Cuando en octubre la empresa dueña del Buenos Aires Herald, el Grupo Indalo de Cristóbal López y Fabián De Sousa, decidió que el diario de 140 años dejara de ser diario, pedí escribir una columna más. Yo era el “columnista de medios” del diario, y mi columna se llamaba “Politics and the Press” desde la primera vez que la había escrito en 2005, cuando la discusión mediática no era tan álgida en el país como sería después. La columna, como su nombre lo indicaba, conjugaba debates políticos y mediáticos, locales e internacionales –inspirado en grandes como David Carr, el media columnist de The New York Times que escribió “The Media Equation” durante casi una década hasta su muerte en 2015.
Aunque bajo mucha presión por el momento que se vivía, el director del diario Sebastián Lacunza me permitió firmar en ese (primer) número despedida. Fueron horas difíciles: tres cuartas partes de los empleados del diario se estaban quedando sin trabajo, y apenas media docena iban a seguir empleados para editar el semanario que duró hasta ahora.
La última columna tenía que hablar, obviamente, sobre el propio diario. Informar sobre uno mismo es tabú en el periodismo vernáculo; no tanto en otros lugares. Iba a escribir (escribí) que el diario había sido víctima doble (The Herald, twice a victim: <http://www.buenosairesherald.com/article/223582/the-herald-twice-a-victim>): primero de lo que cambia en el mundo (la tecnología) y segundo de lo que no cambia en el mundo (la desidia y el desmanejo). Contacté entonces a uno de los gerente del Grupo a cargo del gerenciamiento del diario que ya no será diario, para incluir la voz oficial de la empresa en la última columna. ¿Cuál es la lógica detrás de la decisión? ¿Qué plan de negocios tienen? ¿Cómo imaginan el futuro? Esperaba la respuesta que recibí: “Derivo tu pedido” y que nunca más me contactaran. Lo que no esperaba es que esta persona no supiera quién era yo. No por mí, sino porque nunca habían leído el diario que gestionaban y para el que debían tener un plan.
¿Por qué comparto esta anécdota, que a simple vista es pequeña? Porque desmonta el argumento que siguió al anuncio más reciente del cierre final del diario: que el Herald, heroico durante la dictadura, se había convertido en un pasquín de propaganda política, en este caso kirchnerista. El Herald, cierto, quedó atrapado en la guerra mediática empresarial durante el segundo kirchnerismo. Después de cuatro décadas en manos de Evening Post, una empresa multi-mediática con base en Carolina del Sur, Estados Unidos, su destino terminó ligado a los empresarios satélites al poder mediático expansionista del kirchnerismo. Pero periodísticamente no fue peón de nadie. No podría haberlo sido: igual que muchos censores durante la dictadura, los gestores durante su última etapa de vida no lo leían (o porque no querían, o porque no podían y entonces no lo entendían).
Fui parte del diario durante 20 de sus 140 años y medio de vida (1997-2017). Primero pasante no rentado, luego aspirante a redacción, más tarde jefe de sección; y en los últimos siete años media columnist. La redacción funcionó siempre de manera relativamente autónoma, guiada por la impronta de quién estuviera a cargo, un abanico variopinto. La verdad, a veces, es más gris que la fantasía: los últimos dueños no tuvieron un proyecto para el diario: ni político para ser “panfleto”, ni periodístico para modernizarlo y monetizarlo en el mundo digital. No lo usaron para influir ni para hacer plata. Ni siquiera lo intentaron.
La redacción del Herald hizo hasta el último día más o menos lo que hizo durante más de un siglo: intentar reflejar e interpretar la realidad argentina con pocos recursos pero de forma honesta, sincera. Su principal activo fue el de combinar la mirada extrañada del extranjero con el conocimiento insider del porteño que circula por los corrillos del poder. El resultado fue siempre digno, una vez heroico, y durante años una escuela de formación para muchos de los que pasaron por la redacción.
Escribir sobre la realidad en un idioma extranjero margina en un sentido doble. Por un lado, otras palabras y otras estructuras mentales permiten ver cosas de manera diferente. Y por otro, la necesidad de traducir obliga a entender más a fondo, porque no hay traducción sin (intento de) comprensión del sentido último de lo que se tiene que traducir. El Herald vivió para traducir la realidad argentina para los de afuera, pero sobre todo para los de adentro. Salir a los kioscos cada día, durante casi 141 años, también fue en sí mismo un acto de heroísmo.
* Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación. @mjotagarcia