Con apenas horas de diferencia, Uli Decker recibió dos noticias que cambiarían su vida para siempre. La primera, que su padre había sufrido un accidente y estaba internado en grave estado. La segunda, de boca de su madre, que aquel hombre con el que tenía una relación distante no era quien aparentaba, que debajo de la imagen pública de padre de familia modélico y docente en el colegio de un pequeño pueblo católico en el estado de Baviera donde vivían escondía un secreto que solo su esposa sabía: en la intimidad del hogar, apañado por la soledad más absoluta, se travestía con ropa de mujer. Mil preguntas irrumpieron en la cabeza de la jovencita. Ninguna obtendría respuesta, pues su padre moriría horas después. Décadas más tarde, y como una forma de intentar saber quién fue aquel hombre, la realizadora concibió Ánima. Los vestidos de mi padre, que se verá el martes 11 a las 15 y 21 y el domingo 16 a las 18 en la Sala Lugones del Teatro San Martín, en el marco del ciclo ¡Grabando! Documentales contemporáneos de realizadoras alemanas.

Decker aborda ese secreto y las consecuencias en el núcleo familiar a través de un dispositivo que entrevera las coordenadas de los documentales en primera persona, la animación, la ficción y hasta lo ensayístico, en tanto la materia prima de los 95 minutos de metraje son los diarios escritos de puño y letra por su padre. Pero al principio fue distinto. “Quería filmar una ficción para no hacer tan visible mi historia familiar y porque pensaba que había demasiadas cosas sobre las que no era recomendable hablar en público”, cuenta la directora ante Página/12. Todo cambió cuando, estudiando Documental Creativo en Barcelona, contó la historia a colegas y profesores, y todos dijeron que la mejor forma de abordarlo era a través del cine de lo real.

Más allá de sus dudas, el pudor y el temor ante las consecuencias de escarbar en una herida que todavía estaba abierta (y que no era exclusivamente suya), Decker puso manos a la obra junto a una amiga que sabía que el asunto no era fácil de encarar sola. Hubo idas y vueltas sobre el formato –“la primera idea fue hacer una película de animación como Persépolis, pero necesitábamos como cuatro millones de euros”–, hasta que escuchó en una radio local una discusión sobre si se podía hablar sobre otras formas de amor e identidad con los niños y jóvenes. “Había gente de partidos conservadores y de la Iglesia que decía que no porque eso podía generar ideas completamente locas. Ahí pensé que quizá sí tenía sentido hacer un documental sin esconderme y contar lo que puede haber detrás de la fachada de una familia a la vista muy tradicional”, dice.

-¿En qué momento decidiste mezclar documental y ficción?

-Siempre tuve claro que no quería hacer un documental clásico. La noción de identidad tiene mucho que ver con la ficción que nos hacemos sobre el mundo, sobre nosotros y los otros. Quería jugar con esas ideas y con los sueños que tuve como niña, además de hacer una película que tratara un tema trágico con humor y levedad, e incluyera elementos que pudieran leerse en varios niveles. Me gustaba ir más allá de una historia privada, porque al fin y al cabo tranquilamente podría ser cualquier familia.

-Contar la historia de tu padre implicaba no sólo exponerlo a él sino también a vos, a tu hermana y a tu madre. ¿Cómo fueron sus reacciones ante la propuesta de una película? ¿Hubo alguien cercano a tu padre que se opusiera o no quisiera hablar?

-Desde el principio tuve en claro que lo especial de esta historia era el reflejo que había entre mi padre y yo, y que podía abordar el problema de los roles desde la perspectiva de dos personas que no encajaban. Era muy importante no solo la exposición de mi padre, lo que implicaba un gran riesgo, sino también ponerme a su lado y no retratarlo como un ser raro ni dejarlo solo en esa posición. No quería exponerlo a él sin exponerme a mí, pero yo tampoco quería exponerme, por lo que fue una lucha constante conmigo misma, contra mi instinto.

-¿Y con tu mamá y tu hermana?

-Para ellas no fue fácil, pero no pusieron obstáculos. Siempre dijeron que iban a ayudarme. Sí hubo personas que dudaron de que la película fuera positiva para mi familia porque les parecía un tema demasiado privado, lo cual es perfectamente entendible. Durante la edición, decidí centrarme en la familia y no incluir a otras personas que habíamos entrevistado antes, sin que supieran cuál era el tema central, solo que sería algo sobre mi padre.

-Las generaciones jóvenes son, en términos generales, más abiertas en cuestiones de identidad sexual. ¿Notás diferencias entre la recepción del público joven y el adulto?

