Esta historia comenzó en pleno reinado del cometa Halley, cuando se lo podía ver a simple vista, allá por febrero de 1986.

Fue en el estadio de Rosario Central, esa noche en que Joan Manuel Serrat vino a presentar su disco El sur también existe, que contenía canciones con música suya, letras de Mario Benedetti y arreglos de Ricardo Miralles. De hecho, el notable arreglador y pianista integró la banda que acompañó en el escenario al catalán.

El concierto fue inolvidable. Era la primera vez que veía en vivo al Nano y, además de los temas del disco, cantó muchas de las canciones que lo hicieron popular. Cuando terminó, mi amigo Ángel y yo fuimos hacia los camarines del Gigante de Arroyito donde, según él, un conocido suyo apodado Calculín, por su parecido físico con el personaje de García Ferré, nos haría pasar para saludar a Serrat.

Llegamos al playón que da al río y Calculín nos dijo que a Serrat lo habían sacado por la esquina de Génova y Cordiviola, pero que estaban sus músicos. En ese momento apareció Ricardo Miralles. Nos acercamos a él y lo felicitamos por el show. Nos habló del talento musical que había en Argentina y, sobre todo, se refirió con mucho fervor a Alberto Cortez, con quien había trabajado. Nos contó algo acerca del trabajo con los poemas de Benedetti para ese disco y lo dejamos en paz, dándole la mano y yéndonos contentos, con esa alegría de veinteañeros que habían hablado unos quince minutos con un grosso de la música.

Ese encuentro con Miralles formó parte de nuestras anécdotas con amigos durante varios meses, hasta junio por lo menos, cuando Argentina fue campeón del mundo en México. Entretanto, me ocurrieron otras cosas importantes: conocí a la mujer que aún se levanta conmigo todas las mañanas, padecí la gran inundación en mi casa de Empalme Graneros, murió Borges y esperaba el comienzo del torneo larguísimo (’86-’87) que consagraría campeón a Central.

La vida tiene sus saltos temporales, aun cuando se dan de un siglo a otro. En noviembre del año pasado, Serrat se despidió de los escenarios. Vino a Rosario un día antes de su último concierto porque se hacía un homenaje en la que hoy se llama Esquina Fontanarrosa-Serrat. Por razones laborales, iba a llegar tarde a ese evento, en Sarmiento y Santa Fe, pero salí de la oficina y me fui igual en busca del catalán, como aquella noche del ’86.

Cuando llegué, todo había terminado. Una señora dijo que Serrat aún estaba adentro del bar El Cairo, y me quedé a esperar. Cuando salió nos saludó con la mano a quienes estábamos cerca, subió al vehículo que lo esperaba y se fue con rumbo desconocido para nosotros. Yo le pedí a un pibe que me saque una foto junto a la placa que contiene unas palabras de Gerardo Rozín, y decidí irme hacia mi casa.

Tomo por Sarmiento y cuando llego a Córdoba se ilumina la noche. Veo a Ricardo Miralles, al guitarrista David Palau y a otro hombre que no logro identificar. Van hacia San Martín. Pasan a cuatro o cinco o seis metros de mí y yo quedo paralizado ante la inesperada situación. Quiero llamarlo, y no me sale la voz. Miralles se va alejando. Viste una camisa celeste y blanca a rayas finas verticales y calza zapatillas. No le quito la vista a esa camisa: celeste y blanca, a rayas verticales, clara adhesión a nuestra selección, pienso. Siento que es una señal. ¿De quién? No sé. Sólo sé que es una señal. Los músicos de Serrat se alejan raudamente. Yo comienzo a caminar por la peatonal hacia el oeste. Me cruzo con Ricardo Miralles por segunda vez en mi vida y esto trae algo, voy pensando a cada paso. Abrumado por aquella publicidad de cerveza en la cual se forzaban coincidencias entre los años ’86 y ’22, para traerle buena suerte a la Selección Argentina, intento convencerme de que mi reciente encuentro con Miralles no fue forzado, fue auténtico, tal vez guionado por el universo, avisando algo.

Entonces, aquel mediodía fatídico del partido entre Argentina y Arabia Saudita, ante la visible desazón de mi hija Ángeles, le digo con convicción: "Argentina llegará a la final y ganará la copa del mundo, porque Ricardo Miralles es el artífice. Vino para eso, como en el ’86".

El resto es historia conocida.

[email protected]