Las obras de Celina Eceiza no son obras únicamente para ver, sino también para atravesar. Si alguien llega a una muestra de esta artista, se queda parado mirando un punto fijo y no se mueve por el espacio, se estaría perdiendo de toda la diversión. Lo que Eceiza propone cada vez que exhibe es que cualquier persona pueda hacer su propio recorrido, que pueda moverse por el espacio con la misma soltura que se mueven las líneas de sus dibujos. Las formas que ella crea en su mente aparecen en las salas en las que muestra y las transforma en una extensión de su imaginación. Llegar a una exhibición de Celina Eceiza, como Desvelo –recientemente inaugurada en Moria Galería–, es meterse adentro de la mente de esta artista y conocer a todos los seres y colores que ahí habitan.
Con curaduría de Carla Barbero, la última muestra de esta artista vuelve a tomar por completo las paredes y el piso de Moria. Ya en su exhibición anterior, Villa Celina –realizada en este mismo espacio en el año 2021–, la artista había intervenido todo el lugar. En este sentido, la obra de Eceiza se propone como totalizadora, es decir, cubre cada centímetro del espacio donde se emplaza, como si se tratara de una gran planta enredadera que escala por las paredes y los techos de donde esté. En Desvelo, los pisos están cubiertos por diferentes telas de distintos colores y las paredes están llenas de dibujos hechos con carbonilla. Cada centímetro de la galería es parte de la muestra de Eceiza.
Sin embargo, hay un cambio con respecto a esa muestra anterior. En Desvelo, Eceiza dejó atrás las telas, un material que atraviesa toda su obra desde hace ya varios años, para dar lugar al yeso: el objetivo fue crear una serie de esculturas. La fragilidad y la flexibilidad de las telas quedó de lado para que aparezcan estos nuevos materiales en la obra de Celina Eceiza. De todos modos, la forma que tienen estas esculturas mantienen un diálogo directo con esa liviandad que puede tener una tela o el trazo de un dibujo hecho con carbonilla: son esculturas prolijamente deformes, con curvas e imprecisiones por todos lados, con cabezas que cuelgan como si pesaran kilos. Eceiza abandonó las telas, pero no se casó con la rigidez de su nuevo material.
En Desvelo cada obra parecería estar cumpliendo una función adentro de un relato que arma esta artista. Hay un componente narrativo en esta exhibición, sutil, pero que está ahí flotando. Recorrer las salas de esta muestra es entrar en un universo donde el tiempo es diferente y en el que estas esculturas son los habitantes de esta otra dimensión. Es tarea del espectador reconstruir la historia de ese espacio, de las relaciones entre estos seres de yeso con cabezas colgantes y también de los objetos que los rodean –árboles, sillas, relojes–. Desvelo es una muestra de arte contemporáneo, sí. Pero también es una muestra de un mundo aparte.
Eceiza tiene una habilidad para crear con sus obras refugios temporales. Las muestras de artes visuales, a diferencia de otras disciplinas, suceden por un tiempo determinado y después nunca más. Nadie repone una muestra como se repone una película en el cine o una obra en un teatro. Es por esa dinámica propia del mundo del arte que las grandes instalaciones de esta artista sólo protegen a sus espectadores por un tiempo finito.
Pero volviendo a lo de los refugios, Eceiza ha montado con anterioridad otras instalaciones como la de Desvelo, en las que primaba cierta idea de lo doméstico, pero entendiendo esa idea no como sinónimo de “casa” sino más bien como un lugar de protección y pertenencia. Una muestra de Celina Eceiza es un lugar para estar, para habitar.
En su actual exhibición la artista llenó este nuevo refugio con seres y pinturas creadas a partir del yeso. En este sentido, como señala el texto de la curadora Carla Barbero, la utilización del yeso tiene una doble connotación: por un lado, en lo que respecta a su uso en el arte, es un material asociado a piezas anteriores a una escultura terminada; por otro lado, se lo relaciona con la salud y su capacidad para sanar el cuerpo cuando los huesos se rompen.
Paradójicamente, las cabezas de los personajes de yeso que habitan Desvelo están apunto de caerse: son cabezas grandes sostenidas apenas por un cuello largo, fino y curvo. Parecerían ser débiles, sujetos sin fuerza o demasiado livianos, pero en sus rostros no se ve nada de todo esto porque tienen gestos de felicidad y tranquilidad. Están a gusto en ese espacio (tal vez se sienten protegidos).
En una muestra anterior, Villa Celina, esta artista creó una instalación con telas que incluía almohadones para que las personas puedan sentarse y así poder “habitar” ese espacio que había ideado. En esa exhibición se podían ver pinturas con imágenes de puertas, jardines que se veían desde ventanas, es decir, elementos que remiten al universo doméstico y que conviven con un mundo exterior –también había obras con imágenes de pájaros, por ejemplo–.