-Hay adultos y jóvenes de todo tipo, pero cuando voy a escuelas me doy cuenta de que para los alumnos es más natural hablar de identidad sexual y que tienen mucha más información. En Berlín hay muchos hijos de familias musulmanas que dicen cosas que un chico de Baviera decía hace treinta años. Piensan de una manera bastante conservadora y les cuesta avanzar en este mundo alejado de la tradición que siguen. La mayor diferencia entre los adultos y los jóvenes es que muchos adultos hacen conexiones con sus propias vidas de una manera más profunda porque ya trataron sus temas familiares. Para ellos el tema del género no es lo más importante, sino los secretos y lo que hace el silencio con los vínculos. Los adultos encuentran más matices. Hay muchas personas de la edad de mi madre que hicieron un recorrido bastante interesante, porque se criaron de una manera tradicional y la vida las obligó a abrirse a otras realidades.

-Muchos de los debates internos que plantea tu padre en sus diarios son planteos que continúan vigentes. ¿De qué manera creés que tu película dialoga con el contexto actual?

-Ánima ofrece la gran oportunidad de hablar de identidad de género y sexual sin etiquetas. Cuando la hice pensaba en el público más tradicional de mi pueblo. Quería que ellos se dejaran llevar por ese viaje emocional sin decir "ah, no tengo nada ver con eso". Pensaba en la gente conservadora porque para el público queer ya se hicieron muchas películas así, si bien se necesitan más. No quería quedar en un ghetto porque lo queer puede abrir muchas mentes y corazones. La película invita al diálogo. De hecho, me sorprende que muchas personas de la Iglesia la adoren, y me inviten a debates y charlas.

-En un fragmento de los diarios dice que buscaba "darle libertad a su alma trascendiendo el rol masculino". Esa idea de no encasillarse en una categoría definida suena muy contemporánea…

-Esa idea de trascender los roles definidos es algo es muy contemporáneo. Hace treinta o cuarenta años mi padre sintió eso y supo expresarlo. Siempre existió la necesidad de salir de los roles fijos. También veo mi película como una crítica al encasillamiento del patriarcado. En ese contexto, me parece trágico ver cómo la guerra entre Rusia y Ucrania provoca que los roles y las expectativas de lo que es un hombre y una mujer vuelvan al paradigma más patriarcal posible, con los ellos obligados a luchar en la frontera y ellas huyendo con los niños. Todos los matices y las técnicas para curar los traumas fueron destruidos en muy poco tiempo.

-¿Creés que tu padre fue comprendido en ese momento?

-No creo que mi padre se haya sentido comprendido porque todo lo que saliera de los patrones de "normalidad" era visto como algo raro. Recién ahora, y muy poco a poco, esas "rarezas" son vistas como personas. Viendo que en muchos países en Europa la derecha viene ganando territorio, incluyendo Alemania, me doy cuenta de que lo que conquistamos en los últimos años, esa posibilidad de hablar de la aceptación de lo LGBTQ, puede también ser quitado muy rápidamente. Por eso es importante luchar por la democracia, porque en el contexto de una sociedad con libertad podemos desarrollarnos.

-Si bien le contó el secreto a tu mamá, prefirió no contárselo a vos ni a tu hermana. ¿Por qué pensás que lo hizo?

-Entiendo que no hayan querido contárnoslo porque éramos adolescentes. Yo sólo quería salir y estar con mis amigos; creo que tuvieron la impresión de que no era una buena idea que lo supiéramos. No sé lo que hubiera pasado si mi padre hubiera vivido más, pero siendo profesor en una escuela la pasó bastante mal porque sentía que tenía que representar los valores tradicionales. Tal vez después hubiera sido más fácil hablar con nosotras, pero cuando uno guarda un secreto tanto tiempo, cada minuto que pasa resulta más complicado contarlo. Además, para él hubiera sido muy difícil vivir así en un pueblo como el nuestro. Quizás el único camino para abrirse ante su familia hubiera sido mudarse a una ciudad, pero eso era imposible porque mi padre amaba el campo.

-¿Hacer esta película te permitió, de alguna manera, conocer mejor a tu padre?

-Sí, totalmente. También me permitió hacerme una imagen de él, porque lo que elegí contar es mi versión de lo que fue mi padre. Lo conocí mejor, pero también lo creé a través de las cosas que tenía. Cada película, sea ficción o documental, termina siendo un recorte, y acá hay muchas facetas que no cuento para que la película tenga una forma que nos permita seguir viviendo. No quería que tuviera un final deprimente o melancólico, así que busqué crear algo luminoso.