La escena se da en casi todos los partidos. Al final de cada tiempo, los jugadores de un equipo rodean al cuarteto árbitral y lo increpan reprochándole los fallos. Ultimamente, incluso, las recriminaciones son cada vez más violentas. Acaso porque los errores, la carencias en la conducción del juego y la dualidad de criterios también son cada vez más evidentes, determinantes e insoportables. En el fútbol argentino, ya nadie cree más en los árbitros. Entonces, pasa lo que pasa.
Por estas horas, dirigentes, jugadores y directores técnicos están convencidos de que la baja calidad del actual plantel de árbitros de Primera División ha desvirtuado de manera irreparable la marcha del campeonato de la Liga Profesional. Y aunque nadie se atreve a afirmarlo en público, en esa convicción se fundó la decisión de bajar de tres a dos los descensos a la Primera Nacional. Creen que tanto la tabla anual como la de los promedios han sido distorsionadas por decisiones equívocas que sucesivamente han ido beneficiando y perjudicando a los distintos equipos participantes.
Los malos arbitrajes son un problema endémico que el fútbol de nuestro país lleva un siglo sin poder resolver. En la década del 20, en pleno amateurismo, había jueces que dirigían armados para protegerse de las protestas virulentas y de los intentos de agresión de jugadores e hinchas. Y en 1948, se importó un plantel completo de árbitros británicos para renovar la credibilidad de campeonatos arruinados por la mala fe con la que dirigían algunos argentinos en beneficio de los cinco grandes tradicionales y en perjuicio de los denominados equipos chicos o de menor convocatoria o peso político.
Ahora no se ha llegado a tanto. Todavía. Pero la actual nómina de árbitros de las dos categorías más importantes es sumamente deficitaria en lo técnico, muchas veces también en lo físico, y no despierta ninguna confiabilidad en los protagonistas. Ni siquiera Fernando Rapallini y Facundo Tello, que vienen de dirigir en el Mundial de Qatar, cuentan con el respaldo o el beneplácito de la mayoría. Tal vez porque no tienen la personalidad, la capacidad de conducción y hasta "la calle" de otros árbitros históricos como Angel Norberto Coerezza, Roberto Goicoechea, Humberto Dellacasa, Arturo Ithurralde, Ricardo Calabria y Juan Carlos Loustau (por mencionar sólo algunos) que acertaban y se equivocaban como cualquiera. Pero que inspiraban respeto y credibilidad con sólo entrar a una cancha.
Estos mismos árbitros cuestionados por su baja forma y sus fallos a menudo insólitos son también los responsables del funcionamiento de un VAR tecnologicamente inadecuado y que lejos de resolver los viejos problemas, ha creado nuevos. En este contexto contaminado por la sospecha se determinan campeonatos, clasificaciones a copas y descensos. Por eso, los jugadores y los técnicos están cada vez más quisquillosos. Han dejado de creer en los árbitros y dudan de todo, hasta de los aciertos. Y entonces, cualquier chispa deriva en un incendio.