La noche anterior le avisaron por mail que el sábado 21 tenía turno en La Rural para aplicarse la segunda dosis de la vacuna Covid 19. Llegó media hora antes y desde el sur, como siempre. Esteban vive allí, Tablada, y siguió viviendo ahí los muchos años que vivió en el centro, y cree que seguirá viviendo allí después de muerto. Él es de los que cree que morirse no será la última cosa que haga.

La citación era para eso: afirmar la vida ante la muerte. Seguir viviendo es lo que hace un escritor: las pocas certezas de ser están ligadas a ese trabajo, a construir mediante el lenguaje una conciencia y un territorio de verdad, de bien, de belleza. Aún antes de salir de su casa, sabía que lo primero que haría después de vacunarse sería esto: escribirlo, y que incluso, el sentido de la vacuna, su efectividad, dependía de eso, de la escritura.

Llegó por Bulevar 27 de febrero hasta Oroño, estacionó cerca de la esquina, y viendo dos largas colas frente al portón, volvió a elegir el sur, sin preguntar, sabiendo de antemano dónde le toca a cada uno salvarse, o por eso mismo, morirse como se ha vivido.

Lo primero que pensó fue en la percepción del tiempo, el lugar, el acto y los sujetos. Sabía que después de vacunarse la primera cosa sería escribirlo. Esto. Y antes del pinchazo, antes de salir de su casa y de encender el auto, y aún antes de darle un beso a la petaca que llevaba en el bolsillo, le vino el flash de «La cola» de Fogwill, el modelo, la crónica del camino a la capilla ardiente de Perón, que dicho sea de paso, se sigue metiendo en todas las colas argentinas, y también en ésta, porque al fin y al cabo, a él iba a tocarle una vacuna hecha en el país, durante un gobierno peronista, una vacuna gratuita, pública y nacional, hecha por científicos que estudiaron en la universidad pública argentina, aunque aquel relato, el de Fogwill, que no era peronista y más bien lo contrario, fuera insuperable, porque hay colas donde ciertas categorías pueden quedar caducas, o al menos en suspenso, aunque ya nada es lo que parece y Fogwill era tan inteligente como un demonio o un demiurgo, que tienen la misma raíz etimológica, y salvo el lenguaje, el estilo, la forma y la conciencia, sabía que se puede contar todo, hasta una guerra, sin manipular al lector como un bobo. Y ese era el deber de Esteban, como aquel julio del 74 fue el de Fogwill, aunque la verdad, es pretencioso, francamente ridículo, compararse...

Pero bueno, es como una ciencia, está el virus y está la vacuna, y hay seis millones de muertos, y el deber de la salud pública es inexcusable pero también algunos presidentes dijeron “que mueran los que tienen que morir” o “que se vacune el que pueda pagarlo”. Moderna facturó 4.800 millones de dólares en un trimestre del 2021. Y tantos relatos de odio y de muerte. Polisemia, coralidad, dialógica, pero en un momento hay que elegir algo, y no desdecirse, un viaje y una conciencia, y tratar de que lo uno y lo otro sean transparentes y se expandan. La muerte, sólo si es para que vivan los otros. O morir como se ha vivido. O gobernar como se ha muerto.

Había una multitud en La Rural, pacientes, pero también vendedores ambulantes, trapitos, mendigos, pungas y mecheras. El escenario tenía algo de la previa al estadio, algarabía, expectación, desconfianza:

--¿A vos cuál te pusieron?

--Sputnik.

--Ah, pulsera azul.

--...

--¿Ves que hay varios colores?

--Esto ya estaba en la biblia... --dijo una mujer a sus espaldas.

--Todo. Y pormenorizado --confirmó un señor que apretaba carnet de vacunación y Dni con pulgar y dedo índice.

--Es que se olvidan del mensaje sagrado, ahí está todo...

--¿Me alquilás el banquito? --preguntó la señora de la biblia a una chica que vendía praliné.

