Compadeudores, oras y oros:

Esta semana no voy a pedirles disculpas, como lo venía haciendo, porque en esta prefiero agradecerles. La columna (y el video adjunto) del sábado pasado “¿Compañeros o campañeros?”, donde por primera vez mi duda ancestral y exasperante se transformó en certeza delirante, con rima y todo, trajo aparejada una gran cantidad de comentarios, algunos exageradamente elogiosos, otros merecidamente críticos; todos profundamente valiosos, ya que esta columna pierde su sentido y sus sinsentidos sin vuestra cálida presencia. Así que ¡chas gracias!

En aquellos comentarios, algunos intentaban descular cuál sería mi voto en las PASO (a pesar de que yo había insistido en que mi voto va derechito a octubre), y no faltó quienes dieran por sentado que iba a votar a un candidato al que nombré varias veces; ni quienes, ante el mismo hecho, sacaban la conclusión opuesta, algo así como que “si nombraba a uno, es porque votaría al otro”. Francamente, los votaría a los dos, pero si hago tal cosa, me van a anular el voto, así que… mejor no.

En eso pensaba yo el sábado pasado, cuando de repente… ¡llegó el domingo! El domingo no suele ser mi día favorito, y no porque la pase mal (no fue para nada el caso), sino porque ese día no trabajo (sí, soy así de raro), y no es que ame tanto “trabajar”, para nada, pero sí disfruto enormemente de Mi trabajo, tanto en este mismo medio como cuando escribo, cuando actúo, etc.

Pero este domingo fue especial. Porque era 9 de julio, y festejábamos la independencia de España y “de toda otra dominación extranjera”, tal como señalaron nuestros patriotas de aquel entonces, sin angustiarse demasiado por luchar contra la Madre Patria.

Parece que no había un “edipopatria”, así que si el Licenciado A. hubiera vivido en esos tiempos, se habría tenido que dedicar a ser granadero a caballo, y no psicoanalista. Por suerte para él, y para mí, es también un sigloveintenial que se adapta como puede a este siglo 21.

Y hablando de siglo 21, el pasado 9 de julio no se declaró la independencia política, porque esa, mal que les pese a nuestros fundamentalistas de mercado, existe desde hace más de 200 años. Tampoco fue la independencia económica, ya que fue en 1947 ("¿Adivinen quién gobernaba? ¡No, alumno Maurífice, no era Braden!”) cuando fue declarada por el general Perón. Hay quien puede considerarlo un mero acto declamativo. A quienes así pensaren, les dijere que prefiriese toda la vida semejante “declamación” y no sus (de ellos) concretos actos en contra de casi todo lo que nos parece bueno.

¿Pero entonces, qué independencia declaramos el pasado 9 de julio? Pues... ¡“la energética”, queridos compadeudores! Nada más y nada menos que la independencia energética, la posibilidad de que nuestro país se autoabastezca. Y no solo eso: que exporte (lo que sobre, claro está, que es mucho), lo cual colaborará con nuestra posible independencia económica y, lo sabemos, con la política también. Si me dicen: “Para todo eso falta mucho”, respondo que fue el general San Martín quien instaba a declarar la Independencia en 1816, antes de cruzar Los Andes y afirmar aquella libertad por la que se estaba peleando. Ahora es igual.

Y en ese acto lo vi al presidente, a la vicepresidenta, al jefe de Gabinete y precandidato a vice, al ministro de Economía y precandidato a presi, al gobernador de Buenos Aires y candidato seguir siéndolo, a su compañera de fórmula, al otro precandidato a presi, acompañando a las y los funcionarios, a las y los que soñaron, a las y los que diagramaron y a las y los que ejecutaron este “Monumento a la Independencia Energética” de más de 500 kilómetros “de caño”, el gasoducto que atraviesa cuatro provincias y que lleva el nombre de quien cimentó todo esto.

Probablemente no los uniera el amor, sino el espanto. El espanto vendría a ser la oferta neoliberal, que, frente a la independencia energética, solamente ofrece oscuridad, y el que quiera un poco de luz, “que la garpe, en verdes”.

Independencia energética no es que exista ese gasoducto, es que sea nuestro. Es que esté al servicio de que todos y todas las y los argentinos tengamos luz, gas, energía, y a precio razonable.

Lo iba a llamar al Licenciado A. para preguntarle por qué estaba (yo) emocionado, pero me dije: “Mejor no, a ver si me responde entre lágrimas freudianas…”.

Además, no hacía falta. Solito me di cuenta de que mi voto era y será por y para eso.

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “festejemos que somos independientes” de Rudy-Sanz: