Enanos de 60 centímetros, de color verde y sin orejas. Así eran las criaturas que en los albores de la recuperación democrática sacudieron a ciudad de La Plata y más puntualmente a los vecinos de Villa Montoro, lugar en el que, aseguran los testigos, los enanitos verdes platenses habitaron entre noviembre y diciembre de 1983.

Al barrio ubicado en las afueras de la capital provincial llegaron “especialistas” de diferentes lugares del mundo y los hechos se convirtieron rápidamente en tema de conversación a lo largo del país. Todo había empezado en una casa abandonada ubicada en la calle 600 entre 2 y 3. Sin que nadie supiera explicar por qué, los dueños de esa vivienda, que años más tarde fue demolida, la abandonaron de un día para otro y dejaron muchas cosas dentro. Enterados de la situación, muchos vecinos empezaron a, literalmente, “saquearla”. Las crónicas de la época dicen que no dejaron ni las ventanas.

En ese proceso fue que alguien habló por primera vez de una “situación sospechosa” que le había ocurrido en el momento de hacerse con algunas de las cosas que había encontrado en la casa. Las crónicas dan cuenta de murmullos y risas “extrañas”. Los eventos se sucedieron y las historias se empezaron a propalar hasta que, un día, un niño de siete años aseguró haber visto a enanos de piel verde y uñas largas, sin orejas y con cara de anciano. A partir de allí, las experiencias empezaron a replicarse. Alguien los vio andar por los techos, otros los escucharon por la noche, otros aseguraban haber sido corridos por los matorrales. Todo el mundo hablaba de los “marcianos”, que ya habían cambiado de color y, en algunos casos, de actitud.

La edición del diario El Día del 2 de diciembre da cuenta de la experiencia de Julio César Massei, “un jovencito de 14 años que vive en 81 y 9, y estudia electricidad en una academia de 19 y 32”. “El lunes último a las 16.30 tuvo un encuentro con los mencionados seres en un descampado de 87 y 7. El joven dijo que ‘eran cerca de las 16.30 y yo estaba cruzando el campo, para tomar por 90 porque iba a lo de un amigo que vive en 90 entre 4 y 5. En el medio del campo hay como un arroyito y una especie de terraplén. Al pasar por ahí escuché risas y ruidos y me acerqué. Al terraplén lo tapa un arbusto de sina-sina y cuando lo levanté vi como a 4 o 5 de esos enanitos’. El joven continuó su relato diciendo que ‘cuando me vieron treparon y me corrieron. Yo salí a toda velocidad y traté de cruzar el arroyo de un salto pero no pude. De todos modos, todo embarrado pude cruzar. Los enanitos se quedaron del otro lado. Nos quedamos mirándonos un rato, como 5 minutos. Ellos gritaban y gemían como los gatos y me amenazaban con ramas de sina-sina. Uno de ellos, el que más gritaba estaba como rabioso”.

En la nota se describía a las criaturas como "enanitos, como de medio metro”. “Estaban vestidos con un trajecito verde, enterizo pero la piel era como la nuestra, del mismo color, no tenían orejas y eran muy viejos, como de 70 años", relataba Massei que aseguraba haberle tirado un ladrillo a uno de ellos para alejarlos. "Le tiré un ladrillo a uno y le pegué en la pierna, gritaba y saltaba y los demás lo miraban”, contaba al medio local.

La noticia invadió los medios, la política tomó cartas en el asunto y el barrio platense se colmó de periodistas y especialistas en la materia que incluyó la cobertura minuto a minuto de José De Zer para Canal 9 y la incorporación de parapsicólogos y ufólogos que buscaban comunicarse con los supuestos visitantes. No fueron pocos los que dijeron haber podido establecer un diálogo con los enanitos platenses, aunque uno se destacó del resto al asegurar que había comunicado con alguien de nombre “Clatú”, que se presentaba como “comandante de la nave Astro-Galáctica”, y que enviaba un mensaje para Raúl Alfonsín.

