“La pelvis de Nina, era estrecha y fui extraído con fórceps por un torpe doctor, carente de experiencia en alumbramientos, que se encontraba de guardia en el hospital de cadetes de West Point el sábado 3 de octubre de 1925”. Así nació este personaje tan único, con el nombre de Eugene Luther Vidal, en el seno de una familia de abolengo y viejas raíces políticas. Sus padres fueron Eugene Luther Vidal (primer instructor de aeronáutica de la Academia Militar, que murió con el sueño caído de haber podido llegar a ser el Henry Ford de la aviación, y a cambio de ello debió conformarse con ser director de comercio aéreo bajo el mandato de Franklin D. Roosevelt), y Nina Gore (sin remilgos, él, hijo, confiesa que la odiaba). Cuando cumple los 10 años sus padres se divorcian y él pasa a ser criado por su abuelo materno Thomas Pryor Gore, senador por Oklahoma, político destacado y ciego que en el cimbronazo del 1929 pierde parte de su dinero y tiene conflictos con el nuevo presidente Roosevelt; Gore le decía que, si desvinculaba el oro de la moneda dólar, “habrá robado el dinero de quienes tenían fe en nuestra moneda”; Roosevelt le llevó la contra y separó la moneda del oro, luego “purgó” a los senadores opositores. Los Gore pertenecían al Partido del Pueblo y debido a ello fueron llamados “populistas”. En ocasión en que una empresa petrolera quiso expropiar tierras indias, el abuelo se opuso y defendió a los indios; del mismo modo que calificó la guerra con los vecinos del sur como una barbarie contra los mexicanos. Vidal, que acostumbraba leerle a su abuelo, siempre guardó por él un fuerte y afectuoso vínculo. Siendo primo de Jimmy Carter, del exvicepresidente Al Gore, y pariente de Jacqueline Bouvier (Kennedy), Vidal cursó en la Escuela de Saint Albans, en Washington. De estudiante se opuso al ingreso de USA en la segunda guerra mundial. Fue el primero en acusar a Roosevelt de provocar a Japón para tener una excusa “Casus Belli” y justificar el ataque, habiendo tenido, además, Roosevelt, información previa de la ofensiva japonesa.
Se graduó en la Academia Philips Exeter, y en 1943 se enganchó en el Ejército. En la II Guerra Mundial, fue destinado a las Islas Aleutianas como piloto de un carguero de suministros del ejército. Fue candidato demócrata a la cámara de representantes por Nueva York en 1960. Colaboró con John Kennedy para la presidencia de 1961. En 1982 volvió a presentarse por los demócratas para el Senado de California. Duramente criticó los mandatos presidenciales de Ronald Reagan y George W. Bush. Algo desilusionado de la política, aunque nunca desvinculado, vuelve a la literatura que había dejado de lado. En su primera novela “Williwaw”, había manifestado sus agonías sobre la guerra, pero luego, fue “La ciudad y el pilar” el libro que, escándalo sexual mediante, lo colocó en el primer plano de la consideración pública y en la lista de los best sellers. A partir de este incómodo libro, The New York Times se negó a escribir las reseñas de sus graduales publicaciones. Luego, cuando Vidal escribe bajo el amparo de pseudónimos, el diario elogia al autor, hasta que se deja ver la verdad y es entonces que, al descubrirse que Edgar Box realmente era Vidal, éste vuelve a ser censurado por dicho diario.
En su larga lista de publicaciones descuella la trilogía histórico política, integrada por Washington D.C. (1967), Burr (1973) y 1876 (1976), en las que manifestó su muy subjetiva mirada de la historia de EE UU. Y es en 1995 que sale a la luz este libro de Grijalbo-mondadori “Una memoria”. En él bullen Norman Mailer, Anaïs Nin, Truman Capote (a quien le hace un juicio por charlatán y se lo gana), Tennessee Williams (apodado el “pájaro” y con quien hace un largo paseo por el país, y, juntos, escriben el guion para “De repente en el verano”), Orson Welles, Frank Sinatra, Greta Garbo, Marlon Brando, Paul Newman y Joanne Woodward (con quienes siempre fueron grandes amigos y mucho lo ayudaron en su carrera política, sin que esto tenga nada que ver el casi concretado casamiento de Vidal con ella), también hay mucho con Eleonor Roosevelt, los Kennedy… En fin, un hombre que escribió más de 50 largos libros, que a los 25 años confesó que ya se había acostado con más de mil personas entre hombres y mujeres; que fue miembro de La Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, que fue un crítico virulento del sistema de vida americano: “EEUU fue fundado por la gente más brillante del país, desde entonces no la hemos vuelto a ver”… Un hombre que afirmaba que Las Mil y Una Noches era un libro que nunca había cesado de leer y releer, y como artista descubre que: “yo era un escritor realista hasta que un buen día me di cuenta de que no hay ninguna realidad común más allá del deseo, de la búsqueda y, en un caso al menos, de la consecución de la plenitud”. Un hombre que escribe admirablemente Mira Breckinridge y lamenta tener barriga, gracias al alcohol; que reconoce que “nunca pierdo ninguna oportunidad de tener relaciones sexuales o aparecer en televisión”; que un buen día decidió ir a Hollywood y trabajar como guionista de cine, teatro y televisión, para ganar dinero fácil y escribir situaciones capciosas como en los filmes Ben Hur y Calígula, y que además hizo de actor en una película de Fellini; un hombre hilarante que busca entender el sexo metiéndose en Platón, Aristófanes, Zeus y Montaigne; un hombre vanidoso que acepta haber usado el goce personal sin pensar en el otro y sin saber si alguna vez amó a alguien; un egocéntrico que siempre se sintió feliz de ser hijo único y nunca se sintió solo, un frívolo que sufrió la incertidumbre de no saber si eligió correctamente entre la literatura y la política... Un hombre así, pleno, complejo, arrogante, despiadado, franco, sin pelos en la lengua, desacartonado y anti ceremonioso, merece, sin titubeos ni arbitrariedades, ser leído con atención y gratitud… Además, y debido a esas prolijidades del formulismo, vale notificar que este artista se fue de paseo el 31 de julio del 2012, sin que ello haya significado ningún cambio en sus esplendores …