Cada vez que esta artista monta una exhibición, brinda la posibilidad de habitar sus obras. Esta práctica es algo habitual de Eceiza, hace ya bastante tiempo. Incluso antes de Villa Celina, en La conquista del reino de los miedos –una muestra que realizó en 2019, en el espacio Móvil– la artista también propuso una instalación hecha con telas que permitía ser recorrida como se recorre una casa y que también incluía imágenes que remiten al mundo doméstico –fuentes con frutas, jarrones y pinturas que cubrían el suelo como si fueran alfombras–.
En Desvelo hay sillas, pinturas, ventanas para mirar “hacia afuera”, un reloj de pared pero suspendido desde el techo. Hay un limonero de ramas flacas y secas, pero lleno de frutos. Y están los habitantes de este refugio, estas esculturas de yeso con sus caras tranquilas, como si estuvieran desorientadas o habitando un tiempo que no es el de todo el mundo, uno más lento, sin la ansiedad de las personas, ni la violencia de la calle.
Con su nueva exhibición, Eceiza parecería retomar la idea de la evasión que apareció en otros trabajos suyos. Para la muestra en Móvil escribió: “El mundo para evadir. / La evasión para conectar”. Esta separación que se marca entre el adentro y el afuera, en Desvelo acentúa la propuesta de evasión: uno ingresa a Desvelo y el afuera deja de existir, desaparece. Por todo esto, es una muestra-refugio que sirve para esconderse del frenesí del mundo de hoy. Es una fuga temporal del ruido de la calle, de la economía que se cae, del miedo que hay en cada esquina.
Si para Desvelo Celina Eceiza abandonó algunas de las formas típicas que tenía su obra. Si quedaron atrás las telas y las estructuras blandas para darle paso a las esculturas de –algunas de un tamaño muy grande, como un par de piernas que van del techo al piso de la galería–. Si los patrones que tejió esta artista en todos los años que lleva en la escena argentina ahora parecerían irse en fade out ¿qué es lo que queda de Eceiza en su última exhibición? ¿Qué es lo que se mantiene imborrable? Eso que sigue ahí, firme como la estructura de un edificio de concreto, es el dibujo.
En esta muestra, el dibujo toma un papel protagónico, ya que es lo que le da un marco a este universo habitado por las esculturas. A lo largo de todas las paredes de Moria Galería se pueden ver trazos que hizo esta artista: figuras y líneas curvas hechas con grafito que, por momentos, ofrecen escenas identificables, pero que también muestran una maraña de líneas que se enredan sin un sentido claro.
Incluso en la sala que no tiene las paredes dibujadas –y en la que tampoco hay esculturas– esta disciplina también aparece. En esta segunda sala se pueden ver una serie de pinturas que la artista realizó aplicando cloro directamente sobre la tela. Los trazos que componen las imágenes guardadas en esas telas desteñidas tiene la misma liviandad que los que cubren las paredes del resto del espacio.
En estas pinturas aparecen las ventanas, como en la otra sala, hay personas con sus cuellos inclinados, como las esculturas de yeso, y también una idea de lo doméstico, sobre todo en una pintura que muestra una mesa con una botella y frutos encima. Más allá de las diferencias formales entre las obras que habitan un espacio y otro de Moria Galería, Eceiza tiende puentes sutiles entre las pinturas, las esculturas y los dibujos de las paredes.
Además, es el dibujo lo que funciona en Desvelo como un esqueleto que sostiene todo lo que habita en el mundo de Eceiza. Sin dibujo no hay absolutamente nada. No hay pintura, ni esculturas, ni instalaciones blandas hechas con telas. Primero el dibujo, después todo lo demás.
Los cambios que introduce esta artista en esta muestra, en relación a su propia producción, todavía conservan el espíritu que tiene toda su obra y es el mismo que habitó en sus exhibiciones anteriores. Nuevamente, Eceiza avanza creando una serie de objetos que se aleja de la idea de perfección y de solemnidad para dar paso a la ligereza. Es como si su trabajo estuviera guiado por la incerteza, por la deriva. Dónde empieza y dónde termina cada una de las líneas que dan origen y forma a las obras de Desvelo es imposible de saber. En definitiva, eso tampoco importa porque lo que hay por encima de todo no es más que una propuesta sobre los modos de hacer y habitar el mundo. La manera que propone Eceiza es misteriosa, esquiva, pero al mismo tiempo ofrece cierta calma. Algo que nunca viene mal en un mundo que existe que se acerca al basural y que es, por fuera de ese espacio donde ahora están las obras de Eceiza, cada vez más hostil.
Desvelo se puede ver en Moria Galería, Thames 608. De jueves a sábado, de 16 a 20.