Avellaneda” , relata a BuenosAires/12.

El Bar Sarandí fue inaugurado en 1933, como un punto de encuentro de las clases obreras que cruzaban de Capital a Provincia, y viceversa. A pesar de haber sufrido quiebras, incendios y cambios de dueños, el lugar sigue funcionando, manteniendo intacta la esencia y arquitectura de aquella época.

Mesas y sillas de hierro; botellas que rondan los 100 años, arañas lujosas en los techos, un impecable mostrador de algarrobo y paredes cubiertas en madera, adornadas con afiches originales sobre la vuelta de Perón, la imagen de Carlos Gardel o de las históricas jornadas de 1945, trasladan inmediatamente a cualquiera a un espacio tiempo en el que el siglo XX aún reina y destila juventud.

La propiedad la construyó Alejandro Bustillo, él mismo arquitecto que hizo el hotel Provincial en Mar del plata, y tiene esa estética. La barra y el mobiliario son los originales de 1933, tenemos botellas y vajilla de esa época, todo lo que restauramos mantiene esa idea. Acá adentro tiene que ser siempre 1933”, subraya nuestro relator de ocasión. 

El local fue declarado patrimonio de Avellaneda en 1989 así que según explica “nada se puede modificar, solo restaurar con los materiales de la época”. Y agrega: “es nuestra burbuja del tiempo en Sarandí”.

En sus primeros años se llamaba “La lechería” y funcionaba las 24 horas. Sus principales clientes eran los camioneros. Eso hacía que muchos de sus empleados vivan acá. Sobre esos lujosos muebles (en un primer piso) había habitaciones que formaban un típico conventillo de principio de siglo, en el que las migraciones, internas y externas venían a buscar una nueva forma de vida a Buenos Aires.

La oficina de Grondona

Para quienes transcurren en el día a día de Avellaneda, decir Bar Sarandí es decir Julio Humberto Grondona. El histórico presidente de AFA y vicepresidente de la FIFA, no solo fue su cliente más destacado, sino que aseguran que tenía reuniones en esas mesas repletas de recuerdos.

“Lo de la estación de servicio es una leyenda, todos en Avellaneda saben que Grondona atendía acá, a una cuadra tenía su estacionamiento y recibía a todos en una especie de lugar reservado. Tengo dos libretas de la AFA donde Julio anotaba los que se querían asociar, las guardo como oro”, realata el hombre que mientras encara su cortado también afirma que el club Arsenal de Sarandí, fundado por el propio Grondona, nació en este lugar, en el bar, en 1957. Fue exactamente medio siglo antes que el equipo de Gustavo Alfaro, Papu Gómez y Martín Andrizzi, se coronara como campeón de la Copa Sudamericana ante el poderoso América de México. 

Gómez muestra orgulloso un cuadro del famoso anillo que tenía “Don Julio”, con la inscripción: “Todo pasa”. Cuenta que ahora no está en la pared porque lo están restaurando pero ya “pronto volverá a su lugar”. 

Sin embargo, la historia del lugar excede a Grondona y también tiene otros protagonistas "notables" que hicieron de "El Barsa" un lugar propio. “El Bar Sarandí era un emblema de Avellaneda, entonces los políticos, los dirigentes y los personajes del mundo del espectáculo venían acá todo el tiempo", continúa el relato en que de a ratos aparece Jorge Porcel. "Era un punto estratégico, cerca de la ciudad pero no tanto, y entonces estas mesas se transformaron en un lugar donde parte de la elite venía a hacer negocios.”

Pero no la historia tampoco se reduce a personajes consagrados y tipos de negocios que encuentran un lugar que les termina resultando demasiado cómodo. “Acá vivía y trabajaba Horacio Guarany, fue lavacopas antes de su carrera artística, y dormía en una de las piezas del fondo”, asegura el relato, cuando parecía que el tiempo para las historias se había agotado. 

Cierres, incendios, herederos y una historia de amor

El Bar Sarandí funcionó ininterrumpidamente 80 de sus 90 años. Pero en 2013 cerró sus puertas luego de la muerte de su histórico dueño “Pepito”, ocurrida un tiempo atrás. Los años habían pasado, el lugar estaba muy desmejorado y los herederos no podían hacerse cargo, así que se tuvo que cerrar.

Las persianas quedaron bajas hasta que los recuerdos de un ex cliente cambiaron la historia. “Una de las personas que compró el lugar, cuando era adolescente, se escapaba de la escuela con su primera novia y venía a tomar algo a este bar, los años pasaron pero cada vez que pasaba por Mitre y lo veía cerrado sentía que tenía que hacer algo”, y compró el lugar en 2019 cuando se asoció con el dueño de otra pizzería de la ciudad. Luego llegó la pandemia, donde sobrevivieron haciendo delivery; y en diciembre 2021 un incendio amenazó nuevamente al bar.

“Fueron tiempos muy difíciles", recuerdan sus trabajadores, que todavía continúan en el lugar. Poco a poco fueron volviendo los antiguos clientes, y hasta estaban aquellos que se emocionaban cuando lo veían casi intacto. "Creo que para algunos era una forma de volver a la juventud", analiza. Rumbo al centenario el bar recuperó sus cenas show de viernes y sábados en la noche. "Se hacen todo tipo de música pero algo pasa en el aire cuando es noche de tango", reconoce el dueño.

Actualmente, se está trabajando en recuperar el primer piso, donde estaban las oficinas y algunas de las habitaciones en transformarlo en un salón temático en el que se recordará los años de la milonga de la década del 30. Para Lautaro "todo se hace a pulmón pero se disfruta con el corazón". Todavía no lo tienen cómo les gustaría pero están "cada vez más cerca".

“Este lugar es un refugio para mucha gente, tenemos clientes que vienen todos los días y nos cuentan miles de historias. Este es su lugar, donde se sienten parte. Acá encuentran un tiempo que parece olvidado, pero que todavía vive”, cierra el joven, más chico que el siglo XXI.

En tanto, el narrador de historias volvió a su diario. Su café entre frío y resignado, espera a un costado. La moza lo cambia por un nuevo cortado caliente, con una sonrisa. Afuera dicen que es miércoles al mediodía de julio del 2023. Adentro poco importa eso. Quizá todavía sea 1933. Por lo menos hasta que se enfríe el próximo café.