Primero, una nota de la autora, donde se ancla el punto de partida. Buscaba otra cosa, dice la experimentada periodista Graciela Mochkofsky -autora de libros como la biografía de Jacobo Timerman, colaboradora en la revista The New Yorker y hoy directora de la Escuela de Periodismo Craig Newmark de la universidad CUNY -, cuando dio en Internet a comienzos de septiembre de 2003 con la carta de un tal Myron Zuber, rabino, cuyo título llamó su atención: “Convirtiendo indios incas en Perú”.
En la carta se hablaba de un tal Segundo Villanueva, ignoto habitante de un pueblo peruano que había renunciado a la fe católica, que luego pasó por una serie de Iglesias antes de abrazar el judaísmo y que, tras años de sufrimientos y persecuciones, logró emigrar a Israel con cientos de seguidores que lo consideraban un profeta. Y, detrás de Segundo, una singularidad: los llamados “Judíos Incas”. La punta de un ovillo de uno de los secretos mejor guardados de la historia de la religión moderna; un hombre que abre el baúl de su padre asesinado, encuentra una vieja copia de La Biblia y cambia en absoluto su vida y la de otros cientos.
Esta es apenas una presentación en el comienzo del libro -donde Mochkofsky se reserva la primera persona, que después convertirá en tercera en las 300 páginas restantes-, un par de páginas inquietantes y reveladoras, que sitúan el origen de cómo una periodista se contagia de una historia. El azar, y no la búsqueda consciente, fue el grado cero de El profeta de los Andes: La improbable búsqueda de la tierra prometida, suerte de aventura-libro en el cual la periodista reconstruye la versión definitiva del asombroso periplo de Segundo Villanueva, historia que ya había publicado en 2007 bajo el título Revelación, una historia real.
“El relato de Segundo Villanueva me llevaría, una y otra vez, a las montañas y ciudades de Perú, a Colombia, Israel y las colonias judías en Cisjordania. Es una historia que creí entender muchas veces y luego descubrí que lo había hecho mal; que parecía tener un final, pero luego resultó tener otro. Una historia que, casi dos décadas más tarde, todavía me resulta increíble”, escribe Mochkofsky. En diálogo con Radar desde Estados Unidos, donde vive, cuenta que corría el 2001 y, cansada de escribir sobre periodismo político, se fue de Argentina. Se dio cuenta que deseaba encontrar una historia que cruzara las fronteras, algo que la obligara a una investigación sobre territorios lejanos. Tenía un conocimiento del judaísmo cuando escribió la biografía de Timerman y ahora, con el escurridizo y enigmático Segundo Villanueva -a quien no lograría ver hasta 2005-, exploró los cruces internacionales de la identidad religiosa -que tocó sus propias fibras, de padre judío y madre católica-, tomó lecciones de hebreo, aprendió de iglesias y credos, de la historia religiosa y política peruana, de la historia de Israel y Palestina, y en el medio costeó viajes privados en un tour de force para conocer personajes hasta que logró una beca en Nueva York.
“Ahora hay comunidades judías emergentes en América Latina, muchas de ellas inspiradas por la aventura de Villanueva y sus seguidores -comenta la escritora-. Se puede leer como una historia en busca de la verdad, y las varias capas para llegar a ella, que es algo muy periodístico. Simpaticé de inmediato con Segundo, porque dedicó toda su vida a descifrar la interpretación de la biblia después de hallarla en el baúl de su padre. Algo absolutamente borgeano, en eso de la relación entre uno y un libro. Y está el desplazamiento hacia lo político, una comunidad que busca una revelación ante una realidad de escasez, en un país en permanente crisis. Emigran y pasan a ser parte de otro territorio, donde no hablan ni siquiera el idioma. Ese arco es impresionante: de Cajamarca, ciudad del interior de Los Andes, a los colonos en el territorio ocupado a los palestinos”.
Segundo Villanueva -que parece un personaje del realismo mágico- nació en 1927 en una aldea agrícola de los Andes. Cuando tenía 17 años, su padre fue asesinado y una de las pocas posesiones que heredó fue una Biblia. Allí se despertó en Villanueva una singular obsesión: encontrar el verdadero mensaje de Dios más allá de la Iglesia Católica, cuyas jerarquías y raíces coloniales encarnaban las enormes desigualdades de la sociedad peruana. Lo curioso es que, con tesón, carisma y conocimientos que encontró en el camino, Villanueva creó su propia colectividad religiosa en la selva amazónica antes de adaptar su propia versión del judaísmo, que armó de forma casera a partir de sus lecturas del Antiguo Testamento. En 1962, a sus 35 años, fundó su propia iglesia. La llamó Israel de Dios.
Mochkofsky perfila -en una atrapante investigación quese abre a un denso abanico histórico- una suerte de “Moisés peruano”, que antes de dedicarse de lleno a su utopía era un hombre cualquiera. Carpintero, sufrió su tartamudez y no pudo ser guardia civil, pero supo reinventarse para convencer primero a agricultores pobres y pequeños comerciantes y, más adelante, al rabinato ortodoxo de Israel para que los convirtiera en judíos. Fue así, entonces, que se asentaron en la Cisjordania ocupada, donde aún viven sus descendientes. Segundo Villanueva, en rigor, cambió de piel: mutó a Zerubbabel Tzidkiya.
La crónica va hacia muy atrás en el tiempo, desde el Imperio Inca a Francisco Pizarro, el español que conquistó Perú en el siglo XVI y estuvo en Cajamarca, el mismo lugar donde nacería Segundo Villanueva 400 años más tarde, para terminar anclando en los cambios religiosos del siglo XX. Qué es ser judío hoy es, en definitiva, el telón de fondo de un personaje tan extravagante como complejamente humano, capaz de dejar todo atrás, cambiar la ciudad por la selva y capturar la atención de una comunidad, como de ser expulsado e ignorado, aislado por la intolerancia y la pobreza. Triste, solitario y final, enterrado en el cementerio del Monte de los Olivos de Jerusalén.
Nadie es profeta en su tierra pero por encima del hombre permanece una idea. En palabras de Mochkofsky, en la parte final del libro: “Así, invirtiendo un movimiento ocurrido dos milenios atrás, nació un nuevo judaísmo en América Latina: un judaísmo sin pasado ni tradición, sin memoria de las persecuciones, ni del Holocausto, ni de las luchas del sionismo. Una mutación religiosa en que buscaban respuestas, sí, las viejas urgencias de la pobreza, la política y la guerra, pero que también era fe nueva en el mensaje del mismo Libro, y que hizo de Segundo su inesperado, involuntario profeta”.