Fue el parapsicólogo platense Oscar Avendaño quien aseguró que había recibido una recomendación para ser trasladada al todavía Presidente electo. Le pedían que “Argentina abandone todo proyecto que tenga que ver con la energía nuclear”. "Alfonsín no debe permitir que se siga trabajando con energía nuclear y deseche la idea de construir la bomba atómica", habría sido el mensaje concreto.

Si bien los avistajes continuaron hasta finales de ese año, la atención se fue disipando y los acontecimientos se convirtieron en una fuente inagotable de mitos y leyendas populares que este año cumplirán cuatro décadas. 

En ese tiempo, existía un microprograma que se emitía por Canal 11 que se llamaba “Luciano, el marciano”. Se trataba de una especie de Topo Gigio intergaláctico, un muñeco verde que a diferencia de sus pares platenses tenía grandes orejas, tenía una nariz larga, dos antenas y, por lo general parecía no llevar ropa. En cada una de sus apariciones esparcía sus conocimientos sobre la galaxia entre los más pequeños a partir de comentarios e historias concretas y un repertorio musical que incluso se tradujo en la edición de un disco llamado “Luciano, el marciano y sus rockeros espaciales”.

“Rock de las estrellas”, “Rock nupcial”, “Él tiene la luz” y “Cumpleaños lunar” son las cuatro canciones que abordan ritmos musicales de lo que en esa época conformaba el conglomerado de expresiones que se aglutinaban bajo el concepto de new wave y que tenían como protagonistas a conspicuos hacedores rockeros argentinos como el tecladista y compositor Caros Cutaia, Alejandro Oucinde a cargo de las guitarras y bajos, y Oscar Moro en la batería. La voz de esas canciones era la del propio Luciano, llevado a la vida gracias al trabajo de Cecilia Gispert, que una década más tarde tocó uno de los hitos más importantes de su carrera poniéndole voz al célebre Dibu.

Este martes se celebró en la Argentina el Día del Baterista, en homenaje a Moro, que falleció el 11 de julio del año 2006. Moro nació en Rosario, pero desarrolló prácticamente toda su carrera en Buenos Aires, desde que llegó con Los Gatos Salvajes a mediados de los sesenta para, de la mano de Litto Nebbia y Ciro Fogliatta, fundar el grupo que grabó el primer éxito del rock argentino: La Balsa. 

Tras la separación, acompañó a Nebbia en sus primeros proyectos como solista; formó parte de Color Humano junto a Edelmiro Molinari y Rinaldo Rafanelli; y luego fue convocado por Charly García para su proyecto sinfónico post Sui Generis: La Máquina de Hacer Pájaros. Allí, conoció a Cutaia y detrás de aquella batería deslumbró a Charly, que años más tarde se lo aseguró como la base rítmica del que iba a ser uno de los proyectos grupales más exitosos de su carrera: Serú Girán. 

Moro también tocó con Pappo como parte estable de Riff, a mediados de los ochenta, y grabó con innumerable cantidad de artistas a lo largo de su trayectoria. De hecho, Charly ya lo había conocido por haber grabado con PorSuiGieco (1976) y al disco de "Luciano, el marciano", llegó por formar parte de la banda con la que Cutaia grabó su LP "Ciudad de tonos lejanos" (1983). Editó un trabajo a dúo con el uruguayo Beto Satragni, y grabó en discos de artistas tan distintos como Pastoral, Billy Bond, Alejandro Lerner, Fabiana Cantilo, Pedro Aznar y León Gieco. Siempre con la misma versatilidad, la misma polenta y la misma impronta. 

Su último proyecto, recien comenzado el nuevo siglo, se llamó Revolver. Más allá de algunas actuaciones que amagaron con derivar en un disco que ya tenía asignado productores, el álbum no se llegó a grabar. Aunque trabajó durante mucho tiempo como sesionista, es  posible que su participación en el disco de "Luciano, el Marciano", sea la rareza más particular de su discografía. 

Una de las rarezas más recordadas de la historia de la capital bonaerense encuentra su espejo en el mismo personaje.