LA VIDA A OSCURAS - 6 puntos
(Argentina/2023)
Dirección y guion: Enrique Bellande
Edición: Andrés Tambornino
Duración: 74 minutos
Se exhibe los sábados a las 20 en el Malba

No es actor, ni director, ni productor. Puede caminar muy tranquilo por la calle porque está lejísimo de las grandes luces mediáticas, pero Fernando Martín Peña es una de las figuras más importantes del cine argentino, alguien que ha hecho del coleccionismo, la docencia y, sobre todo, de la divulgación de material fílmico de todas las épocas y nacionalidades las bases de una vida que parece nutrirse con el sonido los carreteles de los proyectores analógicos y del olor de los rollos de acetato y nitrato que manipula diariamente. A él le corresponde, por ejemplo, gran parte del mérito del hallazgo de una copia completa de Metrópolis, de Fritz Lang, tal como cuenta en su último libro.

Estrenada en la Competencia Argentina de la última edición del Bafici, La vida a oscuras funciona, en su superficie, como un registro del día a día de este sabueso audiovisual. En la secuencia de apertura se lo ve montando un rollo en el auditorio de la ENERC, luego presentando ante un puñado de espectadores una película de un ciclo de cine negro –“más específicamente, de procedimientos policiales”, detalla- y, más tarde, con la función ya concluida, con proyector y rollos en mano tomándose un taxi hacia su casa-bunker-depósito en Villa Madero, donde tiene ocho mil largometrajes e innumerables cortos y publicidades.

La elección del realizador Enrique Bellande para levantar el telón puede interpretarse como una declaración de principios de su protagonista, un hombre orquesta que se encarga él solito de lo que casi nadie: difundir y preservar la historia del cine. Ni siquiera se encarga quien por la naturaleza de sus funciones debería hacerlo, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, que desde hace más de dos décadas viene postergando la puesta en marcha de una Cinemateca Nacional. Pero la película, más allá de un comentario al pasar de Peña, no pone foco en la ausencia de políticas de Estado destinadas a proteger el patrimonio audiovisual. A fin de cuentas, la falta de una cinemateca es coherente con la idiosincrasia de un país poco adepto a la preservación audiovisual, al punto que ni siquiera los principales canales de televisión cuentan con un archivo completo.

Construida sobre la base de entrevistas a cámara con Peña y un acompañamiento fiel en sus distintas actividades, la película recorre su historia personal en relación con el cine, una pasión que empezó cuando encontró en su casa, a los nueve años, un proyector a manivela de su abuelo. Peña emana el entusiasmo de quien ama lo que hace aun cuando el contexto no ayude: Bellande lo encuentra a fines de 2015, cuando el cambio de gobierno puso un manto de suspenso sobre sus trabajos en dependencias públicas. Un amor no exento de nostalgia, en tanto La vida a oscuras funciona en simultáneo como un homenaje a un cine físico que ya no es: desde hace una década todas las funciones comerciales –y casi todas en los festivales– se realizan en soporte digital, lo que hizo que los kilométricos rollos de fílmico fueran reemplazados por unos discos rígidos llamados DCP. Un cine al que, con sus rituales a cuestas, Peña intenta traer al presente.