Uno de los grandes retos laborales de este siglo empieza a girar alrededor de la falta de tiempo libre de las clases trabajadoras. No obstante, cada vez que se discute la reducción de la jornada laboral, o se establecen fines de semana “extralargos”, se activan en la opinión pública sentidos comunes del tipo “en este país nadie quiere trabajar” o “lo que hace falta no son más feriados, sino agarrar la pala”.
No es fácil ser trabajador en el Siglo XXI: ni en la Argentina ni en el resto del mundo. A la reducción del poder adquisitivo de los salarios (que obliga, en ciertos casos, a mantener dos o tres empleos para llegar a fin de mes) se suma la hiperconexión que hace que algunas jornadas laborales no corten. La brutal competencia lleva a muchas personas a autoexplotarse para seguir rindiendo sin caerse del mercado - ese fenómeno que tan bien describió Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio-.
Este combo se da en un marco en el que cada vez se necesita más dinero para hacer frente a gastos que antes no existían, como el colegio privado, la cuota de la prepaga o el servicio de internet. El panorama tampoco luce bien de cara a las expectativas para jubilarse. Y quienes viven en ciudades grandes deben agregar dos o más horas de viaje a unas jornadas que, especialmente en el caso de las mujeres, cargan con mandatos como cocinar casero, separar la basura y dedicar “tiempo de calidad” a los chicos.
En noviembre de 2010 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner estableció por decreto un esquema de feriados que restituyó los días festivos de Carnaval (que habían sido derogados por Jorge Rafael Videla), y sumó el Día de la Soberanía y dos feriados puente. A principios de 2017 Mauricio Macri, también por decreto, eliminó los feriados puente argumentando que, si bien podían tener efectos positivos en el turismo y las economías regionales, “en la práctica generaron dificultades para cumplir el ciclo lectivo y afectaron la competitividad del sector productivo”. Unos meses después el mismo gobierno promulgaba la ley 27.399, que se encargaba de reponer esos feriados puente.
En el trabajo “El efecto de los feriados y días no laborales en la economía. Una aplicación para el caso argentino con más de una década de cambios” de Natalia Porto, Natalia Espínola, y Carolina Inés García, de la Universidad Nacional de La Plata, analiza la relación entre el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) real y los días feriados y no laborales para el periodo 1993-2015 en Argentina. Según los resultados que obtuvieron, las pérdidas en términos de PIB a nivel agregado no fueron estadísticamente significativas, ni en el corto ni en el largo plazo. Eso podría deberse al efecto “compensación” entre sectores: el caso más clásico es el impacto en el turismo.
El modelo vacacional fue cambiando en las últimas décadas (la tendencia es ir hacia períodos más cortos y distribuidos en más cantidad de veces al año). En una entrevista, Porto se ocupó de remarcar que, más allá de un juicio de valor sobre el esquema argentino, algo clave para el mejor desempeño de todos los sectores es que la política se aplique de forma certera y previsible en el tiempo. “El 2017 fue un ejemplo de idas y vueltas en relación a la normativa vigente con respecto a los feriados, a los feriados puente y al traslado de los feriados a los días lunes”, precisó.
¿Un ocio socialmente productivo?
“A la idea repetida de que en Argentina tenemos muchos feriados hay que tomarla con pinzas, porque nuestro estándar de vacaciones es de 15 días, cuando en Europa se acerca a los 30. Entonces hay que discutir haciendo la suma feriados más vacaciones”, analiza Juan Graña, investigador del Conicet especialista en mercado laboral, distribución del ingreso y desarrollo económico. “El feriado es un mecanismo para dar a todos un día de descanso más allá de si tienen o no un buen sindicato que les negocia, e incluso más allá de si mueve o no el turismo. La compensación entre sectores es parte de la conversación. Pero el eje central de los feriados y las vacaciones es que la gente pueda descansar, por más que después termine aprovechando el día para limpiar la casa o hacer una changa”.
Es cierto que la discusión sobre los días y tiempos de fiesta, reflexión, ocio y descanso va mucho más allá de lo puramente económico: tiene efectos en el bienestar, en la creatividad, en el aprendizaje. “Domesticar el tiempo libre del trabajador siempre ha sido una tarea central del modo de producción capitalista”, señala un artículo del profesor y cientista social de la Universidad del Estado de Río Grande del Norte Jean Henrique Costa. El investigador pone el foco en la importancia histórica y simbólica de ciertas fechas, dice que el ocio puede llegar a ser un “vehículo de emancipación” y concluye en que “hay que luchar por una ética que invierta la idea de los sujetos como simple fuerza de trabajo”.
En esa línea fue la ex presidenta cuando en 2010, frente a una Casa Rosada repleta de murgueros, advirtió que la del Carnaval y los nuevos feriados no era solo una medida de contenido promocional de una actividad económica, sino que a la vez incorporaba manifestaciones sociales, culturales y tradicionales. Y hasta se permitió citar una teoría de Arturo Jauretche según la cual “quienes no querían que los pueblos fueran fuertes y las naciones desarrolladas, promovían pueblos tristes, porque los pueblos tristes nunca pueden construir destinos, ni independencia, ni crecimiento económico”.
