Paul McCartney acaba de cumplir 81 años y ha sido todo un suceso: homenajes, fotos que salieron a la luz de sus épocas de los Beatles, viejos y nuevos temas conmoviendo a sus fans. Las canciones de Paul, como a tantos, acompañaron al guitarrista Ernesto Snajer desde que estaba en la panza de su madre: ella se la pasaba escuchando Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band durante el embarazo. Un amor por Paul, el de Ernesto, en el grado cero de la creación. Algo que empezó en el vientre.

A fines del año pasado el músico argentino, que a lo largo de su extensa trayectoria tocó con Pedro Aznar, Lito Vitale, Verónica Condomí y Silvia Pérez Cruz, se encerró en el estudio y concibió Amor motor, canciones de Paul Mc Cartney en  guitarras. “Además de ser fan de Los Beatles desde la infancia, siempre me pareció que la etapa solista de Paul es genial, y que en sus discos hay composiciones maravillosas. En cada uno de ellos, se encuentran algunas joyas”, suelta Snajer, que actualmente toca con su trío, y participa de Zabeca dúo con Tiki Cantero y de un sofisticado trío de guitarras con Matías Arriazu y Marcelo Dellamea. Un artista prolífico en la escena de la música argentina, como su reciente acompañamiento en el notable disco de Cecilia Pahl, Estampas argentinas.

Cuando terminó el secundario, a Ernesto no hubo quien lo frenara. A los 16 había empezado con el grupo Semblanza, junto al pianista Hernán Lugano y el bandoneonista Gustavo Toker. Entonces fue a tomar clases con grandes profesores de guitarra como Francisco Rivero, Aníbal Arias, Svetan Szabev, y también de armonía y contrapunto, con Laura Baade o Gabriel Senanes. Su segundo instrumento fue el piano. Cursó dos años en la Escuela de Música Popular de Avellaneda pero dejó la carrera sin terminar porque se mudó por un tiempo a distintos países de Europa. Lo seducía la vida del trotamundos.

A los veinte, Snajer ya había tocado en doce países en Europa. En uno de esos conciertos, teloneó a Stan Getz en Helsinki. “No entendía nada. Nuestros intereses musicales eran muy amplios, y en esa época, a algunos periodistas les costaba entender que nos gustaba la música argentina pero también el jazz. En el ´86, con Semblanza ganamos el Pre Cosquin, pero también un certamen que organizaba Néstor Astarita, llamado Buenos Aires Jazz Fusión”.

Vivir de la música era lo único. Paul McCartney nunca estaba ausente en sus repertorios. “Nunca tuve paciencia para dar clases particulares. Por eso, entre el 88 y el 92, viví más en Europa que en Buenos Aires. Allí me formé como guitarrista, necesitaba tocar para foguearme, y ahí tocaba todo el tiempo, no paraba”.

Volvió a Argentina por una llamado de Pedro Aznar: lo convocó para tocar en homenajes a Piazzolla, Troilo y Gardel. A Pedro lo había visto con Serú Girán en Obras, cuando tenía 12 años. Fue un motor que despertó sus primeros trabajos como productor –ha ganado varios Gardel por producir a Liliana Herrero– y se consolidó como arreglador, a tal punto que Pedro Aznar le encargó trabajar en un disco de Jairo, grabado a dúo con Jaques Morelembaum en el living de la casa de Pedro.

Foto' Sebastián Pappalardo

Luego llegaron Lito Vitale y el programa Ese amigo del alma, Javier Malosetti, Cachorro López, Lito Nebbia, diversos trabajos como sesionista –participó en más de 60 discos– y componiendo músicas para tiras televisivas, pero nunca dejó de trabajar en su propio estilo. Lo define: “Una música que es argentina pero que no es folclórica ni tanguera, aunque está basada en el folclore y el tango. Una identidad que no es impuesta ni artificial, sino que surge a pesar de uno mismo”.

Revisitar a McCartney fue pensar, sobre todo, en el audio: buscar instrumentos, efectos y posibilidades armónicas para enaltecer esas bellas melodías. En Amor motor Snajer dice que trabajó bajo dos ideas fundamentales: algunos temas serían versiones propias, y otros, en cambio, transcripciones para usar guitarras en los roles de todos los instrumentos. Por poner un caso, “Golden Earth Girl” tiene una orquestación de George Martin que emuló con distintos sonidos de guitarras procesadas. “Las canciones de Paul están más vigentes que nunca; son las que me dieron ganas de ser músico cuando era pibe, y siempre me alegran la vida”, dice, a colación del nuevo cumpleaños de su ídolo.

Hay canciones de los Beatles y también de los discos solistas. “Me resultó difícil la elección ya que conozco muchísimas músicas de Paul”. Hombre orquesta, concibió el disco como unipersonal creativo, donde además de estar en la grabación y mezcla, ejecutó diversas cuerdas. Guitarra eléctrica, eléctrica MIDI, acústica de acero, acústica de nylon, de diez cuerdas, acústica de 12 cuerdas, barítono de acero, cuatro venezolano y bajo eléctrico. Allí suenan deliciosamente “For No One”, con la calidad sonora de un Ralph Towner, influencia mayor en Snajer; unas gotas de dulce melancolía en la etérea “Golden Earth Girl”; la versión al estilo de banda sonora de “Here, There and Everywhere”, lista para ser escuchada en una road movie; o “Waterfalls”, lacónica, algo psicodélica, algo fugitiva.

Foto: Sebastián Pappalardo

Amar lo local y lo universal, sin dogmas: uno es alguien cruzado por influencias de todo tipo. Así lo sintió cuando trabajó como conductor en el programa Notas de paso para Canal A, donde entrevistó a músicos como Mike Stern, Cecilia Todd, Raúl Carnota, Peteco Carabajal, Hermeto Pascoal. “Él que sin dudas me voló la cabeza fue Hermeto. ¡Qué claridad! En diez minutos me organizó todos los pensamientos”.

La música brasileña, otra fuente inagotable. Snajer cuenta una anécdota con Egberto Gismonti. “Me gustaba tanto que con la primera guita que gané como músico, imitando a Egberto, me mandé a fabricar una guitarra de diez cuerdas”. Su tía, de vacaciones en Brasil, se lo cruzó a Egberto en una disquería y lo apabulló contándole lo de las diez cuerdas de su sobrino. Egberto, seco, respondió: “Dígale a su sobrino que busque una manera de tocar propia”.

Diez años después, Ernesto Snajer conoció a Egberto en un encuentro en Brasil. Se rieron de lo de su tía. “Le mostré la viola como la afino yo, y el quía no embocaba un acorde... me dijo: ´hiciste una guitarra impresionista´. Le encantó el disco que habíamos hecho a dúo en Dinamarca con Palle Windfeldt, nos compró los derechos y los editó en su sello. Estuve parando unos días en su casa, me invitó especialmente. Esa experiencia me marcó. Verlo trabajar sin dudas me cambió la forma de pensar todo”.