--No. No puedo, es para mi hija que me ayuda y está embarazada. Llevó un pedido adentro, ahora viene...

--La puta que lo remil parió, me olvidé el documento --dijo un flaco sin barbijo y que parecía haberse olvidado de vivir.

--No importa, hablá con las coordinadoras y andá a buscarlo... te vacunan igual...

--No, amea, ¿sabés dónde vivo yo? Parque del Mercado tía, vine a pie. No tengo Sube ni baja, ni una bici municipal. Vengo otro día...

--No. Bueno, pero avisá, no te vayás así... hablá con las chicas y explicales. Pasá, pasá, adelantate...

--Eh... no se adelante señor, ¿dónde va? Este es el país de los vivos... debe ser primo de alguno... Respete la cola, señor.

--¿En qué libro de la biblia dice usté?

--Apocalipsis.

--Now... Apocalipsis now --agregó Esteban, pero como hablaba con doble barbijo, no supo si lo dijo o lo pensó.

--Para mí está en la carta a los Gálatas, dijo un señor que señalaba el templo de enfrente, del Pastor Silvestri, que murió de covid hace un año.

--¿Y hasta que vuelva tu hija, no me prestás el banquito? --insistió la señora de adelante a la kiosquera.

--Bueno, pero me tiene que comprar algo...

--Está bien, dame un praliné. Pero ganarías más plata alquilando sillitas...

--O reposeras, como en el gobierno anterior... --gritó un trapito exaltado haciendo la V con la mano.

--Ya salió el come polenta planero --dijo otro señor subiéndose el barbijo hasta la frente. Y ahí empezó un pequeño tumulto vocinglero. Hubo dos o tres chicanas más, pero en lugar de escalar el conflicto, derivó a la risa, un cotilleo más bien blando, quizá por el alivio de recibir la vacuna. La cola empezó a avanzar rápido. Se hizo un pequeño embudo en la entrada y ahí las voces se multiplicaron, Esteban podía escuchar conversaciones de celulares, personas que iban relatando a otros por teléfono cada paso del proceso como si fuera un partido de fútbol, una cirugía o la cola para subir a los trenes que iban a Auschwitz.

Cuando se acomodaron en el galpón 17, con la misma eficiencia, rigor y orden que la primera vez, miró el número de su mesa vacunadora (05) y el de su silla (14), exactamente iguales a un día improbable del mes de mayo. ¿Qué cifra traen los números, el día 21, del año 21 del siglo 21, para alguien que nació un 21 y su nombre tiene 21 letras? Quizá nada, pero hay que jugarlo, a primera y el ambo, nacional y provincia. A veces, las cicatrices se explican con los juegos, o los juegos son mucho más serios de lo que pensamos. La vida, la muerte... un chino se morfa un pangolín en una ensalada y mueren 6 millones de personas, Trump pierde la reelección y Jeff Bezzos se hace archimulticalifragilístico billonario.

 

Esteban empezó a quitarse el gabán, el buzo, la bufanda y a elegir el brazo. La otra vez había sido el derecho, ahora el izquierdo. Una corazonada. Para ganar hay que apostar... La pulsera celeste, casi azul y pensó en el mar. Y en la nave Sputnik. Imaginó aquel cohete soviético viendo en la década del 60 el cielo azul, que ni era cielo ni era azul. Sin embargo, vacuna es vacuna y está visto que sirven, todas, incluso las que están en el futuro, como la escritura, o un lugar del barrio Tablada que en estas tardes de invierno parece tener una claridad que se expande más al sur, hacia Pueblo Esther, donde ahora sí, ya se ve más transparente, incluso brillante, como si fuera un día viernes o de vacaciones, y todavía escribiera Juan Forn en el Página12, o fuera la infancia, incluso un día soleado para que alguien dijera «como un día peronista», o mejor aún, argentino.