Los desafíos ante el cambio climático, la incidencia en la manera de trabajar la tierra, y los conflictos que sobrellevan en el día a día, fueron expuestos en el Encuentro Trinacional de Mujeres que se realizó desde el 3 de julio, y hasta el viernes último, en el departamento de Presidente Hayes, en la República de Paraguay.

Mujeres del Chaco americano, que abarca a Argentina, Paraguay y Brasil, azotado recientemente en una gran parte, que comprende el norte salteño, por una prolongada sequía, participaron del encuentro y encontraron en sus relatos los riesgos y demandas comunes al momento de hablar del territorio y de la necesidad de protegerlo.

“En el caso de los tres países compartimos el mismo territorio y las problemáticas”, dijo a Salta/12 Yamila Contreras, una de las mujeres campesinas de la organización Raíces Norteñas, de Coronel Juan Solá, pueblo del departamento Rivadavia, de Salta.

Uno de los problemas acuciantes es la sequía por las dificultades para el acceso al agua que están teniendo habitantes indígenas y criollos. “Esto cambió el modo de producir en cuanto al calendario que teníamos normalmente porque ya no llueve como antes, ni hay agua para los animales”, sostuvo Contreras. 

Afirmó que esto conlleva a una sobrecarga en las tareas de cuidado de las mujeres que cada vez deben recorrer más kilómetros para poder conseguir agua. Otra alternativa es solicitar al municipio que les provea el recurso hídrico. Pero en un territorio tan extenso como el de Rivadavia (de 25 mil kilómetros), siendo uno de los municipios más pobres del país, “los recursos son pocos”.

Los conflictos de tierras no quedan fuera de las discusiones. Contreras afirmó que la diferencia con las comunidades campesinas criollas de Salta, respecto a otras del país y de Bolivia y Paraguay, es que la ley 7658 (que crea el Programa de Regularización Dominial y Asistencia para Pequeños Productores Agropecuarios y Familias Rurales), impide por el momento los desalojos del campesinado. Esto los ayuda en ocasiones a negociar con los titulares registrales de las tierras que las y los campesinos trabajan desde hace años para llegar a un acuerdo por la ocupación. “Pero a veces no se llega a un acuerdo”, y entonces queda en manos de la Justicia la posibilidad de ordenar desalojos.

Mientras los conflictos aparecen, la zona empieza a sufrir el desarraigo de las nuevas generaciones que deciden migrar a las grandes ciudades ante la permanente crisis.

Entre otras demandas Contreras pide que se les dé valor agregado a su producción. “Por ejemplo, las mujeres criamos cabras o cerdos y lo que nos falta es que el mismo gobierno nos ayude a que se pueda transformar eso en leche o yogurt. Tampoco tenemos un matadero habilitado para el ganado mayor”, afirmó.

Indicó que pese a todo, la voz de las mujeres cada vez se escucha más en los territorios al momento que se encuentran en lugares de tomas de decisión. “Antes quedaba toda la decisión en los varones (...) antes el varón era el que cobraba todo. Ahora la mujer maneja el dinero de lo que produce y eso le dio un poco más de independencia y seguridad”, afirmó.

“Desafíos éticos a nivel global”

Las mujeres del Colectivo leyeron al finalizar el encuentro un pronunciamiento en el que detallaron el contexto que viven. Afirmaron que en sus territorios y comunidades el cambio climático se siente en el cambio de las épocas de plantación, floración y cosecha; en las sequías cada vez más prolongadas, en las temperaturas extremas, en los ríos que se secan, en la degradación de la flora y la fauna y, todo esto repercute en la alimentación, en la salud y el cuidado de las poblaciones indígenas y campesinas que, a su vez, son quienes trabajan más cerca con los recursos naturales que son impactados por esta crisis que es global. Uno de los problemas más acuciantes, indicaron, está en la seguridad alimentaria en esta zona.

“Más que una crisis de la naturaleza y climática, estamos frente a una crisis sistémica que nos presenta desafíos éticos a nivel global”, afirmaron en el pronunciamiento. Destacaron que estos cambios amenazan sus formas de vida, profundizando las condiciones de pobreza y desigualdad, generando desarraigo, migración, pérdida de identidad y con ello el aumento de la violencia de género; así como degradación de las formas tradicionales de organización familiar y comunitaria, sobrecarga en las mujeres e impacto en la salud mental de las poblaciones.

Entre las demandas, solicitaron la regularización de la tierra, consultas previas libres e informadas, protección a las defensoras del ambiente y bienes comunes que suelen ser amenazadas, inversión pública y privada para los recursos hídricos, financiación climática a comunidades que habitan el territorio, formación continua de mujeres jóvenes como monitores ambientales locales, para la protección de los bosques y territorios, recuperar y proteger plantas y semillas nativas, y educación ambiental crítica y liberadora.