"Bueno... esto también es Acorazado Potemkin", dice Juan Pablo Fernández, y la frase sirve de definición, de advertencia y de anticipo. La imagen inicial es inédita para la banda con casi quince años de recorrido en la escena independiente: el cantante tiene colgada una guitarra acústica; Federico Ghazarossian ha cambiado su legendario bajo Gibson -el mismo de tantas noches calientes con Don Cornelio, con Los Visitantes- por el contrabajo que utiliza en Me Darás Mil Hijxs; Luciano "Lulo" Esain no está tras la batería, dispuesto a su acostumbrado vendaval percusivo, sino que ocupa el centro con otra acústica. Sólo más adelante irá a su sitio habitual, pero munido de escobillas o sus palmas desnudas. Y a medida que se desgranen las canciones quedará clara la veracidad de la frase de JP: parece otro Acorazado Potemkin, pero lo que se ve en el Teatro Rondeman sí, también es Acorazado Potemkin.
En dos funciones a sala llena, el viernes 7 y el domingo 9, el trío fue más allá de la relativamente sencilla operación de bajar decibeles y reducir electricidades. Lo más fácil es seguir los lineamientos básicos del unplugged, pero quienes vienen siguiendo el camino de la banda saben bien que nunca se queda en la apuesta superficial, el maquillaje que disimula o el gesto para la galería. De algún modo, los Potemkin decidieron examinarse a sí mismos, abrir la caja de herramientas de sus propias canciones y poner en el escenario nuevos artefactos melódicos y armónicos. Quizá uno de los mejores ejemplos haya sido "Las cajas", engalanada por el piano de Guillermo Pesoa, compañero de los tiempos de Reincidentes que acercó la canción a las vestiduras de la Pequeña Orquesta: no fue nada curioso que la versión acústica de ese desgarro incluido en Labios del río alcanzara cotas de intensidad aún más altas.
Pero cada una de las almas que se acercaron a la acogedora sala del Abasto eligió su propia aventura, que también pudo haber sido el "Flying saucers" con la lisérgica flauta traversa de Juliana Moreno o el recuerdo de las lejanas "Perrito" y "Smiley Ghost", de Mugre. No es novedad el amor palpable que une a la banda con su público, producto del mapa emocional que cada cual ha ido tejiendo con letras y melodías que calan hondo, que representan mucho para quien escucha. En los shows de Potemkin nadie teme al dolor y a la carne viva, porque a la estrofa siguiente reluce una esperanza: el grupo no es nihilista, abraza las zonas oscuras como camino a lo brillante, y la oportunidad de estacionar un rato la potente maquinaria de siempre permitió recrear ese rito de identificación de nuevas maneras.
Dicho de otro modo, o parecido: si en su propuesta acústica los Potemkin se examinaron a sí mismos, el público pudo hacer otro tanto. "Yo que nunca tuve paz, me envuelvo en esa paz / Lo gris contra lo gris, soy lo gris contra lo gris", cantó junto a Juan Pablo, citó al peruano José Watanabe, y aunque fuera un "Desert" descargado de adrenalina eléctrica transmitió un peso emotivo similar.
¿Cómo no acompañar el embrujo, entonces? Potemkin convidó a amigos de la vida como Pesoa, Moreno, Gustavo Semmartin y Mariano "Manza" Esain (el viernes también estuvo el cantor Alejandro Guyot) para un recorrido que no buscó "balancear" el material de sus cuatro discos, sino encontrar una homogeneidad natural, un diálogo entre sus canciones a partir de ese barajar y dar de nuevo con sus componentes. La dulce belleza de "El arca" enlazada con los ásperos dolores de romances rotos en "La mitad" y "Pintura interior". El corazón que ruega una vuelta más en "Calesita" y el azul que es más azul que el cielo en "Una oración más", la dura realidad conurbana sintetizada en las dos puntas de la lista, de "La carbonera" a "El pan del facho".
Y en el medio, sosteniendo todo a pulso, tan entregados al ejercicio despojado como en sus noches más tempestuosas, ellos tres. El pacto no escrito de Fernández, Esain y Ghazarossian se funda en la nobleza, en la verdad aunque duela, en la honestidad de hacer solo aquello que su convicción les indique. Si los primeros intentos de transitar este desvío no hubieran funcionado, si hubiera parecido un mero jueguito estilístico, Acorazado Potemkin lo hubiera descartado. Cada show renueva el vínculo con su público porque lo que allí se ve procede de una sala de ensayo donde no vale mentir, traicionar ni disimular. Eso se transmite. Y así, su incursión acústica no es un simple desvío ni un tomar aliento para seguir atropellando. Dibujan un mapa que aún no sabe de confines.