“De tanto gritar ¡Azúcar!, el pobre Pedro (en referencia a su esposo) se me ha puesto diabético”, bromeó Celia Cruz en Colombia, cuando le preguntaron por el origen de su grito de guerra. “Yo estaba comiendo en un restorán cubano de Miami. Cuando terminamos, el camarero me preguntó si quería café. Le dije que sí, porque todos los negros tomamos café. Entonces me dijo si lo quería con azúcar o sin azúcar. Y le contesté: ‘¡Con azúcar, chico! ¿Cómo me vas a preguntar eso? Tú sabes lo fuerte que es el café para nosotros en Cuba. Esa noche tenía que hacer un espectáculo. Si actúo sola, la cosa dura una hora u hora y media. Yo paro para hablar con el público, para que mis músicos puedan descansar. Ese día conté lo que me había pasado, y a partir de ahí la gente al verme en la calle me pedía ‘el cuento del azúcar’. Hasta que me fastidié de hacerlo. Tiempo después, en el mismo lugar, bajé de los camerinos gritando: ‘¡Azúcar!’. Y la gente se volvió como loca”.
Un día como hoy, hace 20 años, el mundo volvió a ser un lugar desabrido. La embajadora de lo dulce, la reina del sabor, la “Guarachera de Cuba” partió hacia la inmortalidad. Celia Cruz falleció en su casa de Fort Lee (Nueva Jersey), a los 78 años, a raíz de un tumor cerebral que le detectaron un año atrás tras una actuación en México. Por más que logaron extirpárselo, ella sabía que tenía sus días contados. Antes de conocer su desenlace, la cantante cubana manifestó en una de sus últimas visitas a España: “No me da miedo la muerte, lo que sí me gustaría es que no fuera violenta. Sueño con que me entierren en Cuba, pero, por las dudas, me he comprado unos terrenos en el Bronx. Ahí acaban de enterrar a dos amigas mías. ¿Sabes lo horroroso que es asistir al entierro de la gente que quieres? Uff, chico, eso es horrible. Menos mal que mi fe me salva. Creo mucho en Dios y le rezo constantemente. Abuso de tanto pedirle, sobre todo salud”.
La leyenda de la música afrocaribeña pasó los días que le quedaban haciendo lo que más amaba. Su última aparición pública sucedió en marzo de 2003, en un tributo que le brindó la cadena televisiva estadounidense Telemundo. El evento, denominado ¡Celia Cruz: Azúcar! (está colgado completo en YouTube) y cuya recaudación fue destinada a la Fundación Celia Cruz, contó con la participación de figuras del calibre de Gloria Estefan, Marc Anthony, Olga Tañón, La India, José Feliciano, Johnny Pacheco, Gloria Gaynor y Patti LaBelle. En simultáneo, por esos días la homenajeada se encontraba grabando el que terminó siendo su último disco de estudio, Regalo del alma. Se trató del septuagésimo álbum de su vasta trayectoria. Aunque no pudo aguantar hasta ver su lanzamiento. Sucedió el 29 de julio, y tuvo como cortes promocionales “Ella tiene fuego”, que salió en diciembre de ese año, y “Ríe y llora”, publicado cuatro días antes de su fallecimiento.
Justamente, ésa fue la última canción del disco que grabó Cruz. Además, ella pidió que fuera el single principal debido a su empatía con el tema. “Ríe y llora que a cada cual le llega su hora”, versa la letra. “No paso de moda, no paso de moda. Esta negrita no pasa de moda”. Según Sergio George, productor del álbum, la mujer nacida en el barrio Santos Suárez de La Habana sabía que “iba a morir en cualquier momento, cualquier mes”. Por eso, de entre todo el proceso de producción, lo que él más destacó de parte de la cantante fue "la voluntad de ganar y luchar para conseguir esta grabación”. A pesar de su edad y de haber ayudado a construir los cimientos de la música afrocubana contemporánea, la artista, incluso en ese momento de desazón, nunca se aferró a su glorioso pasado. Y este disco da fe de ello. Con la salsa como sostén, de este repertorio sobresale su acercamiento a la música pop, de la misma forma que su curiosidad por el rap y su deseo de hacer soul a la cubana.
Todavía sorprende la vigencia de la obra de (a tomar un buche de aire) Úrsula Hilaria Celia de la Caridad de la Santísima Trinidad Cruz Alfonso, tal como fue bautizada. Al punto de que suele hablarse de ella como si aún estuviera viva. Y es que de cierta forma lo está. Más allá de ese carisma, capaz de convencer a la empresa de juguetes Mattel a diseñar en 2021 una muñeca Barbie inspirada en ella, el tamaño de su legado es invaluable. Por eso no es fortuito que haya sido considerada una de las artistas más influyentes del siglo XX. En 1948, a sus 15 años, desatendió el deseo paterno de que fuera maestra para dedicarse profesionalmente a la música (estudió voz, piano y teoría en el Conservatorio Nacional de Música de La Habana). A esa edad, ya giraba por Latinoamérica con el grupo Las Mulatas de Fuego. Sin embargo, tres años antes recibió su primer premio por cantar: un par de zapatos nuevos.
