El más reciente libro de cuentos de Betina González, Feria de fenómenos o El libro de los niños extraordinarios (Fondo de Cultura Económica), tuvo su origen en otro libro de relatos: El amor es una catástrofe natural (Tusquets). Mientras escribía esos cuentos surgió la historia del Niño Melancólico: lo terminó, le gustó, pero decidió no incluirlo porque desentonaba con el resto. En esa época González leía con fervor cuentos de hadas porque estaba bastante cansada del “realismo convencional, que es lo que más se publica en Argentina”. Durante el proceso de escritura la embargaba una sensación que comparten varios escritores: “Cuando escribís algo, llegás a una frase y pensás que está buena. Decidís cortar ahí, pero al otro día eso que era triunfal te parece una basura. Sentía que todo el tiempo estaba creando un niño que se moría y volvía a nacer”. Así surgió el primer párrafo de “Niño de Barro”.
Tiempo después, una editorial boliviana la invitó a escribir un cuento en homenaje a Frankenstein. A cada escritora le daban una parte del cuerpo para inspirarse y a Betina le tocó la columna vertebral. Tras aclararle a Giovanna Rivero –responsable del encargo– que le iba a dar algo si lo que salía estaba bueno, abrió el archivo con aquel párrafo y empezó a esculpir el cuento. “Fue algo medio mágico. Lo escribí casi de un tirón. Entendí que, si bien eran distintos, esos cuentos tenían en común ciertas ideas filosóficas. Sentí el envión de esas voces. El Niño Melancólico se asociaba con el agua, entonces me propuse escribir algo sobre el fuego. Así apareció el personaje de Niña Colérica y me lancé a escribir el libro propiamente dicho”. Esto que González cuenta a Página/12 tuvo poco de planificación y mucho de juego; de hecho, escribió tres cuentos más que no incluyó en el libro, pero fantasea con transformarlos en algo infantil.
La relación con los cuatro elementos y el mundo de la alquimia puede asociarse también a otro de sus libros recientes (escrito junto a Esther Cross): La aventura sobrenatural. Historias reales de apariciones, literatura y ocultismo (Alfaguara). El universo literario de Betina es complejo, atractivo y está lleno de constelaciones. En “Receta para obtener un Niño Melancólico” el protagonista odia que interrumpan sus juegos porque “cuesta mucho mantener viva a tanta gente, y cuando alguien en la casa rompe el hechizo, al niño le dan ataques de furia”. Y en uno de los ensayos de La obligación de ser genial la escritora cita una maravillosa frase de Bachelard: “Para entrar en los tiempos fabulosos hay que ser serios como un niño soñador”.
-¿Cómo es esto de escribir niños? ¿Es un desafío particular?
-Para mí no. ¿Por qué debería ser más difícil escribir sobre un niño que sobre un anciano o un varón? Todos fuimos niños; les parece difícil a quienes lo olvidaron. Es el problema de la mayoría de los adultos. Hay mucha gente a mi alrededor que tiene hijos y lo olvidó. Eso me parece terrible. Creo que una de las razones por las que no tuve hijos es porque no olvidé mi infancia. Hacerte adulto implica un gran sufrimiento porque tenés que aceptar que el mundo es un lugar injusto, dejar de jugar y adaptarte a un sistema que busca que seas homogéneo, que no te destaques. Como artista hago todo lo posible para correrme de ese lugar y recordar que se puede vivir sin aplastar la creatividad, siendo disfuncional en este sistema. Una debe escribir con la niña.
La autora asegura que Feria de fenómenos es “un libro con muchos niveles” y, aunque nunca escribe pensando en la figura del lector, cuando lo armaba imaginó que su sobrina de 12 años podría leerlo perfectamente. “Me gusta la idea de que puedan leerlo chicos y chicas. Cuando digo que no es un libro infantil me refiero a la literatura edulcorada que se publica hoy. No digo que toda la literatura esté edulcorada pero gran parte sí; hay un achatamiento y cierto prejuicio en torno al niño como si tuvieses que darle todo digerido cuando en realidad son brillantes, crueles, creativos, tienen una gran imaginación y pueden leer libros con varios niveles”. Aún así, advierte que algunos relatos quizás demanden una lectura mediada, pero asegura que “Receta para obtener una niña verdaderamente libre” lo puede leer cualquiera. “Creo que este libro tiene un montón de cosas para decirles a niños y adultos”.
