En 2013, después de la renuncia de Benedicto XVI, el colegio cardenalicio que finalmente elegiría a Jorge Bergoglio como Francisco estaba integrado por 112 cardenales representando a 67 países. Más de la mitad (58) eran europeos. Con la creación de nuevos cardenales desde el 30 de setiembre próximo serán 90 los países representados; disminuyó la incidencia de los europeos (en especial de los italianos) y, solo para ejemplificar, los cardenales africanos serán ahora 26 en lugar de los 13 que eran hace diez años. Lo afirmó Francisco al hacer el anuncio el domingo en Roma señalando que la procedencia de los purpurados “expresa la universalidad de la Iglesia”. También –aunque el Papa no lo dijo- 99 de los 138 electores actuales fueron elegidos por Francisco.
Uno de los propósitos de Bergoglio –siempre apelando al Concilio Vaticano II como línea inspiradora de sus acciones- ha sido avanzar hacia una “iglesia sinodal”. Este apelativo puede traducirse de modo sencillo diciendo que el Papa imagina una iglesia realmente más participativa y así queda demostrado si se observa la progresión de la creación de los nuevos cardenales en los nueve consistorios convocados desde 2014 hasta la fecha. Este es uno de los datos. Pero no es el único y ni siquiera el más importante. Hay muchos otros componentes: “pastores (obispos) con olor a ovejas”, la internacionalización de una curia antes colonizada por los italianos y algunos europeos, la centralidad de los pobres y los descartados en la preocupación del magisterio, la prédica de las “tres T” (techo, tierra y trabajo), la alianza con los movimientos sociales y la calificación de sus dirigentes como “poetas sociales”, la revisión de las finanzas vaticanas y la lucha contra la corrupción en la Iglesia, la asunción de las culpas por los delitos de pedofilia de miembros de la Iglesia y la sanción a quienes cometieron tales atrocidades, la incorporación de las mujeres en puestos de decisión en el Vaticano, la nueva mirada pastoral hacia la homosexualidad, la insistencia en el ecumenismo y el acercamiento con las grandes religiones tradicionales en búsqueda de alianzas al servicio de la paz en el mundo.
La lista es más extensa y no se agota en lo mencionado. Se podría seguir pero alcanza para entender el sentido de lo que se pretende exponer.
Desde otro lugar se puede afirmar que Francisco ha buscado un reencuentro de la Iglesia Católica con la sociedad, pero también con su tradición histórica utilizando el propio magisterio eclesiástico y el Evangelio como fuente inspiradora y como de legitimación de sus iniciativas. Respaldó todo con ejemplos de austeridad personal, despojado de pompas y protocolos, buscando siempre la cercanía con quienes sufren, pero también con quienes lo critican y se le oponen.
Esa ha sido la estrategia, muchas veces cargada de pragmatismo a sabiendas de que hay resistencias dentro y fuera de la Iglesia, desde el poder conservador eclesiástico y desde el poder del sistema económico-político mundial que no está conforme con un líder católico que no ahorra palabras para denunciar las injusticias del sistema.
Frente a todo ello el Papa puso de manifiesto ser un gran estratega y también tiempista político. Mueve con inteligencia las piezas sobre el tablero y en el momento oportuno.
Lo ha venido demostrando antes y lo reafirmó ahora con las nuevas designaciones cardenalicias. Lo hace permanentemente con el nombramiento de obispos afines a su mirada pastoral. Está cerrando un círculo en el Colegio Cardenalicio con electores que, llegado el momento, puedan consagrar como Papa a quien pueda continuar el proceso iniciado de renovación interna y de diálogo con la sociedad.
Lo hizo días pasados designando a Víctor “Tucho” Fernández al frente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el que fuera antes el temible Santo Oficio. Para eso incluso estuvo dispuesto a generarle a su amigo Tucho las condiciones para que aceptara el cargo que en principio había rechazado. Pero también le dijo que “el Dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente”. Lo invitó y lo empujó a “promover (n. de r.: lo contrario de reprimir) el saber teológico” y a darle un nuevo rumbo a ese organismo vaticano.
En Buenos Aires no tuvo impedimento en nombrar como arzobispo a un hombre como Jorge García Cuerva sabiendo que el ala conservadora de la Iglesia no ocultaría su “molestia” por la elección del “obispo villero”.
El Papa de “las tres T” es también un hombre que persiste en sus propósitos, que tiene objetivos de cambio a mediano y largo plazo y que respeta los procesos. Así como hay quienes le exigen que camine más rápido, que acelere los cambios, otros ejercen la resistencia y critican con dureza lo que hace. Francisco lo sabe y lo tiene en cuenta, pero sigue adelante con su estrategia. Sin prisa, pero sin pausa, camina hacia sus objetivos de renovación de la Iglesia y, paso a paso, no da puntada sin hilo.