La crecida - 7 puntos
Argentina, 2023
Dirección, guión y montaje: Ezequiel Erriquez
Duración: 115 minutos
Intérpretes: Marianela Campos, Antonio Buttinger, Natalia Schmechel, Yrma de Rosa, Ramón Tauret y Casimiro Lipowsky.
Estreno: Disponible exclusivamente en Sala Lugones.
Los habitantes de un pueblo misionero deben abandonar sus casas, porque el terreno en el que se encuentran quedará bajo las aguas debido a la construcción de una nueva represa. Así, brevemente, puede resumirse el argumento de La crecida, tercer largometraje del argentino Ezequiel Erriquez, que aborda su historia a partir del retrato de una de esas familias que está a punto de perderlo todo. El abuelo, los padres y los tres hijos serán, entonces, quienes transitarán un laberinto de pérdidas que parece no tener salida.
Los distintos vínculos que se van desarrollando a lo largo de la historia son útiles para poner en escena diferentes emociones, las que atraviesan a los personajes y le dan forma a la película. De ese modo, en la relación tortuosa y signada por los celos que mantienen el hermano y la hermana mayor de la familia se corporiza una sordidez que pone en alerta al espectador. En el extremo opuesto de ese arco emocional que se despliega en La crecida se encuentran la inocencia y la ternura. Esos son los canales por los cuales transitan su vínculo el abuelo y la nieta más chiquita, cuya pureza se pone de manifiesto sobre la pantalla, pero también se percibe con claridad fuera de ella.
Otra sensación omnipresente en La crecida es el miedo. Una experiencia que varios de los personajes exhiben de diferentes modos, pero que se hace explícita en una escena que transcurre en la escuela. Ahí, un maestro cuenta una historia en primera persona, un recuerdo propio de un día que salió a pescar al río y lo sorprendió la niebla, dejándolo a la deriva sin saber qué hacer. Erriquez deja la voz del maestro en off para aprovechar el poder del fuera de campo y elige ilustrar la escena con las caritas compenetradas de sus alumnos, entre las que se encuentra la de la hija menor de la familia. En todas ellas se transluce el temor que transmite la quiroguiana historia del docente, disparador para un ejercicio en el que ellos mismos deberán contar por escrito una historia que exprese sus propios miedos.
Ese miedo, que en la escena anterior aparece de manera literal, es uno de los ejes en torno a los cuales gira la película. Es miedo lo que sienten los padres ante el futuro incierto que se abre ante su familia. Será lo que manifiesten los trabajadores del aserradero del pueblo, entre quienes se cuentan el padre y los dos hermanos mayores (sus hijos), a los que la situación deja sin empleo de un día para otro. Es lo que siente Bruna, la hermana mayor, en el ambiguo vínculo que sostiene con su celoso hermano Mauro, quien la observa y la sigue con una carga de tensión reprimida en la que cada espectador reconocerá distintos sentimientos, de los más luminosos a los más oscuros.
Esas expresiones de temor no son más que la manifestación visible de los personajes ante la pérdida inminente. Así aparecerá de forma patente en el relato que Tomasa, la hija menor, escribirá para cumplir con aquel ejercicio escolar. Pero también son múltiples las pérdidas que la familia y sus miembros enfrentan: la del hogar, la del trabajo, la de los afectos. La de toda esa pequeña patria en la cual vivieron toda su vida y que el embalse sepultará, literalmente, bajo el agua. La suma de esas pérdidas deja a los protagonistas sin puntos de referencia, en un estado de desorientación absoluta. Erriquez consigue darle cuerpo a ese extravío sin necesidad de usar la palabra para que quede claro. Le alcanza con una serie de extensos planos, dispersos a lo largo de la película, en la que los personajes caminan solos, nada más, como si en ese tránsito sin rumbo buscaran encontrar la solución a la urgente necesidad compartida de un nuevo destino.