“Este 10 de julio es otro aniversario de Lucas” dice Marcelo “Chelo” Candia, ilustrador, dibujante, muralista. “Luquitas Verón” agrega, y al nombrar al joven --asesinado por la policía en un caso de gatillo fácil en La Matanza, en 2020--, utiliza un tono que habla de una hermandad. En rigor, de una entrega: “Mi pincel está al servicio de determinadas luchas”, explica a Página/12 desde su taller en General Roca (Río Negro), lugar al que denomina en el original de su toponimia: Fiske menuco, es decir: pantano grande o pantano helado, en lengua mapuche.
Chelo se define como un obrero del arte, como un artista que busca conmover “con lo que le pasa al ser humano”. Sus murales son resultado de actividades colectivas de reivindicación. Y no se asombra al enterarse de que esta semana, uno de los murales que se hicieron por Lucas Verón fue vandalizado. Es recurrente que eso también ocurra con su obra muralista. Chelo retrata “muertes injustas” en los espacios públicos, le pone color a la memoria.
Para el artista “la reparación de un mural”, suele transformarse en otra actividad solidaria que acompaña las luchas. Su obra no se limita al acto de pintar sino que acompaña a las familias, a los amigos. A los organismos de derechos humanos. Busca estar ahí y “pintar con ellos”. Esto fundamenta su obra. La que mantiene la memoria por Lucas Verón, por Cristian Ibazeta o Carlos Fuentealba, por Julio López o por los excombatientes de Malvinas. Hay un emblemático mural en el Concejo Deliberante de la ciudad de Allen, donde nació Marcelo Candia: “están ellos en ese mural, pintaron conmigo y luego los pinté a ellos, porque decían que nunca estaban retratados en los homenajes”, refiere. Y asoma la ternura en el duro relato que hilvana su obra.
Un mapa de la violencia podría trazarse siguiendo su trabajo. Y también de las luchas que lograron justicia, como el caso de Lucas, que devino en la detención de los dos policías involucrados.
Salir del taller: tomar la calle
Suele suceder que los dibujos que Chelo elabora en la soledad de su taller, se transformen en murales: él dibuja algo y lo echa a correr --antes era por mail, hoy por redes sociales--. Y eso resurge impreso en remeras o pancartas, como las que portan hoy manos anónimas apoyando los cortes de ruta en Jujuy, o como ocurrió en el piquete donde fue asesinado en 2007, en Neuquén, el maestro Fuentealba.
Allí se inició el singular recorrido de este artista cuya obra puede verse en murales, o dentro de bibliotecas populares patagónicas donde un Osvaldo Bayer “cambiando los nombres de las calles” se ha convertido en icono. Tal es la impronta que desde en un bar de El Chaltén (provincia de Santa Cruz), le llegó una foto del dibujo ya típico de Bayer: “está mi firma en ese mural, y yo no lo hice , alguien copió mi dibujo de Osvaldo, y no solo eso, copió mi firma ¡y firmó él también!”, se sorprende todavía al recordarlo.
Lucas recibió dos disparos de un policía bonaerense detenido tras un encubrimiento frustrado. Chelo pintó ese mural por pedido de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), en la casa de Lucas. Allí se observa un gesto que se repite en su obra y es la mirada, son los rostros de los jóvenes asesinados por casos de violencia institucional, quienes desde las paredes miran al frente, interpelan al presente con los ojos de un pasado doloroso, y en muchos casos, miran directo a las comisarías de donde salieron las balas asesinas.
En el inicio del recorrido está el mural por Fuentealba, el que fue blanqueado y vandalizado varias veces. “Curioso, porque fue en momentos en que las cámaras de seguridad… no andaban”, ironiza el artista, que se define como un “comunicador” –de hecho estudió Comunicación Social, no Bellas Artes, advierte--. Y repasa el momento en que su obra salió del taller y tomó las calles, sin que se lo propusiera.
“Recuerdo estar frente a la compu y enterarme que Carlos había sido herido, en la ruta, todavía no sabíamos si había muerto o no y lo primero que hice fue dibujar. Me salió una historieta que se viralizó --cuando todavía no se usaban las redes sociales digitales— y cuando se cumplió un año del suceso me invitaron a pintar por él en San Martin de los Andes”. El mural, de 6 x 12 metros, es una obra colectiva y se llama “Con la tiza en el puño”. Fue uno de los que Chelo volvió a pintar, varias veces y cada vez le agregó más color al banco y negro.
“Cuando lo hicimos fue más fuerte –recuerda--, y cuando la justicia se fue expidiendo, y metieron preso al asesino y después a los otros polis, fue cambiando de color, fue teniendo más esperanzas”. Ese fue el inicio “en esto de llevar mis pinceles a las calles y acompañar las luchas”, repasa. Luego pintó por Cristian Ibazeta, asesinado en 2012 en una comisaria neuquina. Luego por Daniel Solano, un trabajador golondrina asesinado en Choele Choel. “Todavía no encontramos su cadáver –comparte--, pero hay diez policías con perpetua”, sostiene, con hidalguía.
El mural por Solano es un emblema y tiene también varias restauraciones. Frente a la comisaría “están los ojos de Daniel, mirándolos –describe--, cuando la policía sale de la comisaria lo tienen ahí, mirándolos”. Luego pintó por Atahualpa Martínez, en Viedma. Más tarde por Facundo Castro Astudillo “allá por Pedro Luro, acompañando a Cristina Castro en su lucha”, repasa.
Cada mural es un pedido. En eso difiere de otros muralistas “que salen porque les dan ganas”. Para él “pintar muertes injustas, en espacios públicos” surge en el marco de una acción solidaria y colectiva. Esto lo acercó a la CPM. Su presidente, Roberto Cipriano García pintó con él por Ibazeta. “Cristian había denunciado maltratos en una comisaría de Neuquén –señala García a Página/12--, por eso se pintó el mural en la Universidad del Comahue, con presos y contra el abuso policial”.
Se volvieron a encontrar “en lo de Facundo” añade Chelo. Y el vínculo se materializó en otros murales, otros reclamos: por la masacre de Pergamino, o la de Esteban Echeverría. “Chelo trabaja con una perspectiva de derechos humanos muy clara, su trabajo es muy expresivo y con mucha vida pese a que cuentan la muerte, y muestran la violencia del Estado”, resume García.
Acompañar las luchas
El caso de Lucas Verón representa la esencia del arte político de Chelo Candia. “Fue muy fuerte porque me gusta pintar con la familia y trato de que la imagen surja de ahí. La familia de Lucas lo entendió, incluso me alojaron y dormí en su cama. La pieza de Lucas está tal cual la dejó, con recuerdos de él y una especia de altar. Esa noche ahí tuvo un doble significado: por un lado la entrega de la familia, y por otro la polenta de sentir ahí la presencia del Luquita: era su habitación, el lugar donde construía sus sueños –sintetiza--, todo lo que un pibe tiene, hace y siente y de golpe se lo sacan”.
Candia combina su vocación muralista con la escritura de sus libros, con los talleres que dicta, o las historietas con las que ilustra diarios y revistas. “Es una forma de dar cuenta de lo que nos pasa, todo lo que pinto se puede resumir en lo que le pasa al ser humano --concluye--, a veces le pasan cosan buenas, y a veces cosas malas”.