Tocando fondo
“La cuestión del tiempo libre está hoy explotando porque el neoliberalismo llevó al límite la intensidad de las condiciones de trabajo. Tenés al que tiene varios empleos y se muere de un ataque cardíaco, al que tiene que dejar a los pibes donde sea, y sobre ese estado de cosas se basan otros problemas sociales vinculados con la violencia y las drogas. Creo que no hay nadie que se dedique a pensar estos temas que no advierta que se trata de un cóctel explosivo”, reflexiona Graña.
“Como contratendencia surgen disputas por el derecho a la desconexión, por la jornada reducida y alrededor de la idea de balancear trabajo y vida, batallas que empalman con la lucha feminista por la distribución y retribución de las tareas de cuidado”, observa. Y concluye: “No solo se han empobrecido las condiciones de la mayoría de la clase trabajadora: el discurso imperante es que esa clase trabajadora tiene la culpa de todos los problemas. No estamos demasiado lejos del piso”.
Dos proyectos para reducir la jornada laboral circulan en la Cámara de Diputados: el de autoría del diputado y secretario general de la CTA de los Trabajadores Hugo Yasky propone un máximo de 40 horas semanales –el régimen actual es de 48–; mientras que el de la diputada y dirigente de la Asociación Bancaria Claudia Ormaechea plantea una reducción a 36 horas. Ambas iniciativas surgieron del bloque del Frente de Todos.
“En el desarrollo de las fuerzas productivas se dio un salto gigantesco, que sin embargo no tuvo correlato en las jornadas laborales de los trabajadores”, sostiene el secretario de salud laboral de la CTA Nacional y secretario general de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro, Roberto "Beto" Pianelli. “En las últimas décadas hubo un aumento de la productividad enorme, pero los salarios bajan. Si hoy somos capaces de producir más mercancías y más servicios en menos tiempo, ¿por qué ese plusvalor no se reparte?”, dispara y no deja de advertir que al mismo tiempo “las grandes fortunas de hoy eran hasta no hace mucho inimaginables”.
Son muchos los productos culturales que romantizan la imagen de un padre o una madre trabajando con un bebé en brazos. Una publicidad de Uber propone, de cara a “cumplir el sueño” de hacer un arreglo en la casa, o irse de viaje, la posibilidad de ponerse a manejar un auto a contraturno. La serie Severance –que se estrenó el año pasado con dirección de Ben Stiller– llevó este concepto al extremo de la mano de una premisa descabellada: un grupo de empleados de una compañía acepta someterse a un procedimiento cerebral de “ruptura” de su memoria a través del cual separa por completo su vida personal de la laboral. Cuando están en la oficina, ni siquiera saben si tienen hijos. Cuando vuelven a sus casas, apenas entienden que al día siguiente tienen que volver a una empresa donde no tienen idea de qué hacen. La consigna puede parecer un alivio, y sin embargo se convierte en una pesadilla en la que la misteriosa compañía comienza a ejercer sobre sus vidas y sus tiempos más y más control.
Llamados al buen vivir
¿Cómo se piensa la cuestión del tiempo libre en el marco de la economía popular? “Al no estar regulado el trabajo, tampoco está regulado el ocio. Nadie te observa. Un día tenés una moneda, al otro no. Un día te agarraste un resfrío fuerte y no pudiste ir a trabajar. O tal vez tuviste suerte y vendiste antes los alfajores, o las plantas, y te pudiste ir antes a tu casa. Hay rachas. En tiempos de Cristina todo se vendía más rápido”. Quien habla es el secretario general de la UTEP, Esteban “Gringo” Castro, a lo que añade que en ese marco “el feriado a veces es descanso, a veces ir a laburar a la feria, a veces changa”.
“No hay margen para pensar en el ocio o el goce del salario cuando estamos discutiendo derechos desde tan atrás. En el peronismo no se hablaba tanto de trabajo como de lo que el ingreso permitía. Recuerdo que mi papá me contaba del fútbol, de la milonga, de lo que hacía con su salario más que de lo que hacía en la fábrica, donde a fin de cuentas juntaba eslabones”, afirma. Dice también Castro que en los barrios populares “la gente se las rebusca para disfrutar, sobre todo a través del encuentro”, aunque ahora el narcotráfico avanza y en algunos lugares ‘el afuera’ empieza a ser peligroso. El tráfico de drogas, asegura, “es una estrategia del propio capital financiero para romper los lugares de organización”.
Según Pianelli el neoliberalismo, más que un sistema económico, es un paradigma cultural que, “por lo menos en el imaginario alrededor de la idea de que hay que trabajar todo el día, nunca más se revirtió”. “Hoy pareciera que el derecho al ocio y a la recreación son malas palabras. Y ni siquiera desde el progresismo se combate ese ideario liberal de trabajar para tener, acumular y seguir comprando. Implica un déficit enorme la falta de un imaginario colectivo diferente, sobre un modelo de vida basado menos en el consumo y más en un desarrollo social con participación, actividad cultural, cuidados y relaciones entre las personas”, finaliza.