Hace once años, el cineasta Ezequiel Erriquez emprendió un viaje por el norte argentino, y cuando llegó a Panambí, un pueblo misionero cercano a Oberá -sobre el río Uruguay, en la frontera con Brasil-, entró en contacto con pobladores del lugar. Vio que la gente estaba muy movilizada por la construcción de una represa hidroeléctrica -un proyecto binacional desde la década del '70 que está vigente y que se llama Panambí-Garabí-, y viendo qué iba a suceder con sus casas y con los aserraderos de la zona, porque todo iba a quedar debajo del agua. Fue entonces que los pobladores organizaron una extensa caminata hasta Posadas. "La gente me transmitía lo que le estaba sucediendo y también el imaginario de lo que iba a suceder con ese territorio inundado", comenta Erriquez, quien también se contactó con maestros de frontera que le contaron la compleja realidad de la zona, ya que la frontera está atravesada por el narcotráfico, la trata de personas, etcétera. "Me pareció un lugar bellísimo. No es un lugar turístico. Y pensar que ese lugar iba a quedar bajo el agua con toda la riqueza cultural que tiene, me dio ganas de retratar algo de eso. De alguna forma, la gente me estaba pidiendo que haga una película", confiesa el director. Y lo concretó: La crecida se estrena este jueves en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.
En la ficción -que tiene evidentes cruces con el documental y en la que actúan pobladores de Panambí que no tenían ninguna experiencia actoral-, falta poco tiempo para que Panambí quede sepultado por el río. La construcción de una represa hidroeléctrica altera la vida tranquila del lugar y los habitantes se ven obligados a mudarse a un barrio precario recién construido en las afueras. Los Zucker, una familia multiétnica y tradicional, debaten entre migrar a Brasil en busca de un futuro mejor o quedarse en las cercanías de su pueblo donde ya se asentaron sus vecinos.
-La crecida podría haber sido un documental. ¿Por qué elegiste hacer una ficción?
-Conecto más con ese diálogo. Escribo ficción y, por lo general, a partir de experiencias documentales. Es algo que me interesa, y me nace creativa y artísticamente. También fue una decisión que los protagonistas de la película sean del lugar. No quería llevar actores, ni siquiera de otro lugar de Misiones. Quería que fueran de ahí, que hablaran portuñol, que pudieran poner su experiencia, sus vivencias y su historia en la película. De alguna forma, que esa realidad que sucede desde lo documental se viviera como un contexto. Autoralmente, sentía que podía ir a un lugar más profundo, en el sentido de contar con esta película cómo ese contexto de crisis, de desolación, peligro e incertidumbre afecta a la intimidad de un hogar familiar.
-¿La gente de Panambí se enganchó enseguida con tu propuesta?
-Al principio, no. Es un lugar que está súper aislado. La película se acaba de estrenar en Oberá, a sala llena, y la mayoría de la gente que fue, iba por primera vez al cine. Inclusive, los protagonistas de la película fueron por primera vez al cine y se vieron ellos en pantalla grande. Hubo un tiempo de conocimiento: estuve un año entero viviendo en Panambí. Y eso ayudó a que ellos pudieran confiar en mí y dimensionar lo que implicaba comprometerse en hacer un proyecto como el que hicimos.
-¿Cómo viviste la filmación en Panambí?
-Hubo mucho trabajo previo con el elenco. Eso facilitó llegar al rodaje bastante preparado con ellos, porque era la primera vez que interpretaban un personaje de ficción. Y la verdad es que hubo un gran trabajo de todo el equipo. Es un equipo bastante federal: hay personas de La Plata, Buenos Aires, Mar del Plata, Córdoba y Misiones. Así que fue un gran trabajo en equipo. Fue también entrar en los tiempos de Misiones. Una de las cosas que más rescaté del público, después de la proyección, fue que ellos me decían que se sentían muy reflejados en la película. Agradecieron la empatía de haberme acercado a los tiempos del misionero, que son laxos, que hablan bajito. Les pareció que, en ese sentido, la película no fue invasiva. No era que yo venía de Buenos Aires a hacer una película que no tuviera que ver con ellos. Hicieron hincapié en que se sentían identificados con esta ficción.
-¿Por qué decidiste un fuera de campo para la represa?
-Porque lo que me interesaba era ver la repercusión en el interior de esta familia y de estos personajes. El imaginario de represa me parecía muy fuerte, solamente escuchando los estruendos de la desviación del río. Ese desconocimiento de lo que implica concretamente la represa, me parecía hasta más cercano a la experiencia que ellos transitaban: como un monstruo que está ahí atrás y que se va construyendo.
-¿Crees que en aras del progreso, proyectos de este tipo se llevan puesta la vida a la que están acostumbradas las personas?
-Sí, en ese sentido, la película tiene una postura política y yo tengo una postura política frente al tema. Me interesa poner sobre la mesa la complejidad que implica el avance desmedido frente a los recursos naturales o el consumismo. Hay un reduccionismo de todos estos fenómenos. y seguimos dejando de lado la complejidad que eso implica en la vida de las personas y en cómo eso repercute borrando la historia, borrando la cultura, la pérdida de los espacios, el territorio, los modos de vivir. Todo se vuelve uniforme. Esa tendencia del consumismo y el avance del progreso desmedido genera este borramiento de la historia. Para mí no fue casualidad que la película la hayamos filmado durante el macrismo, cuando no solamente el problema era la represa sino también el hambre. Se exacerbaban todas las carencias y todo el descuido del Estado en primer plano. Si bien cuento la historia de este lugar con una represa y cómo eso afecta la vida de las personas, también sentía que es muy nuestro que no haya mucha conciencia de lo que se hace. Y se vive, como todo, a los ponchazos y la gente se la lleva puesta.
* Funciones en sala Leopoldo Lugones: Jueves 13, viernes 14, sábado 15 y domingo 16 a las 20:30. Martes 18 y miércoles 19 a las 18. Jueves 20 a las 17. Cine Gaumont: desde el 20 de julio a las 20 (Sala 3).