La vida se completa con un sentido que se toma de la ficción. La escritora y psicoanalista Natalia Zito lleva al extremo una idea de Roland Barthes: cómo hacer que lo que se escribió en caliente sea un buen manjar frío. Hay una trilogía que está componiendo con la combustión de los materiales autobiográficos. En su primera novela Rara, las ruinas de la casa donde vivió doce años con su expareja y la pérdida de un bebé le permiten deconstruir la maternidad. En Vos (Emecé), que acaba de publicar, la protagonista enfrenta al mismo tiempo el diagnóstico terminal del padre y la noticia de su segundo embarazo. 

La narradora tira del hilo del pasado familiar para dar con una madeja de tensiones y cosas no dichas de las que emerge un abuso intrafamiliar. La tercera, la que está escribiendo ahora mismo, es sobre la muerte de la madre. “Tengo la ilusión que con el cierre de la trilogía me voy a liberar de mi familia”, confiesa Zito en la entrevista con Página/12.

Vos, el título de esta novela escrita en segunda persona, fue una sugerencia de la editora Mercedes Güiraldes. “Escribir se trata de encontrar la mejor forma de contar una historia. A veces esa forma se presenta naturalmente y otras veces hay que buscarla. En este caso se presentó naturalmente”, revela la autora del libro de cuentos Agua del mismo caño, que adaptó para teatro con el título de El momento desnudo; y Veintisiete noches, en la que reconstruye, con los nombres de los personajes modificados, el caso de la artista y escritora Natalia Kohen, que en 2005 fue declarada insana e internada por solicitud de sus dos hijas. La segunda novela de la trilogía autobiográfica está basada en un diario que escribió durante los últimos meses de vida de su padre.

“Mi papá tuvo leucemia, como el personaje de la novela. No estaba postrado, pero sabíamos que se iba a morir". recuerda Zito. "De pronto tuve la conciencia de que se me venía algo grande y que si no escribía no me lo iba a bancar. Entonces escribía casi todas todas las noches y ese diario estaba en segunda persona porque era una conversación con mi papá. La novela es una suerte de pieza giratoria alrededor de lo que queda del padre”.

-¿La superposición de la muerte del padre y el embarazo sucedió en la realidad o es más bien una construcción de la propia novela, a la que le venía bien esa continuidad entre dos polos?

-En la realidad se dio parecido, pero no exactamente así. Sí es cierto que me enteré de que estaba embarazada de mi hija más chica cercano a un momento de la enfermedad de mi papá. Yo no lo pienso como dos polos sino como la incomodidad del cuerpo. Para mí el embarazo es algo que está muy cercano a la muerte; hay tantos riesgos, tantas cosas que pueden salir mal, que es una situación parecida a la enfermedad, no porque una esté enferma, sino porque no tengo esa cosa romantizada del embarazo.

-¿Por qué aparece la gordura como una obsesión?

-Te diría que el cuerpo es una de mis obsesiones; no paro de escribir sobre el cuerpo. La gordura es una de las incomodidades del cuerpo.

-Desde el exceso de corrección política de estos tiempos, la narradora de Vos podría ser acusada de gordofóbica, ¿no?

-Sí, por supuesto… Una de las cosas que me interesó en la novela es las palabras. El padre no quiere decir leucemia, no quiere decir cáncer, no quiere decir quimioterapia; entonces las cosas cuando no las nombramos, ¿hasta qué punto existen? Hay un exceso en el cuerpo ¿decimos que hay un exceso? Es algo que he pensado también con lo de la gordofobia y las millones de etiquetas que tenemos hoy en día para nombrar las cosas. Hay algo paradójico en que por un lado decimos gordofobia y todos sabemos lo que es, pero por otro lado cuando alguien tacha una idea de gordofóbica anula la posibilidad de pensar qué hay debajo. La condenamos y seguimos. Hay que hacer un trabajo mental para decir “no estoy gorda”, “estoy embarazada”, porque en definitiva hay que lidiar con ese volumen excedido en tu cuerpo, que es sumamente incómodo y molesto.

-“Los hijos siempre son algún tipo de fracaso pero nunca o casi nunca de entrada”, dice la narradora transitando su segundo embarazo. La frase parece poner en cuestión que “un hijo es lo mejor que me pasó en la vida”, ¿no?

-La frase que “un hijo es lo mejor que me pasó en la vida” es una suerte de gran exigencia para los hijos. Si yo soy lo mejor que al otro le pasó en la vida, tengo la obligación de ser genial, de ser para ese otro lo que ese otro espera de mí. Los hijos son siempre alguna forma de fracaso porque en el mejor de los casos nunca son lo que los padres esperan de ellos o de ellas. En esa brecha entre lo que el hijo es y lo que la madre o el padre espera, hay una distancia y esa distancia es una suerte de fracaso. Durante toda la primera parte de la novela, ella duda hasta que decide tener a ese hijo. Si te ponés a pensar antes de tener un hijo todo lo que implica, vas a tener muchas dudas... Ser madre es un acto de insensatez absoluta. Ella es más consciente y por eso duda.

-¿Cómo se narra un abuso intrafamiliar?

-Carlos Fuentes decía que hay cosas que no pueden ser dichas de ninguna otra manera que no sea en una novela. La novela es el medio privilegiado para abordar estas cuestiones que tienen muchas aristas. Los abusos son infinitamente más frecuentes de lo que la mayoría de la gente cree y me interesaba hablar de la relación de ella con el hermano. Hay un montón de sutilezas y alguien puede decir: “no es para tanto”… Y sin embargo constituye un atropello del otro sobre el cuerpo de alguien. Me interesaba pensar cómo poner en escena eso, cómo juegan los silencios y cómo a veces incluso con la voluntad de decir no es posible decir. Ella habla, pero los otros no le dan crédito a esas palabras. Después está el abuso que efectivamente ocurre de Jorge hacia la primita de tres años y me parecía que una cosa espeja a la otra, que lo otro también es un abuso. El exceso de las miradas, las cosas fuera de lugar, también son abusivas, son dañinas, aunque no sean violaciones.

-¿Hasta qué punto usás tu propia vida cuando escribís ficción?

-La vida está al servicio de la ficción. Hay una frase de Barthes que me encanta, que dice cómo hacer que lo que se escribió en caliente sea un buen manjar frío. El material autobiográfico está al servicio del texto. Si hay alguna cosa que yo quisiese esconder o que me parece que no me convendría de mi historia, me importa un carajo. Lo uso; manda el texto. Si alguna cosa que sirve y le viene bien al texto aparece, es como si una vocecita interna me dijese: “lo siento, Natalia, lo vas a tener que usar”. Y al revés lo mismo, porque también pienso el procedimiento sobre la realidad como la caricatura; se trata de distorsionar, de ampliar, de exagerar. Si esa distorsión sobre la realidad me expone a ciertos riesgos porque hay gente que podría reconocer de dónde lo saqué, no me importa. Solo puedo ser obediente al texto y a ninguna otra cosa.