Antes de que se consagrara como una de las cubanas universales, la artista tuvo que lidiar con la adversidad. Y tenía cintura para hacerlo. Rosa Marquetti Torres, autora del libro Celia en Cuba (1925-1962), reflexiona al respecto: “Hay pocos ejemplos de una mujer negra que haya salido de los estratos más empobrecidos de la sociedad y por sí misma haya conquistado reconocimiento y respeto en una sociedad profundamente patriarcal y clasista”. De hecho, tras debutar el 3 de agosto de 1950 como cantante de La Sonora Matancera (orquesta insignia del son cubano, fundada en la ciudad de Matanzas en 1924 y todavía en actividad), el público le hizo saber a Cruz en los shows en vivo su preferencia por su antecesora, Myrta Silva: puertorriqueña y de piel blanca. Eso no la intimidó, ni la frustró. Todo lo contrario. Le sirvió de aliciente para seguir adelante. Tanto así que al poco tiempo se ganó la admiración de la misma audiencia que la rechazó.
Hay que tomar en cuenta que su deseo por hacer de la música un estilo de vida se produjo en una escena dominada hasta entonces por los hombres, y en plena década del 40. Silva era la primera mujer que cantaba en La Sonora Matancera, por lo que Cruz fue convocada por el director del conjunto, el guitarrista Rogelio Martínez, luego de que la boricua decidiera volver a su país. Una vez que sorteó la resistencia del público, la artista debió eludir la del sello discográfico del grupo, Secco Records, que se negaba a grabarla porque era de la idea de que las mujeres no vendían discos. La insistencia de Martínez logró que la disquera cediera. El 15 de diciembre de 1950, la futura “Reina de la salsa” (ese estilo aún no existía) grabó su primer tema con la banda que supo reclutar igualmente a los argentinos Leo Marini y Carlos Argentino: “Cao, cao maní picao”, de la autoría de José Carbó Menéndez.
Amén de esa guaracha (género que derivó en uno de sus apodos más conocidos), Cruz registró con La Sonora Matancera un sinnúmero de clásicos entre los que están “Burundanga”, “Yerbero moderno” o “Tu voz”. Con ellos exploró corrientes musicales como el son montuno, el guaguancó, el bolero y la rumba cubana. Irónicamente, esa etapa es la menos conocida y estudiada. No sólo fuera de su país, sino también en la propia isla. Debido a eso, Marquetti Torres, investigadora musicográfica, decidió centrar su libro en ese periodo (está disponible desde el año pasado). Ahí la artista delineó su estilo interpretativo, basado, por ejemplo, en fraseos e improvisaciones de cantantes de la nación caribeña del temperamento de Orlando “Cascarita” Guerra y Miguelito Valdés. Durante la llamada “Era de oro” de La Sonora Matancera, en la que fue un pilar fundamental, Celia vino por primera vez a la Argentina, en 1957, y dos años más tarde fijó posición frente a la flamante Revolución Cubana.
En el libro de memorias Celia, mi vida, publicado en 2004, la cantante evocó que mediante el director de la revista Bohemia se enteró de que Fidel Castro la quería conocer: “Dicen que en la Sierra Maestra limpiaba el fusil escuchándote cantar ‘Burundanga’”, le contó. A lo que ella respondió: “Si a ese señor le interesa conocerme, que venga él a donde estoy yo’”. Los desencuentros y desplantes entre ambos fueron constantes. Hasta que en 1960, tras grabar un álbum en mayo, salieron de gira para México el siguiente mes. Lo que ni Celia, ni su pareja, Pedro Knight (trompetista del grupo), ni el resto de los músicos imaginaron cuando subieron al avión era que esa sería la última vez que pisarían Cuba. El único que sabía era Rogelio Martínez. “Al salir del espacio aéreo cubano, Rogelio nos dijo: ‘Este vuelo no tiene regreso’. Todos nos quedamos fríos”. La última imagen que tuvo de su madre, Ollita, fue verla sonriente en la terraza de la terminal. Nunca más se volvieron a reunir.
A partir de ese instante, la cantante se hizo una férrea detractora de Fidel Castro. “No me dejaron volver, ni para enterrar a mamá”, reveló. “Me castigaron por salir de Cuba”. Lo más cerca que estuvo de su patria fue cuando la invitaron a cantar en la base militar estadounidense de Guantánamo, en 1990. Pese a que se tornó en un símbolo del exilio cubano, Cruz no hablaba de política. “Soy una artista y cuando la política llega al arte, éste sale por la ventana”, dijo en su libro autobiográfico Mi vida. Sin embargo, entre 1952 y 1955 se le negó la entrada a los Estados Unidos porque los servicios de inteligencia de la nación norteamericana en La Habana se refirieron a ella como “una famosa cantante y actriz comunista”. El diario The Miami Herald accedió a unos documentos secretos, desclasificados en a comienzos de los 2000, en los que el FBI sospechaba que estaba afiliada al Partido Comunista Cubano. Nunca lo comprobaron.
