En el país del Nomeacuerdo, cantaba María Elena Walsh, doy tres pasitos y me pierdo. Pensé mucho en esta canción esta semana, cuando leí sobre el episodio que en principio tuvo como dañado al candidato a legislador porteño por el PRO, Franco Rinaldi, y días después como responsable de discriminación. No lo asocié pensando puntualmente en la metáfora de una nación desmemoriada (que también es válida), sino porque me resulta muy simbólica una de las frases de este bellísimo tema de la Walsh: un pasito para atrás, y no doy ninguno más porque ya me olvidé dónde puse el otro pie.

La noticia estuvo instalada en todos los medios y siento que el movimiento que hicimos quienes seguimos toda la secuencia es el que la canción describe: avance y retroceso gracias a una especie de inexplicable amnesia. Hace dos semanas, Rinaldi estuvo en boca de todos por haber sido discriminado por Lucas Luna, un precandidato ­—invisible hasta ese momento— de Parlasur por La Libertad Avanza, que sin ningún reparo se pronunció sobre Franco explicando que nadie querría jamás “votar a un discapacitado” porque la gente prefiere “votar a alguien como uno”. Primer movimiento: error aberrante. Desplazamiento inmediato de Luna de la lista que iba a las PASO. En un segundo movimiento, medios afines a Juntos por el Cambio y varios funcionarios se arrojaron sin piedad sobre la cabeza del partido, Milei, que pasó a ser una especie de nazi que alberga a candidatos que discriminan y este se defendió de las acusaciones alegando que cuando Rinaldi tuvo dichos agresivos contra él, con comentarios completamente racistas, nadie había dicho nada. Tercer movimiento: hacia el archivo. Al poco tiempo, salió a la luz un compilado de declaraciones de Rinaldi que ventilaban odio hacia todo grupo social que pudiera ser candidato a la denigración.

Circuló, entonces, en redes un video con secuencias del canal Un café con Franco. Era un espacio en que transmitía a sus seguidores en vivo, previo a su ingreso a la política, y en el que hablaba, entre otras cosas, acerca de un periodista al que descalificaba afirmando que “hace 20 años que sabemos que te hierve la cola”. También se pronunciaba con palabras bastante extremas del tipo: “o los matamos a los morochos o dejamos que hagan lo que quieran” y frente a la pregunta “¿qué hago con la Villa 31?”, formulada por uno de los participantes del vivo, Rinaldi respondía: “lanzallamas”. Como si no faltara títere para decapitar, también cuestionaba el movimiento Black Lives Matter y la existencia del concepto "femicidio" (preguntándose cómo se deberían llamar los crímenes contra los hombres). Le faltó meterse con algún gordo (aunque quizá haya quedado fuera del compilado).

Es decir, descubrimos que el propio discriminado, que es muy probable que haya sido punto muchas veces de hostigamiento por una condición que lo vuelve diferente a los demás, resulta que se mueve con la misma lógica frente a otros grupos. La respuesta de Rinaldi fue la esperable: explicar que ese espacio era "artístico", que sus palabras formaban parte de una humorada y que por eso a muchos les gustaba tanto. Cuando el periodista Luis Novaresio le pidió que se pronunciara sobre ese video, Rinaldi remató con lo que más me llamó la atención: explicó que no había tenido nunca una intención discriminadora ni nada que se le pareciera. Luego agregó que por ser una persona con discapacidad y por haber sufrido mucho la discriminación nunca la ejercería. Como si eso fuera un argumento sólido. Y la verdad es que no lo es.

Que hayas sido objeto de burla no te vuelve necesariamente empático, ni amoroso, ni sensible. No es excusa válida. Lo cierto es que la actitud discriminatoria está todavía presente en muchísimas personas (pertenezcan o no a un grupo discriminado). Hay una dinámica que parece ser muy difícil de detener: la de llamar la atención de los demás a partir de la destrucción de un otro. Y más fácil si ese otro es un blanco fácil. Lo que una esperaría es que el dolor causado debería funcionar como una máxima de acción: no hacerles a otres lo que nos hacen a nosotres. Conozco varios casos en los que eso no ha funcionado (o incluso se ha acentuado). El que esté libre que arroje la primera piedra, ¿no?

Sin embargo, en los últimos tiempos pareció haber un avance en términos de reflexión de lo que generan estas actitudes: somos mucho más conscientes de que las palabras hieren, de que la segregación lastima muchísimo. Ahora, de ahí a convertir esto en un show, a proponerlo como tema de "humor" cuando como sociedad estamos trabajando para que la gente entienda que incluso una burla así supone crueldad, hay una distancia enorme. Como ya sabemos, Rinaldi no es humorista, además. Y dado que su postulación a funcionario justamente implica una postura frente a estos temas con los que afirma que hacía "humor", entonces sería interesante que la comunique (y qué proyectos podría proponer, también). Y sobre todo que explique los chistes, porque a mí ni siquiera me parecieron buenos. No sé si estoy en contra o a favor de la cancelación de la candidatura por esto. Lo que sí me queda a claro es que a alguien así le aconsejaría que como humorista, mejor se dedique a la política, y como político mejor se dedique a otra cosa.