En un acto de la escuela por el día de la bandera, mientras se homenajeaba a Manuel Belgrano, los padres chusmeaban sentados en la segunda y tercera fila. El tema en cuestión es el mito de la maldición de los abanderados, como si fuera parecido a los que se atreven a excavar y descubrir tumbas de faraones en el antiguo Egipto.

Dijo, uno de los que estaba sentado mirando la app Store de su teléfono: --Eso me hizo recordar que jamás pude ser abanderado. Una vez a lo sumo, y de suerte, fui escolta--.

Desde esa frase se precipitó un aluvión de anécdotas que le corrió el eje a toda atención que pretendía la directora de primaria.

Entre chismoseo y carcajadas quedaba siempre claro que los niños abanderados que uno recordaba fueron luego adultos despóticos y perdidos en su pasado infantil exigente.

Lo cierto es que por la envidia o por lo necesidad de hablar siempre de las miserias de los otros, el homenaje a Belgrano desencadenó en la promesa de algunos padres, de un programa para el asado. --Arreglemos para vernos en casa y hablar de la maldición de los chicos que parecían perfectos--.

Entonces me pregunté si la intención era verse para hablar del tema, o si esa necesidad de seguir era una actitud libidinosa hacia aquello que no prospera.

Me refiero puntualmente a esa devoción por interesarse sólo en los finales trágicos, como si fuera una especie de enamoramiento del No.

Tal vez, saber que todo cuando brilla luego se apaga, nos tranquiliza para justificar nuestras propias vidas.

De esa forma no hay ninguna adrenalina para el desafío y todo está bajo control.

Recordé una frase de mi compañero de la primaria, que había sido abanderado en 5to. grado, y pese a sus 10 pequeños años no quiso volver a serlo.

Le pregunté en ese momento: --¿Por qué?--, y solo respondió: --¡Porque No!--

Y agregó: --Me encanta decir que NO cuando ya sé que puedo ser abanderado--.

También podría pensar, después de traer ese suceso a la memoria, que ese “decir no a lo que ya puedo ser”, es lo más parecido a la evolución.

En cambio otra de las reflexiones que me parece, pueden entrar en este análisis, es cuando uno desde el vamos dice: --No seré abanderado--, es decir sentenciar “el orgullo al NO”.

Es aquí donde pienso que algo sucedió una mañana entre el SI fácil de la inteligencia artificial y el NO te enganches de la luz, del restaurante en Puerto Madero.

Me dijo Alexa con su voz de parlante “Despertarse con el “No”, es haber dormido sin sueños.

Esto me hizo analizar la capacidad que tenemos de alejarnos cuando el otro nos supera, sea abanderado o simplemente un espíritu libre en esta actualidad vacía de proyectos publicitarios.

Recuerdo ese título que me tiró por la cabeza un hombre ya hecho en sus ambiciones: --La crítica del otro empieza cuando quiere hacer lo mismo que vos y no le sale--.

¿Será que en la primaria ser abanderado es la coronación de una etapa de la vida donde aún no está inyectado el veneno de las frustraciones adultas?

Se me ocurre, mirando el tránsito insoportable en panamericana, que trasladar en forma de orden ese título que los adultos no supimos conseguir de niños, es como una explosión del escape de esa moto qué pasó y partió el espejo.

En este sentido considero que la violencia tapada es aire que se respira en una autopista urbana pero también, más que nunca, se expresa en las exigencias a un corazón niño.

Lo que sucede es que no poder resistirse a la tentación de parecer el mejor trae sus inconvenientes.

Por eso, es importante estar atentos. El abanderado natural es el chico que se ríe, el que juega y el que sabe pensar sin miedo. Exigido puede ser traumático para el desarrollo de sus talentos naturales.