Lo único cierto de todo eso es que en el inicio de su exilio ella era una estrella musical veinteañera. Aunque jugaba de local entre el público mexicano, se mudó a Nueva York. Allí se casó con Knight, quien pasó a convertirse en su mánager. Y en 1965 se divorció de La Sonora Matancera, para iniciar su carrera solista. Ese mismo año, lanzó su debut en solitario, Canciones que yo quería haber grabado primero, al mismo tiempo que adquirió la ciudadanía estadounidense tras pasar un lustro en calidad de asilada política. En 1966, Tito Puente la contactó. Esa sociedad decantó en varios discos y una archirrival: su compatriota La Lupe. Ella también era cantante de la orquesta del mítico timbalero, pero su vida personal y sentimental tomó forma de terremoto. Ambas, para colmo de males, compartían sello discográfico, y “La Yiyi” no soportó la atención que le daban a Celia. Luego de calumniarla en una entrevista, la disquera la congeló.
La Celia Cruz que todo el mundo conoce volvió a nacer el 29 de marzo de 1973. Ese día salió a la venta uno de los discos que le mostró la salsa al mundo: Hommy, ópera latina inspirada en el musical Tommy, de The Who. El estadounidense Larry Harlow, músico y primer artista firmado por Fania Records, necesitaba a una guarachera y no tuvo mejor idea que convocar a la más grande. En ese repertorio, la cantante interpreta “Gracia divina”, lo que terminó legitimando al novel género y allanó el camino para coronarla como su reina. La “salsópera” fue presentada en el Carnegie Hall al poco tiempo, convirtiendo a la cubana en la primera latina en actuar en el fundamental recinto neoyorquino y de paso la introdujo ante la juventud hispana de la ciudad. Para atestar semejante hazaña, Cruz lanzó ese año un álbum a dúo con uno de los creadores de Fania, Johnny Pacheco (fue el primero de cuatro), que incluyó uno de sus himnos: “Quimbara”.
“Soy católica, apostólica y africana”, solía decir. Esto último lo pudo ratificar después de presentarse con la orquesta Fania All-Stars (combinado de músicos del sello Fania Records) en 1974 en la actual República Democrática del Congo, en la previa a la pelea de boxeo entre Muhammad Ali y George Foreman. Esto quedó registrado en el disco Live in Africa. Ese show incluyó igualmente las participaciones de B.B. King y James Brown. Algunos años antes de la debacle de la sala, que terminó aconteciendo a fines de los '80, Cruz grabó a través de esa disquera otro álbum fabuloso, esta vez junto a Willie Colón: Only They Could Have Made This Album, que incluye una apropiación de “Voce abusou” (titulada en español “Usted abusó”), de la autoría de los compositores brasileños Antonio Carlos y Jocafi (la terna Vinicius De Moraes, Toquinho y Maria Creuza tienen quizá la versión más conocida en portugués).
Si bien abrió las puertas a las cantantes, músicas y compositoras, Celia Cruz era intérprete. Pero canción que elegía, canción que hacía suya. Para muestra está “La vida es un carnaval”, incluida en Mi vida es cantar (1998). Himno compuesto por el argentino Víctor Daniel e inspirado en el atentado a la AMIA, de 1994. Si en la película Mambo King básicamente hizo de ella misma, esa “negra del tumbao” supo reinventarse de la misma forma que logró tunearse con esas pelucas coloradas, vestidos selectos y zapatos de plataforma. Esa alegría se apagó un miércoles, a las 4:55 de la tarde. Sus restos mortales fueron trasladados a Miami para recibir el homenaje de sus admiradores del exilio cubano, para más tarde reposar finalmente en el cementerio Woodlawn, del Bronx. Lo único que le quedó pendiente en este mundo fue tener un hijo. No pudo. Así como su apellido, se convirtió en su cruz.
El cruce con los Cadillacs
El 27 de octubre de 1988, Los Fabulosos Cadillacs lanzaron El ritmo mundial. El tercer disco del grupo cuenta con dos colaboraciones con Celia Cruz: “Más solo que la noche anterior” y “Vasos vacíos”. En El despropósito, canal de entrevista en YouTube del historietista Gustavo Sala (crédito de este diario), Sergio Rotman recordó su experiencia con la cantante cubana: “Eso fue increíble”, arranca el músico. “Ella llega en 1988 a la Argentina porque no podía creer que acá no pegara. Ella era ‘la reina de la salsa’. En CBS, hoy Sony Music, se la ofrecen a los patriarcas del rock argentino. No sólo la rechazaron, sino que mostraron cierto desdén. Cuando nos enteramos de su intención de grabar, dijimos que nosotros queríamos hacerlo. Nos volvimos locos porque éramos los únicos. Ni la parte sónica, ni los punks. Sólo nosotros. Teníamos sus discos. Andrés Calamaro es el otro que despierta, y dice que quiere grabar algo. No hubo ensayo previo. Llegó, la conocimos, escuchó la canción y la cantó. Así. ¿Vos entendés lo que es eso?. Esa noche nos dimos cuenta de que estábamos para otra cosa”.