-¿Cuál es para vos el lugar de la imaginación en esta época?
-Me parece que es una época demasiado anclada en el narcisismo y en el yo, el boom de la literatura autobiográfica viene durando más de 20 años. Si no le pasó a alguien o no ponés tus tripas sobre la página, no interesa. Por supuesto puede haber literatura que viene de ese lugar y es muy buena, pero, ¿por qué se desconfía de la fantasía? Creo que hay una mala idea de la imaginación. Forma parte del yo, es parte de la vida: para enamorarte o para pensar un futuro posible tenés que imaginar cosas. El problema no es el yo sino el canon realista. La gente confunde la realidad con un solo verosímil del realismo o la crónica inane donde los hechos son intrascendentes: hoy tomé un café y después volví a mi casa. Eso no es un cuento. A un escritor de ficción hay que pedirle más que eso porque no es un periodista. Además, la ficción (realista o no) te permite salir del yo y ponerte en el lugar del otro. Si querés hablar de empatía, una palabra tan de moda, la ficción hace ese trabajo.
Betina confiesa que tiene temor de “escribir siempre el mismo libro” entonces explora diversos lenguajes y registros: a lo largo de su recorrido escribió novelas, cuentos y ensayos, pero siempre aparecen ciertas obsesiones o –como le gusta definirlas a ella– curiosidades por algunos temas y la necesidad de llevarlas al límite. Cuando se le pregunta por la idea de familia o el tópico del niño salvaje (que ya aparecía en Olimpia o en El amor es una catástrofe natural pero que aquí aparece de un modo mucho más directo), responde: “No es que yo hablo de la familia. Si abordás lo humano, es la única forma de organización que logramos crear entonces resulta inevitable. La familia siempre está: en el policial negro o en la ciencia ficción, incluso como algo disfuncional. No podés escapar de la familia, el patriarcado o el capitalismo. La capacidad de variación de la literatura reside en cómo tratar esos temas. En un principio me resistía pero ya no. Todos escribimos sobre cómo nos vinculamos, nos cuidamos o nos amamos. Son preguntas que tienen a la familia en el centro”. Y con respecto al Niño Salvaje, asegura que siempre fue una gran curiosidad: “¿qué hay en esa obsesión de Europa por inventar mitos de niños salvajes? Es algo que viene desde la fundación de Roma y supone una resistencia al discurso de la razón. Es fascinante indagar en eso”.
En muchas de sus intervenciones González alude a “la dictadura de lo políticamente correcto”, un concepto que se importó de Estados Unidos sin ninguna mirada crítica. “En países donde se vive hablando de corrupción moral, se les pide a los artistas que sean personas ejemplares. No se sostiene. Creo que esa matriz no podrá colonizarnos del todo porque la idiosincrasia del argentino es ser incorrecto”, dice la autora de Las poseídas. En esa misma línea, suele señalar a la crítica contenidista que se limita a poner el foco en los temas y olvida por completo la exploración formal o del lenguaje. “Lo pienso como una catástrofe de la sensibilidad. Si no escribís sobre femicidios, narcotráfico, pobreza o política, estás afuera del mundo. Cómo escribís a nadie le importa: hay un montón de libros malísimos sobre esos temas. La literatura es un arte, no un producto del mercado. Si la literatura no es forma, no es nada”. Y ejemplifica su punto con cuentos de Katherine Mansfield y Dorothy Parker. “Cuando leemos un libro, no lo hacemos por el tema sino por cómo está escrito o cómo te captura una voz”.
Con respecto a los cambios en el campo literario luego del estallido del movimiento feminista de los últimos tiempos, opina: “Yo puedo escribir sobre lo que es ser mujer y escritora, pero también tengo que ser consciente de los privilegios. A partir del Ni Una Menos hubo muchos cambios sustanciales en términos de leyes, pero sabemos que la ley por sí misma no cambia las prácticas cotidianas porque actúa cuando ya hay delito. Que a una le hagan gaslighting no está penado y, sin embargo, es una práctica re común. A mí me siguen pasando un montón de cosas que a los escritores varones no. Entonces creo que la batalla es permanente, cotidiana”.