En los detalles la narradora encuentra la estructura de su drama. Un poco porque la maternidad, especialmente el puerperio, podría definirse como otro tiempo. Hay una suspensión y también una ansiedad que conviven de forma desalmada. La segunda persona que narra produce un desdoblamiento que hace a la complejidad de saberse otra. Alguien que es habitada por una hija que es parte de ese cuerpo.
La segunda persona es en La canción del día (Paisanita Editora) una estrategia de reconstrucción en ese regreso a lo salvaje que implica el parto. Escribir es un modo de mirarse desde afuera y constituirse en personaje. La mujer de la ficción también escribe. La novela de Eugenia Pérez Tomas ubica la escritura en un lugar protagónico. Hace de la escritura, de la elaboración de un texto, una experiencia similar a la de dar vida a otra persona, de convertirse en madre y descubrirse en esa hija.
Esa segunda persona, que a veces se dirige a la hija y otras a ella misma, es la que hace posible la escritura. Sin esa separación, el puerperio no podría convertirse en una instancia existencial. El procedimiento que elige Eugenia Pérez Tomas está ligado al recuerdo, no como añoranza sino como un dato signado por la locura. La protagonista alguna vez sintió que perdía la razón, pasó por internaciones, fue medicada. Esas escenas se suceden de manera asociativa en relación a la etapa del puerperio. La canción del día es la descripción de una campana de cristal donde la protagonista está encerrada. Hay una soledad en la narración que no encuentra remedio, un poco como si la protagonista reconociera que más allá del amor de Río, su pareja, de la hija que los dos crían con afecto y cuidado, con la dedicación de compartir las tareas y tener espacios para su respectivos trabajos, hubiera en ella una herida que siempre va a llevarla a ese mundo encapsulado con el que decide convivir, amigarse, entenderlo como una parte de su ser.
La depresión está en el cuerpo. Cuando la protagonista no puede controlar sus manos, cuando un mal la convierte en un ser débil que debe ejercitarse para recuperar una destreza que parece abandonarla, la escritura se transforma en una fuerza manual. Esa corporalidad afectada está hablando del parto, de un cuerpo violentado por la aparición de otro cuerpo. Pérez Tomas va hacia esa instrumentalidad, a los elementos prácticos, cotidianos, minúsculos como una etnográfa que describe el acto más elemental de la condición humana y que, al mismo tiempo, está plagado de secretos.
Su novela tiene una impronta testimonial. La narradora forma parte de una situación que la desborda, la supera y la tiene como protagonista, ocurre en su cuerpo pero, mientras se desarrolla, entiende que no controla ninguna de las secuencias, que ella parece poseída por otra vida. La maternidad es entonces, una instancia de recuperación de ese yo de la madre en el vértigo de la irradiación de una hija que la necesita y a su vez la consume. Volver a escribir es el objetivo. En La canción del día la escritura es parte del tema y del conflicto, las condiciones en las que se crea un texto no pueden quedar excluidas.
Entonces esa mano que escribe se constituye en un personaje a parte. En el discurso de la narradora hay una disociación de su propio cuerpo y una alteración de lo más cercano.
Cuando la narradora confiesa que la segunda persona es una puesta en escena (el personaje pertenece al mundo del teatro, estudió actuación y después se dedicó a la dramaturgia y la dirección, al igual que la autora) el armado del relato da cuenta de una exteriorización de esa interioridad que la protagonista trata de reparar como quien se despierta después de un terremoto y debe de identificar algo de ese pasado que ahora surge disuelto, desarmado, roto. Ese nacimiento, la hija que canta en el cuarto de al lado, es una dimensión poética que la narradora incorpora. Escribir, a partir de ahora, significa sumar otra voz.